jueves, 30 de septiembre de 2010

EL ROSARIO, VERDADERO DON DEL CORAZÓN DE LA VIRGEN - Benedicto XVI


 
Antes de entrar en el santuario para rezar junto con vosotros el santo Rosario, me detuve brevemente ante la urna del beato Bartolo Longo y rezando me pregunté: “Este gran apóstol de María, ¿de dónde sacó la energía y la constancia necesarias para llevar a cabo una obra tan imponente, conocida ya en todo el mundo? ¿No es precisamente del Rosario, acogido por él como un verdadero don del corazón de la Virgen?” Sí, así fue exactamente.

Lo atestigua la experiencia de los santos: esta popular oración mariana es un medio espiritual valioso para crecer en la intimidad con Jesús y para aprender, en la escuela de la Virgen santísima, a cumplir siempre la voluntad de Dios. Es contemplación de los misterios de Cristo en unión espiritual con María, como subrayaba el siervo de Dios Pablo VI en la exhortación apostólica Marialis cultus (n. 46), y como después mi venerado predecesor Juan Pablo II ilustró ampliamente en la carta apostólica Rosarium Virginia Mariæ , que hoy vuelvo a entregar idealmente a la comunidad de Pompeya y a cada uno de vosotros.
Todos vosotros, que vivís y trabajáis aquí en Pompeya, especialmente vosotros, queridos sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos comprometidos en esta singular porción de la Iglesia, estáis llamados a hacer vuestro el carisma del beato Bartolo Longo y a llegar a ser, en la medida y del modo que Dios concede a cada uno, auténticos apóstoles del Rosario.



Belleza y profundidad de esta oración
Pero para ser apóstoles del Rosario, es necesario experimentar personalmente la belleza y profundidad de esta oración, sencilla y accesible a todos. Es necesario ante todo dejarse conducir de la mano por la Virgen María a contemplar el rostro de Cristo: rostro gozoso, luminoso, doloroso y glorioso. Quien, como María y juntamente con ella, conserva y medita asiduamente los misterios de Jesús, asimila cada vez más sus sentimientos y se configura con Él.
Al respecto, me complace citar una hermosa consideración del beato Bartolo Longo: “Como dos amigos —escribe—, frecuentándose, suelen parecerse también en las costumbres, así nosotros, conversando familiarmente con Jesús y la Virgen, al meditar los misterios del Rosario, y formando juntos una misma vida de comunión, podemos llegar a ser, en la medida de nuestra pequeñez, parecidos a ellos, y aprender de estos eminentes ejemplos el vivir humilde, pobre, escondido, paciente y perfecto” (citado en Rosarium Virginis Mariæ, 15).

Dios habla siempre a través del silencio
El Rosario es escuela de contemplación y de silencio. A primera vista podría parecer una oración que acumula palabras, y por tanto difícilmente conciliable con el silencio que se recomienda oportunamente para la meditación y la contemplación.
En realidad, esta cadenciosa repetición del avemaría no turba el silencio interior, sino que lo requiere y lo alimenta.
De forma análoga a lo que sucede con los Salmos cuando se reza la Liturgia de las Horas, el silencio aflora a través de las palabras y las frases, no como un vacío, sino como una presencia de sentido último que trasciende las palabras mismas y juntamente con ellas habla al corazón. Así, al rezar las avemarías es necesario poner atención para que nuestras voces no “cubran” la de Dios, el cual siempre habla a través del silencio, como “el susurro de una brisa suave” (1 R 19, 12). ¡Qué importante es, entonces, cuidar este silencio lleno de Dios, tanto en el rezo personal como en el comunitario! También cuando lo rezan, como hoy, grandes asambleas y como hacéis cada día en este santuario, es necesario que se perciba el Rosario como oración contemplativa, y esto no puede suceder si falta un clima de silencio interior.

Rosario y Palabra de Dios
Quiero añadir otra reflexión, relativa a la Palabra de Dios en el Rosario, particularmente oportuna en este período en que se está llevando a cabo en el Vaticano el Sínodo de los obispos sobre el tema: La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia . Si la contemplación cristiana no puede prescindir de la Palabra de Dios, también el Rosario, para que sea oración contemplativa, debe brotar siempre del silencio del corazón como respuesta a la Palabra, según el modelo de la oración de María.
Bien mirado, el Rosario está todo él entretejido de elementos tomados de la Sagrada Escritura. Está, ante todo, la enunciación del misterio, hecha preferiblemente, como hoy, con palabras tomadas de la Biblia. Sigue el padrenuestro: al dar a la oración una orientación “vertical”, abre el alma de quien reza el Rosario a una correcta actitud filial, según la invitación del Señor: “Cuando oréis decid: Padre...” (Lc 11, 2). La primera parte del avemaría, tomada también del Evangelio, nos hace volver a escuchar cada vez las palabras con que Dios se dirigió a la Virgen mediante el ángel, y las palabras de bendición de su prima Isabel. La segunda parte del avemaría resuena como la respuesta de los hijos que, dirigiéndose suplicantes a su Madre, no hacen sino expresar su propia adhesión al plan salvífico revelado por Dios. Así el pensamiento de quien reza está siempre anclado en la Escritura y en los misterios que en ella se presentan.
(Extracto del discurso en el Pontificio Santuario de Pompeya, 19/10/2008)

¿DÓNDE NOS PIDE HOY EL SEÑOR QUE LLEVEMOS EL EVANGELIO?





Preguntas para pensar en la oración

¿Dónde nos pide el Señor hoy que llevemos su Evangelio? ¿Qué situaciones, lugares, grupos sociales… de nuestro tiempo claman por la presencia y acompañamiento de misioneros que hagan cercano al Dios de la Vida?

Para orar juntos

Vayan es tu mandato,
para anunciar el Reino.
y su presencia en medio nuestro.
Para ser signos de Evangelio
y hermanos de todos.

Vayan es tu enseñanza,
abriendo camino
para el paso del sembrador,
adelante tuyo,
eco y mensaje del que va a venir
porque ya está-con-nosotros.

Vayan es tu ejemplo,
de dos en dos,
en caminada compartida,
vivencia comunitaria,
testimonio fraterno
aprendiendo juntos
a vivir en estado de misión.

SOY UN HOMBRE - UNA MUJER



Hombre
Soy hombre, he nacido,
tengo piel y esperanza.
Yo exijo, por lo tanto,
que me dejen usarlas.
No soy dios: soy un hombre
(como decir un alga).
Pero exijo calor en mis raíces,
almuerzo en mis entrañas.
no pido eternidades
llenas de estrellas blancas.
Pido ternura, cena,
silencio, pan y casa...
Soy hombre, es decir,
animal con palabras.
Y exijo, por lo tanto,
que me dejen usarlas.

Jorge Debravo

DIOS QUIERE PERSONAS LIBRES QUE SE MUEVEN DESDE DENTRO



Lecturas Domingo 27º del Tiempo Ordinario - Ciclo C

Primera lectura
Lectura de la profecía de Habacuc (1,2-3;2,2-4):

¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches? ¿Te gritaré: «Violencia», sin que me salves? ¿Por qué me haces ver desgracias, me muestras trabajos, violencias y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas?
El Señor me respondió así: «Escribe la visión, grábala en tablillas, de modo que se lea de corrido. La visión espera su momento, se acerca su término y no fallará; si tarda, espera, porque ha de llegar sin retrasarse. El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe.»

Palabra de Dios

Salmo
Sal 94,1-2.6-7.8-9

R/.
 Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
«No endurezcáis vuestro corazón»


Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos. R/.

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. R/.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masa en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.» R/.

Segunda lectura
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo (1,6-8.13-14):

Reaviva el don de Dios, que recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio. No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor y de mí, su prisionero. Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios. Ten delante la visión que yo te di con mis palabras sensatas y vive con fe y amor en Cristo Jesús. Guarda este precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros.
Palabra de Dios

Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (17,5-10):

En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor: «Auméntanos la fe
El Señor contestó: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: "Arráncate de raíz y plántate en el mar." Y os obedecería. Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: "En seguida, ven y ponte a la mesa"? ¿No le diréis: "Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú"? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: "Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer.

Palabra del Señor





      
 REAVIVA EL DON DE DIOS
   
 Al leer las lecturas de hoy, sobresale una reiteración en los tres textos que propone la Iglesia: en todos ellos hay una llamada a la fe.
    “El justo vivirá por su fe”
    “Vive con fe y amor en Cristo Jesús”
    “Si tuvierais fe como un grano de mostaza…”
    La fe es un don, y también una tarea. El don se puede acrecentar, como ocurre con la semilla, que si cae en buena tierra puede dar el ciento, el sesenta, el treinta por ciento de cosecha.
    El Espíritu Santo concede el don de Entendimiento, por el que se comprende todo desde la fe. Se puede pedir que Dios acreciente nuestra fe. “Los apóstoles le pidieron al Señor: «Auméntanos la fe».”
    La fe da capacidad de resistencia. Enraíza en la corriente de agua, que mana del costado de Cristo, en el agua viva que es el Señor, y como el árbol que crece junto a la corriente, no sufre el estío, siempre se mantiene frondoso y da fruto en su sazón. El Papa Benedicto, en la carta a los jóvenes, invitándoles a la JMJ, les explica lo que significa vivir enraizados, firmes y fieles, y evoca el texto del justo, que como el árbol junto al agua, crece y da fruto.
    Para mantenerse junto a la corriente, crecer, y no ser arrastrado por las aguas torrenciales, debe haber raíces profundas, y cimientos de piedra. Desde esta resonancia, se comprende la elección del salmo: “Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva”.
    La oración es la relación creyente. Gracias a la oración, se respira la fe. Porque creer no es aceptar una filosofía, ni un código de moral; es haberse encontrado con una persona, con Jesucristo, el Hijo de Dios, y haber quedado fascinados. El que desea permanecer con fe viva, deberá tratar con Jesucristo.
    Desde la experiencia que se tiene en el trato orante, se comprende la exigencia y la necesidad que recomienda San Pablo a Timoteo: “No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor”.
    Por la fe se mueven montañas, se resiste al Malo, se da testimonio, se permanece fiel en la hora recia, se saber leer todo acontecimiento en clave sapiencial, trascendente, se siente el acompañamiento de Dios, y en el límite de todos los caminos, en el creyente siempre se abre la posibilidad que le infunde la confianza que nace desde la fe.
    “Guarda este precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros”. ¡Ojala escuchéis hoy su voz; no endurezcáis el corazón!
Angel de Buenafuente


 

Vivir de la fe 

 

 
 
      Hace unos días hablaba con un amigo. Hacía poco había pasado por una experiencia complicada con respecto a su trabajo. Sencillamente le habían despedido. Según contaba, injustamente. Pero lo mejor de todo era que por una serie de razones y conocimientos, mi amigo había encontrado trabajo, un trabajo mejor que el anterior en cuanto a salario y tipo de trabajo casi sin solución de continuidad. Cuando me hablaba, mi amigo, profundamente creyente, me decía que estaba convencido de que todo había sido providencia de Dios, que había sido Dios mismo el que le había ayudado en ese momento difícil.
      Le escuché atentamente. Pensé en los cuatro millones largos de desempleados que hay en mi país. En las masas empobrecidas de África, Asia o América Latina. Pensé en tanta miseria como hay en el mundo. Y me pregunté dónde estaba Dios y su providencia para toda esa gente. Me pregunté por qué razón en especial Dios se había dignado mirar y atender especialmente a mi amigo en su necesidad concreta de encontrar un trabajo. Y me pregunté por qué había dejado abandonados a esos otros millones de personas que pasaban, pasan, mucha más necesidad de la que podía haber pasado mi amigo. 
 
No a las respuestas fáciles
      No es fácil dar respuestas cuando nos enfrentamos al dolor y al sufrimiento. No es una cuestión de fe ciega. Ninguno de nosotros tiene la experiencia de decirle a una morera que se arranque de raíz y se plante en el mar y que luego haya sucedido. Más bien tenemos la experiencia contraria. Dios no parece escuchar casi nunca nuestras oraciones. O, por lo menos, no de la forma que nosotros esperaríamos que las escuchase. ¿Es que nos falta la fe? ¿Es que somos malos y por eso Dios nos deja de lado? ¿Es que los pobres, los que viven en la miseria y sometidos a la injusticia o a la enfermedad son peores que nosotros y por eso Dios no atiende sus gritos de auxilio?
      Fe, decía el antiguo catecismo, es creer en lo que no se ve. Creer en Jesús no implica un poder añadido que nos va a traer la felicidad a nuestra vida. Creer en Jesús es establecer una relación con él, como persona con la que se dialoga. Esa relación no nos facilita la vida ni nos evita tomar decisiones complicadas. No nos libera de nuestras responsabilidades sino que nos invita a vivir en libertad, a explorar nuevos caminos, a tomar nuestras propias decisiones y a ser responsables por ellas. Esa relación potencia, no niega, nuestra libertad y nuestra madurez. Nos hace más capaces de relacionarnos con los demás en clima de diálogo y fraternidad. Creer en Jesús y en su mensaje es estar convencidos de que, a pesar de los pesares, aunque la realidad se muestra cruda y cruel, este mundo tiene sentido porque ha sido creado por Dios y es expresión de su amor. 
 
Más persona y más hermano
      No vemos a Jesús pero nuestra fe nos dice que él camina en medio de nosotros. La Eucaristía es el signo mayor de su presencia, en el momento en que se hace pan compartido para los hermanos. Dios potencia nuestra fe en la persona humana, en nosotros mismos y en los demás. Dios nos hace ser humildes y reconocer nuestras limitaciones pero al mismo tiempo saber que todo lo podemos en aquel que nos conforta. 
      Pero la fe no nos evita dar ni uno de los pasos que tenemos que dar en la vida. No nos libera del esfuerzo por crear un mundo mejor, más justo y solidario para todos. La providencia y la gracia de Dios no hace que yo, por las casualidades de la vida, encuentre un trabajo mejor que el que tenía o me salve de una enfermedad. La fe, más bien, me hace sentirme a mí mismo prolongación de la gracia y la presencia de Dios en nuestro mundo. Ahora soy yo el cuidador de mis hermanos y hermanas, el que debe atenderlos en sus necesidades. Yo, miembro de la familia de Dios, cuido y atiendo a mis hermanos. No lo hago como un trabajo sino como un servicio que se hace con amor y por amor. No lo hago para conquistar méritos y ascender o tener más salario sino porque me encanta sentirme en familia y hacer que todos nos sintamos hijos e hijas de Dios. 
      Reavivemos el don de Dios (segunda lectura) y la fe se convertirá en el núcleo de nuestra vida. Sentiremos la gracia que nos impulsa a vivir de una forma nueva, libres y responsables para amar y hacer realidad ya aquí y ahora la familia de Dios, una familia en la que nadie es excluido
Fernando Torres Pérez cm


CREER EN DIOS ES APOSTAR POR LA VIDA
 
 
El tema de este domingo prolonga el de muchos domingos anteriores. Sigue la pregunta: ¿En quién debemos poner la confianza? Hasta hoy nos había dicho de diversas maneras: no pongas tu confianza en las riquezas, pero hoy da un paso más y nos dice: no la pongas en tus “buenas obras”.
 
Confiar en Dios es también incompatible con la confianza en los propios méritos. Los que se pasan la vida acumulando méritos no confían en Dios sino en sí mismos. La salvación por puntos es lo más contrario al evangelio; ésta era la actitud de los fariseos que Jesús tanto criticó.
 
El cumplimiento de las normas por pura obligación no te enriquece como ser humano. Lo que haces por verdadero amor no te salva, sino que manifiesta que ya has hecho tuya la salvación de Dios.
 
Después de todas las enseñanzas de estos domingos, los apóstoles se dan cuenta de que les falta algo para poder comprender las exigencias de Jesús.
 
El evangelio de hoy tiene dos partes.
 
1) la petición de fe de los discípulos y la respuesta de Jesús con el ejemplo de la higuera trasplantada.
 
2) La parábola del simple siervo cuya única obligación es hacer lo mandado sin mérito alguno.
 
Se trata del eterno problema de la fe o las obras. Y es curioso que lo soluciona, antes incluso de haberse planteado en el cristianismo. ¡Cuántos problemas nos hubiéramos evitado si no nos hubiéramos olvidado del evangelio!
 
Ni Dios tiene que aumentarnos la fe, ni somos unos siervos inútiles. Descubrir lo que realmente somos sería la clave para una verdadera confianza en Dios, en la vida, en la persona humana…
 
Como tantas veces ha hecho en el evangelio de Lucas, Jesús no responde directamente a la petición de los apóstoles. Quiere dar a entender que la petición –auméntanos la fe- no está bien planteada. No se trata de cantidad, sino de autenticidad. Jesús no les podía aumentar la fe, porque aún no la tenían ni en la más mínima expresión.
 
Además la fe no se puede aumentar desde fuera, tiene que crecer desde dentro como el insignificante grano de mostaza. A pesar de ello, en la mayoría de las homilías que he leído antes de elaborar ésta, se termina pidiendo a Dios que nos aumente la fe.
 
Efectivamente, podemos decir que la fe es un don de Dios, pero un don que ya ha dado a todo el mundo. Viendo cada una de sus criaturas, podemos descubrir lo que Dios está haciendo en ellas en cada momento. No podemos pedir a Dios lo que nos está dado en todo instante sin posibilidad de fallar nunca.
 
Durante mucho tiempo se interpretó la respuesta de Jesús como una promesa de poderes mágicos para hacer obras portentosas. La imagen de la morera trasplantada en el mar es absurda. Lo mismo que la de la montaña que se mueve. Con esta hipérbole, lo que nos está diciendo el evangelio, es que toda la fuerza de Dios está ya en cada uno de nosotros. El que tiene confianza, podrá desplegar toda esa energía.
 
Pero del mismo modo que Dios no anda por ahí haciendo el ridículo con milagritos, tampoco a nosotros se nos debe ocurrir que podemos poner a Dios de nuestra parte para hacer nuestro capricho.
 
La fe no es un acto ni una serie de actos, sino una actitud personal fundamental y total que imprime una dirección definitiva a la existencia.
 
La fe es una vivencia de Dios, por eso no tiene nada que ver con la cantidad. El grano de mostaza, aunque diminuto, contiene vida exactamente igual que la mayor de las semillas. Esa vida es lo que de verdad importa. El tamaño da lo mismo. Eso no lo habían descubierto aún los apóstoles.
 
El Diccionario de la Lengua Española dice de la fe:
 
1)    “conocimiento espiritual con que, sin ver, se cree lo que Dios dice y la Iglesia propone”.
2)    “conjunto de creencias”.
 
Sólo en la quinta acepción habla de confianza, pero ya sin connotación religiosa alguna.
 
El diccionario no hace más que recoger el común sentir. Para la mayoría de los cristianos, creer es asentimiento a una serie de verdades teóricas, que no podemos comprender.
 
Esa idea de fe, como conjunto de doctrinas, es completamen te extraña tanto al Antiguo Testamento  como al Nuevo. En la Biblia, fe es equivalente aconfianza en una persona.
 
Pero incluso esta confianza se entendería mal si no añadimos que tiene que ir acompañada de la fidelidad. La fe-confianza bíblica supone la fe, supone laesperanza y supone el amor.
 
Tampoco podemos considerar cristiano el planteamiento de la primera lectura.El silencio de Dios nos desconcierta y nos deja sin argumentos para apuntalar nuestro afán de seguridades. Pero descubrir y aceptar ese Dios que no se va a manifestar de manera extraordinaria, nos tendría que obligar a descubrir su presencia en lo hondo de la realidad y no esperar descubrirla en la superficie.
 
El silencio de Dios nos obliga a tomar conciencia de nuestra condición de criaturas y valorar plenamente la creación como lugar donde debemos encontrarle, sin necesidad de cambiarla ni de salir a la estratosfera para descubrirle.
 
No se trata de tener paciencia y esperar que Dios haga finalmente lo que esperamos de Él. No se trata de esperar que Dios nos salve de las calamidades y limitaciones, sino de encontrar a Dios y su salvación a pesar de esas calamidades.
 
Nosotros tenemos que dar un paso más y asimilar que Dios no tiene que hacer nada para ser fiel. Esa confianza no la debemos proyectar sobre una Persona que está fuera de nosotros y del mundo, sino que debemos confiar en un Dios que está y forma parte de la creación y por lo tanto de nosotros mismos.
 
Si Dios está presente en cada criatura, creer en Dios es apostar por la creación, es confiar en las criaturas y en el hombre por lo que tienen de Dios. Es estar construyendo la realidad material, y no destruyéndola, es  estar por la vida y no por la muerte. Es estar por el amor y no por el odio, por la unidad y no por la división. Por la suma y no por la resta.
 
Tratemos de descubrir por qué tantas personas que no "creen" nos dan sopas con honda en la lucha por defender la naturaleza y la vida.
 
Superada la idea de la fe como creencia, y aceptado que es confianza en… nos queda mucho camino por andar para una recta comprensión del término.
 
La fe que nos pide el evangelio no es la confianza en un señor poderoso por encima y fuera del mundo, que nos puede sacar las castañas del fuego. Se trata más bien, de la confianza en el Dios inseparable de cada criatura, que las atraviesa y las sostiene en el ser.

 
El ser humano puede experimentar esa presencia como personal. En el resto de la creación se manifiesta como una energía que potencia y especifica cada ser en sus posibilidades. Creer en Dios es confiar en las posibilidades de cada criatura para alcanzar su plenitud propia. Creer en Dios es confiar en cada hombre y en sus posibilidades de alcanzar su plenitud humana.
 
La miniparábola del simple siervo (no inútil) nos tiene que llevar a una profunda reflexión. No quiere decirnos que tengamos que sentirnos siervos y menos aún, inútiles. La parábola no pretende decirnos que nuestra relación con Dios debe ser la de siervo sino todo lo contrario. Nos advierte que la relación con Dios como si fuésemos esclavos suyos, nos deteriora y no nos servirá de nada.
 
Es una crítica a la relación del pueblo judío con Dios que estaba basada en el estricto cumplimiento de la Ley, y en la creencia de que ese cumplimiento les salvaba. La parábola es un alegato contra la actitud farisaica que planteaba la relación con Dios como del esclavo frente a su señor. Si ellos cumplían, Dios tenía que cumplir. Porque cumplían escrupulosamente, se creían con derecho ante Dios
 
La tarea del discípulo es romper con la institución judía que produce esclavitud, pero no sirve de nada ante un Dios que no podemos entender como señor. Si seguimos siendo “esclavos” seguiremos siendo “inútiles”. Los discípulos todavía no se habían despegado de la institución judía, por eso Jesús les hace ver que aún no tienen fe ni como un grano de mostaza.
 
Jesús no nos pide que “sirvamos” a Dios, sino que sirvamos al hermano. Dios no quiere esclavos, sino personas libres que se mueven, desde dentro, por amor-compasión.
 
Las “obras buenas” no son un pagaré que podemos presentar a Dios. Son más bien la manifestación de que hemos acogido el amor de Dios y lo manifestamos ante los demás.
 
Con todo lo que hemos visto estos domingos pasados podemos descubrir que no se trata de buscar un Dios en quien creer, sino tomar conciencia de que aquello en lo que confías es tu dios efectivo. De aquí se desprende que lo opuesto a la fe no es el ateísmo, sino la idolatría. Hoy sería una buena ocasión para desenmascarar nuestros ídolos.
 
A continuación, recitaremos de memoria el credo. Compuesto por dogmas inconexos escritos en un lenguaje del pasado que los hace ininteligibles. ¿De que nos sirve? ¿Tiene alguna repercusión en nuestra vida real?
 
Las verdades de nuestro credo son como un marco; pero lo verdadera mente importante es el cuadro que personalmente debemos desplegar dentro. Podemos preocuparnos demasiado del marco y no colocar nada dentro; y puede haber una verdadera obra de arte sin marco o con un marco muy deficiente. ¿No será que hemos dado tanta importancia al marco porque no hay nada dentro de él?
 
 

Meditación-contemplación


 
Si tuvieras fe como un granito de mostaza...”
Si la confianza no es absoluta y total no es confianza.
El mayor enemigo de la fe-confianza son las creencias,
Porque exigen la confianza en ellas mismas,
y así asesinan la posibilidad de anclar tu ser en Dios.

Tener fe no es esperar que las cosas cambien.
Tener fe es encontrar a Dios en las peores circunstancias.
Tener fe es ser capaz de bajar lo suficiente al fondo de mí mismo,
para anular el efecto negativo de cualquier limitación.

Descubrir lo que es Dios es confiar absolutamente.
Es descubrir mi propio ser y también el ser de los demás.
Es valorar la Vida más allá de los límites de la vida.
Es desplegar lo más genuino de mí, conectado con Dios.
F. Marcos




MARÍA CELESTE NOS DICE HOY:

El alma amante jamás se aparta de la luz infinita 
que le ha hecho descubrir sus tinieblas. 
Ya no siente gusto en vivir en sí misma, 
sino que en pura sencillez, 
 sigue los reflejos de su amado,
y a la sombra de sus resplandores, 
como hija de luz y de bendición, 
el amado realiza en ella la semejanza de sí mismo. 

Así se cumple la palabra  de Dios:
CREED EN LA LUZ 
PARA QUE SEÁIS HIJOS DE LA LUZ.

En cambio, 
el Señor se esconde y no se deja encontrar, 
de aquellos espirituales que confían en si mismos
y se portan como maestros,
sin querer entrar en la cueva profunda
de la humildad de Dios.
Creen que saben mucho
y no conocen las tinieblas 
que tienen en el entendimiento;
siguen al Señor como dándole lecciones,
SIN LA SENCILLEZ DE LA FE,
queriendo especular y satisfacerse a si mismos,
más que seguirlo por el camino de la propia aniquilación y humillación. 
Y el Señor los deja quedar en sus propias tinieblas,
y se pierden de mala manera
por sendas alejadas  del propio camino:
se ocultó de ellos,
como hizo con la turba que lo seguía,
que se ocultó de ellos. 

Jardín Interior , 2 de sept. p 171 Medit. Jn 10,23-13,1

Webs:  
                fe adulta
                Ciudad redonda
                Buenafuente del Sistal



Para la revisión de vida

-El justo vivirá por la fe... ¿Puedo decir yo lo mismo de mí mismo? ¿Es la fe el principio que realmente orienta mi vida? ¿Soy en verdad una persona "de fe", de coraje, de valor?
-¿He hecho lo que tenía que hacer? ¿Se me debe agradecer lo que he hecho? ¿Tengo simplicidad de corazón, o necesito continuamente estar recibiendo alabanzas o gratitud de los demás?


Para la reunión de grupo

- Si el justo vivirá por la fe... analicemos: qué porcentaje de nuestra propia vida estamos conduciéndola así por una decisión personal ante el misterio de la existencia, de forma que si perdiéramos esa fe inmediatamente nos conduciríamos de otro modo? Si ese porcentaje es pequeño, significa que no es muy grande el coraje de mi fe.
- En qué situaciones del mundo de hoy el cristiano consecuente debería ir a contracorriente, fiado en su fe y no en lo que es usual en la sociedad actual?


Para la oración de los fieles

- Para que sea la fe el principio que organice, anime e impulse nuestra vida, roguemos al Señor.
- Para que vivamos nuestro cristianismo como un seguimiento de Jesús: creer como él, afrontar la vida y la historia como él, ser en verdad discípulos suyos...
- Para que demos nuestra contribución al Reino de Dios con entusiasmo, con pasión y, a la vez, con complicidad y humildad, conscientes de que ese trabajo es simplemente "lo que debemos hacer"...
- Para que el Señor nos dé la humildad de los que "hacen lo que deben" sin sentirse importantes ni dignos de agradecimiento...
- Para que sean muchos los jóvenes que, con simplicidad y humildad, se sientan llamados a un servicio total y desinteresado...


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ORAR CON LA TRINIDAD II

miércoles, 29 de septiembre de 2010

JESÚS SABÍA QUE ERA NOBLE Y SIN DOBLEZ

M. Ángeles, una buena amiga, me comparte este precioso comentario al evangelio de hoy. ¡MUCHÍSIMAS GRACIAS!


"Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño».

Le dice Natanael: «¿De qué me conoces?» Le respondió Jesús: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi».

Le respondió Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel". (Jn 1,47-49)
Escena misteriosa, enigmática, sobrecogedora. Siempre que la medito veo nuevas luces sobre Jesús-Dios. Natanael estaba rezando a la sombra de una higuera, un lugar tranquilo, sin distracciones, a solas con su Señor. Un acto de fe: "...creo Señor que estás aquí, que me ves y me oyes..." y le abría el corazón a Dios, y Dios entablaba con Natanael, a su lado, una conversación íntima.
 
Por eso Natanael se sorprende..., le vio bajo la higuera, pero allí no estaba nadie más que su Dios... Natanael se estremece, lo reconoce, al que conoce con los ojos del alma ahora le ve con los ojos de la carne y... la fe de un “israelita de verdad, en quien no hay engaño”, la valentía y el amor a su Señor, evitan que salga corriendo sin dar crédito a lo que ve y oye. Se postra ante Jesús... "Rabbí, tú eres el Hijo de Dios...".
 
Jesús había intimado con él en la oración, día a día, le conocía muy bien, sabía que era noble y sin doblez, le había preparado para ser su discípulo y la llamada de Jesús tuvo una respuesta inmediata.
 
La oración confiada y sincera tiene abundantes frutos, es el fundamento de nuestras elecciones en la vida, a solas `Dios y cada uno de nosotros’... nunca erraremos. Abrimos el corazón a Dios, y aunque Él todo lo sabe, se hace querer y nuestra libre voluntad reclama su ternura, como un recién nacido instintivamente reclama el calor y el alimento de su madre.
 
Ante esa actitud en la oración, Dios se vuelca, y nos lleva de la mano en nuestro camino terrenal, nos prepara y nos llama a seguir sus caminos. No nos quepa la menor duda, cuando decidimos dar un paso de mayor entrega a Dios, Él ya nos había llamado antes, esperaba nuestra respuesta... porque nos conoce íntimamente y conoce nuestros deseos de Amor y entrega.

sábado, 25 de septiembre de 2010

¡QUÉ ABISMO ENTRE RICOS Y POBRES!

QUIERO DECIRTE, SEÑOR,
MUCHAS COSAS...
UNA SOLA ES IMPORTANTE...


TÚ EVANGELIO,
HOY,

DA CON LA CLAVE DE NUESTRA INSOLIDARIDAD.
¡QUÉ ABISMO ENTRE RICOS Y POBRES!


EPULÓN Y LÁZARO,
PUEBLOS ENTEROS SON LÁZARO.


ENTRA EN NOSOTROS
Y EN NUESTRA INTERIOR MORADA

EVANGELIZA ESOS RINCONES DE NUESTRO SER
QUE SON EPULÓN.
QUE PERMANECEN
IGNORANDO LA POBREZA,
PASANDO DE LARGO,
NO BUSCANDO LAS CAUSAS...
NO COMPARTIENDO...

TÚ VIENES HOY A SENTARTE A MI MESA.

¿CÓMO TE ACOJO
EN ESTA REALIDAD TAN SANGRANTE,
DONDE TANTOS HERMANOS
ESTÁN PASANDO ANGUSTIA Y HAMBRE?



PADRE NUESTRO,
¡VENGA TU REINO!

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viernes, 24 de septiembre de 2010

Los Abismos del Milenio - Laureano del Otero, CSsR

1. Los Objetivos que no se cumplirán ni en un Milenio

La Cumbre de la ONU sobre los Objetivos del Milenio ha terminado, el pasado jueves, con un “compromiso renovado” por intensificar las acciones a favor de su consecución. Tres días de reuniones y buenas palabras, con un mensaje claro: los países ricos están en crisis y no podrán compartir hasta que no se recuperen sus mercados. ¿Cuándo acabará “la orgía de los disolutos”?

Así, de este modo mediático y ceremonioso, con todas las cámaras de televisión del mundo por testigos, aumenta la distancia entre el Norte y el Sur, a la vista de todos. De esta forma, diciendo que se va a hacer algo pero no el cómo, se resquebraja un poco más la gran falla que cruza el planeta.
 
Los ricos, vestidos de púrpura y lino, banquetean juntos reclamando que se comprenda su situación: ‘estamos en crisis y no podemos dar de comer a los 800 millones de personas que no lo pueden hacer cada día porque debemos invertir en política energética, ejércitos de pacificación y deportaciones de gitanos’.

2. ¿Dónde colocamos al hombre?

Benedicto XVI escribía no hace mucho, en Caritas in veritate, que la organización de la sociedad mundial no puede hacerse sin colocar al ser humano en el centro. También reclamaba en la misma encíclica una reforma de la ONU. Quizás sea éste un buen momento para solicitar que sus palabras sean atendidas.
 
Todo depende de qué se coloca en el centro del mundo. Sigue siendo el dinero, la riqueza, el poder lo que gobierna el universo, el objetivo que persiguen los países más avanzados y cómodos. Y una vez más se repite una historia sobradamente conocida para los cristianos desde que el Señor murió en la cruz: es muy fácil callar ante la injusticia, la opresión y el sufrimiento. Y hacer discursos.
 
Igual que se abre un abismo entre el rico y el pobre después de su muerte, hay abismos que distancian a pueblos enteros y son fabricados por nosotros. Son abismos que sólo se pueden rellenar con grandes cantidades de solidaridad y compasión. No bastan ayudas al desarrollo. El abismo es tan grande que sólo una transformación de todos los estilos de vida lo puede cubrir, y permitir el paso de un lado al otro.
 
Sin embargo, el abismo del que nos habla la parábola es un abismo que hace justicia, no como la terrible falla que rasga el mundo por encima de la línea del ecuador. Mientras que los ángeles llevan al miserable y sufriente Lázaro al seno de Abraham, el rico va solo a su infierno de calor y fuego. Al lo bueno vamos con otros, sean mendigos, mensajeros o testigos; a lo malo vamos solos. Y la soledad tortura con llamas inextinguibles. No hay ni perros.
 
Ojalá que algún día nos pongamos en camino hacia los más pobres. Entonces conseguiremos eliminar los Abismos del Milenio.

Laureano Del Otero Sevillano CSSR


NO IGNORAR AL QUE SUFRE



El contraste entre los dos protagonistas de la parábola es trágico. El rico se viste de púrpura y de lino. Toda su vida es lujo y ostentación. Sólo piensa en «banquetear espléndidamente cada día». Este rico no tiene nombre pues no tiene identidad. No es nadie. Su vida vacía de compasión es un fracaso. No se puede vivir sólo para banquetear.

Echado en el portal de su mansión yace un mendigo hambriento, cubierto de llagas. Nadie le ayuda. Sólo unos perros se le acercan a lamer sus heridas. No posee nada, pero tiene un nombre portador de esperanza. Se llama «Lázaro» o «Eliezer», que significa «Mi Dios es ayuda».

Su suerte cambia radicalmente en el momento de la muerte. El rico es enterrado, seguramente con toda solemnidad, pero es llevado al «Hades» o «reino de los muertos». También muere Lázaro. Nada se dice de rito funerario alguno, pero «los ángeles lo llevan al seno de Abrahán». Con imágenes populares de su tiempo, Jesús recuerda que Dios tiene la última palabra sobre ricos y pobres.

Al rico no se le juzga por explotador. No se dice que es un impío alejado de la Alianza. Simplemente, ha disfrutado de su riqueza ignorando al pobre. Lo tenía allí mismo, pero no lo ha visto. Estaba en el portal de su mansión, pero no se ha acercado a él. Lo ha excluido de su vida. Su pecado es la indiferencia.

Según los observadores, está creciendo en nuestra sociedad la apatía o falta de sensibilidad ante el sufrimiento ajeno. Evitamos de mil formas el contacto directo con las personas que sufren. Poco a poco, nos vamos haciendo cada vez más incapaces para percibir su aflicción.

La presencia de un niño mendigo en nuestro camino nos molesta. El encuentro con un amigo, enfermo terminal, nos turba. No sabemos qué hacer ni qué decir. Es mejor tomar distancia. Volver cuanto antes a nuestras ocupaciones. No dejarnos afectar.

Si el sufrimiento se produce lejos es más fácil. Hemos aprendido a reducir el hambre, la miseria o la enfermedad a datos, números y estadísticas que nos informan de la realidad sin apenas tocar nuestro corazón. También sabemos contemplar sufrimientos horribles en el televisor, pero, través de la pantalla, el sufrimiento siempre es más irreal y menos terrible. Cuando el sufrimiento afecta a alguien más próximo a nosotros, no esforzamos de mil maneras por anestesiar nuestro corazón.

Quien sigue a Jesús se va haciendo más sensible al sufrimiento de quienes encuentra en su camino. Se acerca al necesitado y, si está en sus manos, trata de aliviar su situación.



NOSOTROS SOMOS EL OBSTÁCULO



La parábola parece narrada para nosotros. Jesús habla de un «rico» poderoso. Sus vestidos de púrpura y lino indican lujo y ostentación. Su vida es una fiesta continua. Sin duda, pertenece a ese sector privilegiado que vive en Tiberíades, Séforis o Jerusalén. Son los que poseen riqueza, tienen poder y disfrutan de una vida fastuosa.

Muy cerca, echado junto a la puerta de su mansión está un «mendigo». No está cubierto de lino y púrpura, sino de llagas repugnantes. No sabe lo que es festín. No le dan ni de lo que tiran de la mesa del rico. Sólo los perros callejeros se le acercan a lamerle las llagas. No posee nada, excepto un nombre, «Lázaro» o Eliezer que significa «Mi Dios es ayuda».

La escena es insoportable. El «rico» lo tiene todo. No necesita ayuda alguna de Dios. No ve al pobre. Se siente seguro. Vive en la inconsciencia total. ¿No se parece a nosotros? Lázaro, por su parte, es un ejemplo de pobreza total: enfermo, hambriento, excluido, ignorado por quien le podría ayudar. Su única esperanza es Dios. ¿No se parece a tantos millones de hombres y mujeres hundidos en la miseria?

La mirada penetrante de Jesús está desenmascarando la realidad. Las clases más poderosas y los estratos más míseros parecen pertenecer a la misma sociedad, pero están separados por una barrera casi invisible: esa puerta que el rico no atraviesa nunca para acercarse a Lázaro.

Jesús no pronuncia palabra alguna de condena. Es suficiente desenmascarar la realidad. Dios no puede tolerar que las cosas queden así para siempre. Es inevitable el vuelco de esta situación. Esa barrera que separa a los ricos de los pobres se puede convertir en un abismo infranqueable y definitivo.

El obstáculo para hacer un mundo más justo somos los ricos que levantamos barreras cada vez más seguras para que los pobres no entren en nuestro país, ni lleguen hasta nuestras residencias, ni llamen a nuestra puerta. Dichosos los seguidores de Jesús que rompen barreras, atraviesan puertas, abren caminos y se acercan a los últimos. Ellos encarnan al Dios que ayuda a los pobres.

TIENEN SUERTE LOS POBRES

Jesús no excluye a nadie. A todos anuncia la buena noticia de Dios, pero esta noticia no puede ser escuchada por todos de la misma manera. Todos pueden entrar en su reino, pero no todos de la misma manera, pues la misericordia de Dios está urgiendo antes que nada a que se haga justicia a los más pobres y humillados. Por eso la venida de Dios es una suerte para los que viven explotados, mientras se convierte en amenaza para los causantes de esa explotación.

Jesús declara de manera rotunda que el reino de Dios es para los pobres. Tiene ante sus ojos a aquellas gentes que viven humilladas en sus aldeas, sin poder defenderse de los poderosos terratenientes; conoce bien el hambre de aquellos niños desnutridos; ha visto llorar de rabia e impotencia a aquellos campesinos cuando los recaudadores se llevan hacia Séforis o Tiberíades lo mejor de sus cosechas. Son ellos los que necesitan escuchar antes que nadie la noticia del reino: «Dichosos los que no tenéis nada, porque es vuestro el reino de Dios; dichosos los que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados; dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis» . Jesús los declara dichosos, incluso en medio de esa situación injusta que padecen, no porque pronto serán ricos como los grandes propietarios de aquellas tierras, sino porque Dios está ya viniendo para suprimir la miseria, terminar con el hambre y hacer aflorar la sonrisa en sus labios. Él se alegra ya desde ahora con ellos. No les invita a la resignación, sino a la esperanza. No quiere que se hagan falsas ilusiones, sino que recuperen su dignidad. Todos tienen que saber que Dios es el defensor de los pobres. Ellos son sus preferidos. Si su reinado es acogido, todo cambiará para bien de los últimos. Esta es la fe de Jesús, su pasión y su lucha.

Jesús no habla de la «pobreza» en abstracto, sino de aquellos pobres con los que él trata mientras recorre las aldeas. Familias que sobreviven malamente, gentes que luchan por no perder sus tierras y su honor, niños amenazados por el hambre y la enfermedad, prostitutas y mendigos despreciados por todos, enfermos y endemoniados a los que se les niega el mínimo de dignidad, leprosos marginados por la sociedad y la religión. Aldeas enteras que viven bajo la opresión de las élites urbanas, sufriendo el desprecio y la humillación. Hombres y mujeres sin posibilidades de un futuro mejor. ¿Por qué el reino de Dios va a constituir una buena noticia para estos pobres? ¿Por qué van a ser ellos los privilegiados? ¿Es que Dios no es neutral? ¿Es que no ama a todos por igual? Si Jesús hubiera dicho que el reino de Dios llegaba para hacer felices a los justos, hubiera tenido su lógica y todos le habrían entendido, pero que Dios esté a favor de los pobres, sin tener en cuenta su comportamiento moral, resulta escandaloso. ¿Es que los pobres son mejores que los demás, para merecer un trato privilegiado dentro del reino de Dios?

Jesús nunca alabó a los pobres por sus virtudes o cualidades. Probablemente aquellos campesinos no eran mejores que los poderosos que los oprimían; también ellos abusaban de otros más débiles y exigían el pago de las deudas sin compasión alguna. Al proclamar las bienaventuranzas, Jesús no dice que los pobres son buenos o virtuosos, sino que están sufriendo injustamente. Si Dios se pone de su parte, no es porque se lo merezcan, sino porque lo necesitan. Dios, Padre misericordioso de todos, no puede reinar sino haciendo ante todo justicia a los que nadie se la hace. Esto es lo que despierta una alegría grande en Jesús: ¡Dios defiende a los que nadie defiende!

Esta fe de Jesús se arraigaba en una larga tradición. Lo que el pueblo de Israel esperaba siempre de sus reyes era que supieran defender a los pobres y desvalidos. Un buen rey se debe preocupar de su protección, no porque sean mejores ciudadanos que los demás, sino simplemente porque necesitan ser protegidos. La justicia del rey no consiste en ser «imparcial» con todos, sino en hacer justicia a favor de los que son oprimidos injustamente. Lo dice con claridad un salmo que presentaba el ideal de un buen rey: «Defenderá a los humildes del pueblo, salvará a la gente pobre y aplastará al opresor... Librará al pobre que suplica, al desdichado y al que nadie ampara. Se apiadará del débil y del pobre. Salvará la vida de los pobres, la rescatará de la opresión y la violencia. Su sangre será preciosa ante sus ojos».

La conclusión de Jesús es clara. Si algún rey sabe hacer justicia a los pobres, ese es Dios, el «amante de la justicia». No se deja engañar por el culto que se le ofrece en el templo. De nada sirven los sacrificios, los ayunos y las peregrinaciones a Jerusalén. Para Dios, lo primero es hacer justicia a los pobres. Probablemente Jesús recitó más de una vez un salmo que proclama así a Dios: «Él hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, libera a los condenados... el Señor protege al inmigrante, sostiene a la viuda y al huérfano». Si hubiera conocido esta bella oración del libro de Judit, habría gozado: «Tú eres el Dios de los humildes, el defensor de los pequeños, apoyo de los débiles, refugio de los desvalidos, salvador de los desesperados». Así experimenta también Jesús a Dios.

Quienes vivimos en los pueblos poderosos del Primer Mundo tendemos a considerar nuestra cultura occidental moderna como la verdadera cultura. Nos sentimos con derecho a juzgar, discriminar y excluir cultural, social y económicamente a los pueblos de cultura diferente. Nosotros somos «el centro del mundo». Miramos la tierra pensando sólo en nuestro propio desarrollo. Los demás tienen que girar en torno a nuestros intereses.

La lucha contra la pobreza y el hambre en la tierra sólo es posible desde una nueva conciencia de los derechos de los países pobres. Mientras nuestros pueblos sólo piensen en tener más y poder más, no habrá verdadera solidaridad.

La parábola del rico que "banqueteaba espléndidamente cada día" y del mendigo Lázaro a quien no se le daba ni lo que se tiraba de la mesa, es una grave advertencia.

Los cristianos traicionamos nuestra fe en Dios Padre de todos los hombres cuando no luchamos porque se supere ese distanciamiento injusto e insolidario entre los pueblos.




José Antonio Pagola

SOLIDARIDAD QUE COMPARTE

1. Los peligros de la riqueza. La parábola del evangelio de hoy contiene tres cuadros: situación en vida del rico Epulón y del pobre Lázaro, cambio de escena para ambos después de su muerte, y diálogo de Epulón con Abrahán.

La distinta suerte final de Epulón y de Lázaro no se debe exclusivamente a su condición sociológica, sino a sus actitudes personales. El rico no se condena por el mero hecho de ser rico, sino porque no teme a Dios, de quien prescinde, y porque se niega a compartir lo suyo con el pobre que está muriendo de hambre a su propia puerta; es un fiel exponente del consumismo egoísta a ultranza. Tampoco el pobre se salva simplemente por ser pobre, sino porque está abierto a Dios y espera la salvación de "quien hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos, ama a los justos y sustenta al huérfano y a la viuda, trastornando el camino de los malvados" (Salmo responsorial de hoy).

La enseñanza, intención y finalidad de la parábola no es resaltar la escatología individual, aunque se indique al aceptar Jesús la creencia y lenguaje habituales del judaísmo (lugar de tormentos, seno de Abrahán), ni prometer una compensación a los pobres con un final feliz como opio barato para el pueblo, ni, menos todavía, invitar a los desheredados de la vida a una resignación esperanzada pero estoica, fatalista y alienante. No; se trata más bien de afirmar la peligrosidad de la riqueza porque fácilmente crea resistencia a la ley de Dios y sordera a su palabra: Moisés y los profetas, como resumen de la revelación viejo-testamentaria. Así se cierra el corazón del hombre a Dios y al prójimo, hasta el punto que tales personas "no harán caso ni aunque resucite un muerto" para hacerles ver su camino errado.

La denuncia social del profeta Amós en la primera lectura viene a conectar con la vida de lujo y la desgraciada suerte final del rico Epulón. El profeta fustiga el sibaritismo de los habitantes de Samaría, capital del reino del Norte, Israel (hacia el año 750 a.C.). Algo que han confirmado las excavaciones arqueológicas.

Pero su amenaza es tajante: "Se acabó la orgía de los disolutos". Irán al destierro bajo los asirios, encabezando la caravana de cautivos. Hecho sucedido unos 30 años después.

2. Compartir en solidaridad. El peligro que nos ronda al leer o escuchar la parábola evangélica de hoy es creer que va solamente por los ricos y los potentados del dinero y del poder. A ésos no pertenecemos nosotros, decimos. Pero no olvidemos que en la revelación bíblica pobreza y riqueza no son conceptos meramente cuantitativos, pesa también la actitud de apego o desapego de lo que uno tiene; esto es lo que nos hace ricos o pobres de espíritu ante Dios.

En mayor o menor medida, la enseñanza de la parábola tiene aplicación para todos. Conviene que nos coloquemos también nosotros dentro de la escena. ¿En el papel del rico Epulón o en el del pobre Lázaro? Pobre y rico son conceptos relativos. El que tiene un millón es pobre si se compara con el que tiene quinientos, pero riquísimo respecto del que sólo tiene unas monedas.

No hace falta ir al tercer mundo para encontramos a nuestro paso algún Lázaro que es más pobre que nosotros: familias humildes que pasan apuros, enfermos solos y ancianos abandonados, gente en paro laboral, madres solteras, alcohólicos y drogadictos que necesitan una mano amiga, etc. Cierto que no basta una limosna ni los esfuerzos aislados, y que la justicia y la caridad tienen una dimensión estructural y social. No obstante, el peligro de acaparar insolidariamente es inherente al dinero y nos acosa a todos; Jesús lo destaca vigorosamente. Es triste tener, que llegar a situaciones críticas para suscitar la solidaridad.

El evangelio es siempre respuesta y luz para los problemas humanos de cada día. Y uno de ellos es la pobreza y la riqueza que tienen nombres concretos y responden a situaciones lacerantes: hambre, paro, explotación, subdesarrollo, marginación, incultura y carencia de derechos la primera; y poder, influencia, dominio, lujo, confort, abultadas cuentas bancarias, sabrosos dividendos, múltiples casas, coche último modelo, joyas deslumbrantes y viajes de placer la segunda.

3. Para cambiar las estructuras injustas. Habremos de convertimos radicalmente de la codicia al amor que comparte, para hacer posible el cambio de unas estructuras que crean desigualdades injustas entre personas y naciones, y que permiten que el 6% de la humanidad disfrute del 50% de la riqueza del mundo y que un 20% posea casi la otra mitad de la renta, mientras el resto malvive o muere de hambre. Los cristianos no podemos ser espectadores neutrales de la pobreza y miseria ajenas porque "los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón.

Un cristiano no puede dejar sin denuncia las injustas desigualdades entre individuos, clases y países. El creyente de hoy ha de tomar partido claro por la justicia social, como en su tiempo lo hicieron los profetas y el mayor de ellos: Cristo, y después los santos Padres, y lo viene repitiendo la Iglesia en su doctrina social desde hace más de un siglo a partir de la encíclica Rerum novarum del papa León XIII (1891). Tiene que acabarse "la orgía de los disolutos", tanto a nivel individual como colectivo, nacional e internacional, porque los bienes de la tierra tienen destino universal; lo cual relativiza la propiedad privada, que también tiene proyección social (GS 69.71). La opción de la Iglesia por los pobres ha de traducirse a la práctica en nuestra vida, para avalar la autenticidad cristiana de nuestras familias, grupos, comunidades y eucaristías habituales.

Basilio Caballero


COMENTARIOS SOBRE LAS LECTURAS DEL DIA

  Reflexión: Amós 6, 1a.4-7

Nuevamente la Palabra de Dios nos habla del uso que debe hacerse de los bienes de la tierra, advirtiéndonos que por encima de la felicidad y del bienestar que producen las riquezas está la felicidad que ofrece el ser ricos ante Dios.

El profeta Amós denuncia la falsa seguridad de las riquezas. Confianza y seguridad en la misma ciudad que les parece inexpugnable. Confianza y seguridad que estimulan la buena vida: comida, bebida, perfumes, indolencia confortable.

Pero no se aleja así el día funesto, se está preparando la violencia. El cautiverio sobrevendrá como castigo. Cristo-Jesús ama a todos los hombres: por todos muere y por todos resucita. Su evidente predilección por los pobres no excluye su amor total a los ricos.

Precisamente porque es Salvador de todos, advierte muy seriamente de los peligros de la riqueza y del riesgo que corren los ricos si no actúan con justicia y equidad con sus bienes.

El poseer riqueza no es una herejía. Pero el adquirirla de mala manera o el usarla abusivamente es una impiedad y una injusticia profunda. Por eso repite el Señor: ¡cuidado con las riquezas porque no se puede servir a dos señores!

Y lo que sucede a las personas, sucede también a los pueblos, a las naciones. El materialismo va matando la fe y el sentido cristiano de la vida y de la solidaridad, pues se lucha para conseguir el mayor cúmulo de bienes a costa de lo que sea.

La primera lectura del profeta Amós nos lo recuerda. En el siglo VII antes de Cristo, el pueblo de Israel vive un largo período de paz. Aumenta la vida placentera, el despilfarro y los vicios; disminuye el sentido creyente y la fidelidad a Dios.

Por ello, el profeta Amós, con su ignorancia de pastor y su misión de profeta, denuncia esa situación y anuncia el desastre para el pueblo como castigo a su infidelidad. Desastre y castigo que se cumplirían 30 años más tarde.

Pensemos en la semejanza con nuestra situación actual y nuestra vida personal: muy preocupados por el bienestar propio y demasiado olvidados de la solidaridad con los necesitados.

 Reflexión: I Timoteo 6, 11-16

El profeta Amós nos advierte de los riesgos que se corren cuando nuestra conducta se va haciendo más materialista y el olvido de Dios alcanza mayor intensidad.

Por ello San Pablo nos urge a vivir seriamente nuestra vida cristiana practicando las virtudes y guardando el "Mandamiento de Cristo-Jesús".

El cristiano debe luchar por mantenerse leal a las exigencias de su fe, en medio de un clima adverso a ella.

Nuestra fidelidad, nos llevará a poseer la vida en el Reino de Dios, a la que todos hemos sido llamados.

Pero es preciso dar testimonio de nuestra fe cristiana como lo hizo Jesús en el momento más crucial de su vida.

Así lo dice el apóstol Pablo en la segunda lectura de hoy.

Reflexión: San Lucas 16, 19-31

Jesús habla en parábolas para que comprendamos más fácilmente su doctrina.

No debemos quedarnos solamente con la parábola que nos cuenta, sino que hemos de dar acogida a la doctrina que nos transmite; al mensaje que nos ofrece.

Hoy, por medio de una parábola, nos recuerda la actitud de los hombres frente a la riqueza:

- unos son ricos en bienes y se apegan a la riqueza con todas sus fuerzas, prescindiendo de Dios y de los demás,

- otros son ricos en pobreza y se apegan a Dios con la esperanza de que les colmará de la felicidad que ahora no tienen y los hombres les quitan.

También nos enseña el Señor que no podemos decir que existe solidaridad entre los hombres ni entre los pueblos si solamente compartimos las migajas que caen de la mesa.

Pero, ¡eso sí!, Dios no se olvida de nuestros actos y hará que reine la justicia, la equidad y el amor donde nosotros la hayamos hecho desaparecer.

No pidamos el milagro de la resurrección de un muerto para que nos lo demuestre, como le pidió el rico epulón. "Si no aceptamos la Palabra de Dios que se nos ofrece como Buena Noticia, no cambiaríamos de actitud ni aunque resucitara un muerto. Escuchemos lo dice el Señor y demos acogida a su Palabra, que nos invita a llevar una vida personal sobria y que sea solidaria y fraternal con la situación de los demás.

Reflexión personal y en grupo

 
¿En nuestra comunidad cristiana hay proyectos que busquen mejorar el nivel de vida de las personas más pobres?

¿Hemos desarrollado una mentalidad crítica que nos permita ver la injusticia y la violencia que se esconden tras la riqueza?

¿Enfrentamos el futuro con un proyecto que busque una sociedad mejor o nos contentamos con vivir plácidamente el presente?
-Jesús, en la parábola, no dice que el rico estuviera haciendo positivamente nada respecto al pobre; no dice que lo explotaba, ni que lo maltrataba o despreciaba; simplemente coexistía con el pobre; pero Jesús da por supuesto que al morir es llevado a la condenación. ¿Cómo se explica?

-"Urge traducir la parábola del rico malvado en términos económicos y políticos, en términos de derechos humanos, de relaciones entre el primero, el segundo y el tercer mundo" (Juan Pablo II en la ONU, 2.10.1979; cfr. igualmente Redemptor Hominis 16, del 4.3.1979). Hacer una lectura internacional actual de la parábola

EXÉGESIS

PRIMERA LECTURA

Contexto histórico. ‑El éxito de Jeroboam II, rey de Israel, en restablecer las antiguas fronteras del imperio davídico (2 Re 14,25ss) provoca el optimismo del pueblo, cayendo en el pecado de orgullo nacionalista. En realidad, el éxito es meramente coyuntural debido a la decadencia política de Asiria y Siria, declive que permite a Israel vivir momentos de gran euforia.

En Samaria, algunos se enriquecen a costa de otros, y el lujo se nota por doquier: se construyen 'casas de sillares' (5,1 l), se acuestan '...en lechos de marfil' (6,4) divirtiéndose sin moderación ni escrúpulo (4,1; 6,4‑6), se consideran flor y nata del orbe, no prevén peligro alguno y aplican un cetro de violencia (v.3; cfr. 9,10; ¡s. 22,12ss)...

Texto. ‑Am 3‑6 es una colección de breves oráculos de amenaza contra el pueblo de Israel que desarrollan el de 2,6ss. Todos empiezan con esta fórmula: 'Escuchad esta palabra...', ¡Ay de los que...!

El cap. 6,1‑7 expone, con precisión, la conducta de los dirigentes del pueblo (vs. 1‑6) y acaba con un breve oráculo de amenaza (v.7). Con ironía suma, Amós describe el lujo y goces a los que se entrega gente tan despreocupada (vs. 4‑6): 'arrellanarse en divanes' no sólo es costumbre lujosa e inusual en Israel sino que también connota apoltronamiento, vivir sin percatarse de la dura realidad en la que otros se mueven (nuestro 'aquí me las den todas'); tocan el arpa, como David, pero sólo para divertirse; beben en copas que sólo deberían estar destinadas al culto (Ex 38,3; Nm 4,14)... Creen que, dedicándose a los placeres de la mesa, contribuyen a los intereses del pueblo; sólo viven para la fiesta, se muestran incapaces por aliviar la desgracia del pueblo, 'del desastre de José'.

'Pues ahora' introduce el oráculo de condena (v.7): la inminencia del castigo caerá como jarra de agua fría sobre las ilusiones alienantes de los samaritanos. Y los que se creían 'flor y nata' de los pueblos acabarán ocupando el lugar que les corresponde: 'encabezarán la cuerda de los deportados' (v. 1b).

Reflexiones. ‑Nuestra postura como la del pueblo de Israel, suele ser la del avestruz: tapamos nuestros ojos y no queremos ver la realidad que nos rodea. Insensibles a los demás, sólo nos interesa lo que provoca gozo: el nuevo chalet de pizarra y sillares, el mueble lacado, el último modelo de coche, el abrigo de visón... ¿Que otros lo pasan mal? Ni queremos enterarnos. ¿Que otros países pasan hambre, que existen millones de niños famélicos, que aumenta el número de parados en el mundo, que...? No nos importa. Seguimos arrellanados en confortables divanes, comemos carne todos los días, bebemos hasta emborracharnos, nos divertimos sin conocimiento...

Ni siquiera se nos pasa por la cabeza el que un día podamos ir a la cabeza de los deportados. ¡La católica España... flor y nata de la religiosidad mundial...! Nuestros templos todavía son visitados en un tanto por ciento muy elevado; aunque no practiquemos, aún nos declaramos católicos... Y, mientras tanto, gozamos a costa de los demás, trabajamos con el sudor de los otros, seguimos apoltronados en nuestro bienestar sin preocuparnos de nadie ni de nada... ¡Si el profeta Amos levantara la cabeza!



SEGUNDA LECTURA

Exhortación conclusiva a "Timoteo". Se trata de recomendaciones generales a actitudes válidas para todos los ministros representados en la figura del Timoteo, ficticio destinatario del escrito, y aplicables también a todos los cristianos. Estos destinatarios, en espacial lo ministros, se contraponen a los falsos doctores censurados en diversas secciones precedentes.

 Los vv. 12b-24 puede contender una alusión, una especie de "ordenación" que en este final del siglo I quizás ya existiera en ambientes judeohelenísticos, aunque de ninguna manera tan institucionalizada como ocurrió posteriormente. Su estilo sugiere una composición con fragmentos de confesiones e himnos de origen probablemente litúrgico.

 El ministro, pues, ha de desempeñar su servicio ("mandato" en la terminología del v. 14) tomando como modelo a Jesús, incluida de modo especial su Pasión y Muerte histórica, como apunta la mención del Poncio Pilato. Todo ello hasta al final, denominado aquí no "parusía" como en otras cartas de la tradición paulina, sino "manifestación", como en 2 Tim 4,1.8 y Tit 2,13.

 Concluye el párrafo con una doxología referida a Dios, a quien se presenta como último actor de la manifestación gloriosa de Jesucristo. Se habla de Dios con títulos veterotestamentarios ("Rey de reyes" y "Señor de los señores") y también con otros perteneciente al ambiente helenístico al destacar  atributos como la inmortalidad y usar la metáfora de la habitación en la luz inaccesible. Coinciden en poner de relieve la transcendencia y superioridad divina sobre los poderes humanos.

 
Federico Pastor

EVANGELIO

Aclaraciones previas

Dijo Jesús a los fariseos. Esta mención a los fariseos en el encabezamiento del texto obedece a los versículos previos 14-18. En ellos recoge el evangelista la reacción a lo dicho por Jesús sobre la riqueza en 16,1-13 (domingo pasado). Oían todo esto los fariseos, amigos del dinero, y se burlaban de él (v.14). Burla sorprendente conociendo las condiciones de vida pobre y, en ocasiones, mísera de muchos fariseos contemporáneos de Jesús. Por lo tanto, las razones de la burla no hay que buscarlas en la sociología sino en la Escritura Santa, a la que tanto los fariseos como Jesús apelaban. Basados en ella, los fariseos veían en la riqueza un signo de la bendición de Dios. A juicio de los fariseos, las palabras de Jesús en el texto del domingo pasado van en contra de la Escritura Santa, al no hacer de la riqueza un signo de la bendición divina. Consecuentemente, esas palabras  no les resultaban aceptables a  los fariseos, debido al distanciamiento de las mismas de la Escritura Santa. De ahí que los fariseos se burlen de ellas y de Jesús. Esta burla explica la afirmación de Jesús en el v.15 de que no siempre coinciden las valoraciones humanas y las divinas, así como sus palabras del v.16 denunciando la existencia de presiones contra el Reino de Dios en nombre de la Ley y los Profetas.

Texto

Recordemos: En opinión de los fariseos Jesús iba en contra de la Escritura Santa por no hacer de la riqueza un signo de bendición divina. Planteamiento subyacente en esta opinión: equiparación automática entre riqueza y bendición divina.

Una vez más, Jesús responde desde el procedimiento didáctico de la parábola con el doble objetivo de corregir un planteamiento que él no comparte y de proponer el suyo propio. 

La parábola habla de la contrapuesta fortuna de un rico y de un pobre antes y después de la muerte. Situaciones contrapuestas e invertidas sin más. El rico está sentado a la mesa antes de morir; el pobre lo está después; sin mérito o demérito por parte de uno y de otro.  Podemos calificar la parábola de díptico. Tablero primero en el acá humano: Situación fastuosa del rico (v.19) y situación miserable del  pobre (vs.20-21). Tablero breve y realista, de imágenes crudas, tomadas de la realidad que todos podían ver. Tablero segundo en el más allá humano: Inversión de las situaciones. Situación fastuosa del pobre (v.22) y situación miserable del rico (vs.23-31). Tablero más desarrollado, con la atención puesta en las palabras del rico desde su situación miserable. 

Las situaciones de ambos tableros son creación de Jesús: las del primero, a partir de la experiencia visible; las del segundo, a partir de las formas judías de pensar e imaginar  el más allá.  En ambos casos se trata de  recursos gráficos, cuyo objetivo es la contraposición de  situaciones y no la explicación de las mismas. Son concreciones gráficas de  lo afirmado por Jesús en uno de los versículos intermedios antes aludidos: Lo que los hombres exaltan lo aborrece Dios (16,15). Es decir, Jesús no  formula la parábola en términos de recompensa ni como promesa de compensación por las injusticias sociales en el acá humano. La parábola es sencillamente ejemplificación de la diferente valoración que Dios y los hombres pueden tener en lo referente a riqueza y  pobreza, a pobres y ricos.

Novedad de esta parábola es su no finalización con una afirmación de Jesús proponiendo su propio planteamiento. Tal vez porque los destinatarios fariseos eran perfectos conocedores de la Escritura Santa, Jesús prefirió expresar su planteamiento poniendo sus palabras en labios de un personaje tan  fundamental de la Escritura Santa como Abrahán. Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen. Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto. Estas palabras recogen la razón de ser de la parábola contada por Jesús a los fariseos. Éstos se burlaban de él por no hacer de la riqueza un signo de la bendición divina, contradiciendo así a la Escritura Santa. Jesús les invita a ahondar en esa Escritura Santa para descubrir que en nombre de ella no se puede pensar en una equiparación automática entre riqueza y bendición divina, porque Dios y riqueza son valores absolutos incompatibles e irreconciliables. 



Comprensión actualizante

Más que otros textos, el de hoy requiere un especial esfuerzo  para centrarse en el fondo de la parábola y no en sus formas de expresión.  

La parábola es, ante todo, una invitación a revisar nuestra valoración de la riqueza y a ponerla en sintonía con la valoración de Dios. A los ojos de Dios ni la riqueza es signo de su bendición  ni la pobreza lo es de su maldición.  A los ojos de Dios la misma dignidad tiene un rico que un pobre. A los ojos de Dios ni el rico goza de más consideración por ser rico ni el pobre goza de menos por ser pobre. A diferencia nuestra, que  colmamos más fácilmente de honor y consideración al rico que al pobre. Como discípulos de Jesús y si queremos estar en sintonía con Dios deberemos librar una dura batalla con nosotros mismos en este campo.

La parábola es también una invitación a leer y releer la Biblia,  milagro que siempre está a nuestro alcance.

 Alberto Benito

Campaña de CÁRITAS



 “Contra la pobreza, acTÚa”



La parábola parece narrada para nosotros. Jesús habla de un «rico» poderoso. Sus vestidos de púrpura y lino indican lujo y ostentación. Su vida es una fiesta continua. Sin duda, pertenece a ese sector privilegiado que vive en Tiberíades, Séforis o Jerusalén. Son los que poseen riqueza, tienen poder y disfrutan de una vida fastuosa.

 Muy cerca, echado junto a la puerta de su mansión está un «mendigo». No está cubierto de lino y púrpura, sino de llagas repugnantes. No sabe lo que es festín. No le dan ni de lo que tiran de la mesa del rico. Sólo los perros callejeros se le acercan a lamerle las llagas. No posee nada, excepto un nombre, «Lázaro» o Eliezer que significa «Mi Dios es ayuda».

 La escena es insoportable. El «rico» lo tiene todo. No necesita ayuda alguna de Dios. No ve al pobre. Se siente seguro. Vive en la inconsciencia total. ¿No se parece a nosotros? Lázaro, por su parte, es un ejemplo de pobreza total: enfermo, hambriento, excluido, ignorado por quien le podría ayudar. Su única esperanza es Dios. ¿No se parece a tantos millones de hombres y mujeres hundidos en la miseria?

La mirada penetrante de Jesús está desenmascarando la realidad. Las clases más poderosas y los estratos más míseros parecen pertenecer a la misma sociedad, pero están separados por una barrera casi invisible: esa puerta que el rico no atraviesa nunca para acercarse a Lázaro.

Jesús no pronuncia palabra alguna de condena. Es suficiente desenmascarar la realidad. Dios no puede tolerar que las cosas queden así para siempre. Es inevitable el vuelco de esta situación. Esa barrera que separa a los ricos de los pobres se puede convertir en un abismo infranqueable y definitivo.

 El obstáculo para hacer un mundo más justo somos los ricos que levantamos barreras cada vez más seguras para que los pobres no entren en nuestro país, ni lleguen hasta nuestras residencias, ni llamen a nuestra puerta. Dichosos los seguidores de Jesús que rompen barreras, atraviesan puertas, abren caminos y se acercan a los últimos. Ellos encarnan al Dios que ayuda a los pobres. 



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La parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro se repite hoy, entre nosotros, a escala mundial. Ambos personajes incluso representan los dos hemisferios: el rico epulón el hemisferio norte (Europa occidental, América, Japón); el pobre Lázaro es, con pocas excepciones, el hemisferio sur. Dos personajes, dos mundos: el primer mundo y el «tercer mundo». Dos mundos de desigual tamaño: el que llamamos «tercer mundo» representa en realidad «dos tercios del mundo» (se está afirmando el uso de llamarlo precisamente así: no «tercer mundo», sino «dos tercios del mundo».

El mayor pecado contra los pobres y los hambrientos es tal vez la indiferencia, fingir no ver, «dar un rodeo (Cf. Lc 10, 31). Ignorar las inmensas muchedumbres de mendigos, sin techo, sin cuidados médicos y, sobre todo, sin esperanza de un futuro mejor –decía Juan Pablo II– «significaría parecernos al rico epulón que fingía no conocer al mendigo Lázaro, postrado a su puerta».

Tendemos a poner, entre nosotros y los pobres, un doble cristal. El efecto del doble cristal, hoy tan aprovechado, es que impide el paso del frío y del ruido. Y de hecho vemos a los pobres moverse, agitarse, gritar tras la pantalla de la televisión, en las páginas de los periódicos y de las revistas misioneras, pero su grito nos llega como de muy lejos. No llega al corazón, o llega ahí sólo por un momento.  Lo primero que hay que hacer, respecto a los pobres, es por lo tanto romper el «doble cristal», superar la indiferencia, la insensibilidad, echar abajo las barreras y dejarse invadir por una sana inquietud a causa de la espantosa miseria que hay en el mundo.

Eliminar o reducir el injusto y escandaloso abismo que existe entre los saciados y los hambrientos del mundo es la tarea más urgente y más ingente que la humanidad ha llevado consigo sin resolver al entrar en el nuevo milenio.

 P. Raniero Cantalamessa

CON OTRAS PALABRAS

Un hombre demandó a un leñador. Demandante y demandado se presentaron ante el juez. El demandante dijo.

‑ Señoría, demando a este leñador porque, después de vender toda la leña cortada en una jornada, no quiere darme la parte que me corresponde.

‑ Pero si él es quien ha cortado la leña ‑repuso el juez sorprendido‑, ¿qué es lo que has hecho tú para que deba entregarte parte del dinero?

‑ Yo le he animado con mis gritos de aliento ‑explicó el demandante‑. Mis gritos le han estimulado para cortar más leña de la habitual, y, por tanto, ha conseguido más dinero.

El juez se quedó pensativo. Unos instantes después sentenció:

‑ Es justo lo que reclama la parte demandante, leñador ‑dijo dirigiéndose a éste, que se había quedado estupefacto con las primeras conclusiones del juez‑. Entrégame la bolsa con el dinero, pues voy a darle lo que le corresponde al demandante.

Una vez tuvo la bolsa de monedas en la mano, el juez la agitó vigorosamente, produciendo un buen ruido con las mismas. Dijo:

‑Ya te he pagado lo que te corresponde. El leñador recibió el sonido de tu voz y tú recibes el sonido del dinero.

 Debido a la codicia, muchas personas tienden a aprovecharse de los demás, explotarles o robarles, dando la espalda al menor sentimiento de ética o virtud.



Reflexión durante el silencio tras la Comunión: (Cáritas)

He llamado a tu puerta, he llamado a tu corazón

en busca de una cama y de un fuego para calentarme.

¿Por qué me rechazas?

ÁBREME, HERMANO.

¿Por qué me preguntas si soy de África, si soy de América,

si soy de Asia, si soy de Europa?

¿Por qué me preguntas por el nombre de mis dioses?

ÁBREME, HERMANO.

Yo no soy un negro, yo no soy un oriental,

yo no soy un blanco, yo sólo soy un ser humano.

ÁBREME, HERMANO.

Ábreme tu puerta, ábreme tu corazón

porque soy un ser humano,

un ser humano como tú.

ÁBREME, HERMANO.

René Philombe



ORACION DE ACCION DE GRACIAS

Te bendecimos, Señor,

porque escuchas el clamor del pobre,

liberas al oprimido y sustentas al huérfano y a la viuda.

Tú derribas del trono al poderoso y enalteces al humilde;

al hambriento lo colmas de bienes y al rico lo despides vacío.

Cuando nuestro corazón se cierre ignorando al necesitado,

abre, Señor, nuestros ojos para que te veamos a ti en él,

cuando el pobre tienda su mano hacia nosotros para pedirnos,

abre nuestro corazón al gozo de compartir lo nuestro con él.

Ayúdanos, Señor,

a romper la malla del egoísmo acaparador,

liberándonos del afán de poseer y tener, gastar y consumir,

para que no nos habituemos nunca a las desigualdades.

Amén.