jueves, 11 de noviembre de 2010

LO QUE CUENTA ES EL AMOR AQUÍ Y AHORA.

* Como siempre te invito a preparar la oración leyendo los textos (la Palabra de Dios) del Domingo próximo (aquí abajo).
* En segundo lugar elegir uno de los comentarios y quedarte lo que el Espíritu del Señor te inspire.
* Haz silencio, acallando los ruidos exteriores y adentrándote cada vez más en la Presencia del Señor.
* Si te cuesta, vuelve a releer la Palabra.
* Vuelve al silencio del corazón y escucha lo que tu corazón te dicte.
* Déjate amar por Jesús: 
* TE LLAMA A VIVIR EL PRESENTE CON MUCHO AMOR.
* ¡NO TENGAS MIEDO!
* DIOS ES AMOR.
* DIOS ES NUESTRO PRESENTE.
* SOMOS CAMINANTES, PEREGRINOS...
* AQUÍ Y AHORA LO QUE CUENTA ES EL AMOR.
* SI DIOS ESTÁ CON NOSOTROS.
¿QUIÉN CONTRA NOSOTROS?
"NO TEMAS, PEQUEÑO REBAÑO, A NUESTRO PADRE LE HA PARECIDO BIEN DAROS EL REINO".
YA EMPEZAMOS AQUÍ EL CIELO CUANDO CAMINAMOS EN LA CONFIANZA Y EN LA EXPERIENCIA DE QUE DIOS NOS AMA.
¡BUENA SEMANA!
MLRED-EN 

LECTURAS:
Domingo XXXIII TIEMPO ORDINARIO C
MALAQUÍAS 3,19 20a

Mirad que llega el día, ardiente como un horno: malvados y perversos serán la paja, y los quemaré el día que ha de venir dice el Señor de los ejércitos , y no quedará de ellos ni rama ni raíz. Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas.




II TESALONICENSES 3,7 12

Hermanos: Ya sabéis cómo tenéis que imitar nuestro ejemplo: no vivimos entre vosotros sin trabajar, nadie nos dio de balde el pan que comimos, sino que trabajamos y nos cansamos día y noche, a fin de no ser carga para nadie. No es que no tuviésemos derecho para hacerlo, pero quisimos daros un ejemplo que imitar. Cuando vivimos con vosotros os lo mandarnos: El que no trabaja, que no coma. Porque nos hemos enterado de que algunos viven sin trabajar, muy ocupados en no hacer nada. Pues a esos les mandamos y recomendamos, por el Señor Jesucristo, que trabajen con tranquilidad para ganarse el pan.



LUCAS 21,5 19


En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: «Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido». Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?» Él contestó: «Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: “Yo soy”, o bien: “El momento está cerca”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida». Luego les dijo: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».




COMENTARIOS



TESTIMONIO DE UN MONJE CARTUJO:



JESÚS NO ENGAÑA
Un texto duro el de hoy. Palabras proféticas de destrucción, desastres y fin. Pero el sentido del texto es animar a sus discípulos, apoyarlos, defenderlos, abrirles a la esperanza de su ayuda y presencia; dejarles claro que con él y por él ganarán su vida.

Jesús no engaña: se avecinan tiempos difíciles y en esos momentos “muchos vendrán usurpando mi nombre”, y habrá grandes desastres, y seréis perseguidos “en mi nombre”, pero no os preocupéis: “yo os daré palabras y sabiduría”… “y ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.


No sólo nos parece duro, sino que lo es: la historia ha dado buena cuenta de ello. Pero nos quedan muy lejos las persecuciones, los martirios; o están perdidas en el tiempo o en la distancia (todavía sabemos de lugares donde los cristianos son perseguidos, encarcelados y asesinados), pero a nosotros, aquí, se nos desdibujan en la comodidad de nuestras vidas y en la suavidad de nuestro cristianismo.



Dicen que la sociedad está en crisis, que las parroquias están vacías, y la Iglesia tira balones fuera sobre la falta de parroquianos: ¿no será que también ella está en crisis?, ¿no serán estos nuestros tiempos proféticos?



Quizá está cayendo el Templo y muchos discípulos son perseguidos dentro del seno de la estructura jerárquica. No hay cárcel ni martirio, pero sí destierro, olvido e incluso acoso por parte de aquellos que “usurpan su nombre”. Cristianos que así “tienen ocasión de dar testimonio”, cargados de sabiduría que infunde el Espíritu de Jesús. Gente viva de alma despierta y libre: Obispos, teólogos, sacerdotes, religiosos/as, laicos… hombres y mujeres comprometidos con Jesús que, dentro del seno de la Iglesia, siguen luchando porque el Templo siga siendo, y sea siempre, El Espíritu.



¿Y nosotros, cristianos de a pie? Ya sabéis: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra,… porque has revelado estas cosas a los sencillos” (Lc 10, 21)

¿Qué hacemos “los sencillos” en estos tiempos proféticos que nos ha tocado vivir?



Mientras decidimos cómo y qué debemos hacer, recemos para que su Espíritu nos acompañe, aliente, ayude,… a ponernos en marcha, a caminar en su nombre, a no desfallecer ante las dificultades, a ser sus testigos en cada una de las facetas de nuestra vida, sin miedo al Templo, con decisión y coraje.



¡Hay tanto por hacer! en nuestras familias, en nuestro trabajo, con nuestros amigos, en la parroquia, con nuestros niños, con nuestros jóvenes, con los adultos que están perdidos o desorientados, con nuestros mayores, con los pobres de Yahvé, en nuestras comunidades,…



¿Todavía no sabemos qué hacer?



Abramos el corazón, ¡no tengamos miedo!, dejemos que su presencia nos llene y su espíritu nos impulse… Todo lo demás “se os dará por añadidura”.

CONCHA MORATA

concha@dabar.net


Sin miedo al futuro 

      El tema del fin del mundo ha estado siempre de alguna manera presente en la mente de la humanidad. Bastan con poner en cualquier buscador de internet “fin del mundo” y saldrán miles de referencias. Google, el más usado, encuentra 14.900.000 resultados. Casi todos hablan de que se acerca un tiempo de guerras de todo tipo y/o desastres naturales, incluidos algunos a nivel cósmico. Todos esos fenómenos provocarán la destrucción de este mundo. 
      Todas esas predicciones se refieren básicamente a la destrucción del mundo occidental. En realidad para destruir este mundo nuestro no es necesario tampoco un especial cataclismo. Las infraestructuras de nuestras ciudades son ahora mismo tan frágiles –por la sencilla razón de que son enormemente complejas– que un fallo simple puede afectarlas de tal modo que provoque la destrucción del conjunto. 

      Imaginemos por un momento un fallo en la cadena energética. Por unas semanas, por las razones que sean, se interrumpe la llegada del combustible que alimenta nuestros vehículos, las centrales de producción eléctrica, los sistemas de seguridad, etc. Las ciudades se quedarían sin electricidad –a oscuras–, los supermercados se vaciarían –sin alimentos–, los transportes públicos y privados se paralizarían –no se podría ir a trabajar–. ¿Haría falta mucho tiempo para que las personas se organizasen casi tribalmente en bandas territoriales a la búsqueda de recursos vitales para la supervivencia? Eso sería un verdadero fin de “nuestro” mundo, aunque no sería necesariamente el fin del mundo ni del universo.
El fin de “mi” mundo
      Es decir, lo que nos aterra de verdad es el fin de “nuestro” mundo. Y si me apuran el fin de “mi” mundo, de mi red de relaciones, mi familia, mis amistades, mi trabajo... Todo lo que me hace sentirme seguro y protegido. No me hace falta que llegue el fin del mundo a escala cósmica. Eso puede estar bien para una película. La realidad es que me basta imaginar el fin de “mi” mundo para sentirme desvalido y aterrorizado. Esa idea ha estado siempre de alguna manera presente en nuestra mente, como una amenaza inconsciente pero real, que tiene mucho que ver con el saber que nos vamos a morir y que, en ese momento, desaparecido nuestro mundo, nos vamos a enfrentar a lo desconocido. 
      Las lecturas de este día no nos amenazan con el fin del mundo. Son más bien una llamada fuerte a vivir el presente. La perseverancia de que habla Jesús al final del texto evangélico de hoy no es una virtud del futuro sino del presente. Hoy tenemos que vivir el Evangelio y construir el Reino. Hoy tenemos que tender la mano al hermano para construir la casa común. Hoy debemos ser perseverantes en el amor. Hoy hemos de cuidar con esmero este mundo que es nuestra casa y administrar sus recursos de forma que lleguen para todos, hoy y en el futuro. 
      El problema es que algunos se quedan tan embobados ante el anuncio, casi siempre imaginario, de lo que puede suceder en el futuro, que se olvidan de vivir el presente. Pasa a todos los niveles, incluso en las relaciones personales. ¿No han conocido a esas personas que temerosas de lo que pueda suceder mañana –una despedida, una enfermedad– no son ya capaces de disfrutar de la alegría del momento presente? 
El regalo del presente
      San Pablo lo expresa en la segunda lectura con claridad. Algunos de los cristianos de Tesalónica estaban tan pendientes del fin del mundo, de la llegada definitiva de Cristo, que se suponía inminente, que nada de lo del presente les importaba. Así que habían dejado de trabajar. ¿Para qué trabajar si mañana o pasado mañana...? ¿Para qué comenzar a construir una casa si quizá no haya tiempo para terminarla? Pablo les dice que trabajen con tranquilidad para ganarse el pan. 
      La vida no para. Es siempre regalo de Dios. Y no se debe despreciar el don del presente en nombre del futuro. Hoy toca vivir lo que hay y mañana ya afrontaremos lo que venga. Hoy toca comprometernos en la construcción del Reino. Hoy toca acoger a los hermanos y hermanas y hacer que nadie se sienta excluido. ¿Cómo podemos decir que ansiamos participar del Reino si hoy no abrimos las manos y los brazos a nuestros hermanos, si no les servimos a la mesa común?
      Vendrán espantos o vendrá paz. Vendrán cataclismos o vendrá bonanza. Vendrán persecuciones o bienestar. Lo que sea lo vamos a vivir en el nombre de Jesús, como discípulos suyos, disfrutando del don de la vida que se nos regala en cada momento, testigos de la buena nueva con nuestras palabras y con nuestras obras. Sin miedo al futuro porque allí nos espera Dios, el que nos ha prometido en Jesús la Vida en plenitud

Fernando Torres Pérez cmf





BAJO EL AMOR INSONDABLE DE DIOS

No son hoy pocos los que afirman con total seriedad que estamos ya en «los últimos tiempos». Según su convicción, el fin es inminente; hay que prepararse ya para el gran Final. La proximidad del año dos mil parece haber reactivado una vez más la obsesión por el fin del mundo.


Basta acercarse a la literatura esotérica que se ofrece en las librerías o estar atento a ciertos programas de TV. La confusión es total. Se mezclan visiones milenaristas de la Edad Media con las especulaciones del astrólogo francés Nostradamus. Mientras unos recurren al «mensaje secreto4 de Fátima, otros escrutan la «Profecía de los Papas» del abad irlandés san Malaquías.

Por otra parte, expertos en sectas y movimientos religiosos contemporáneos como J. Vernette nos informan de la creciente audiencia que encuentra en Europa el mensaje apocalíptico predicado por Testigos de Jehovah, Adventistas o Iglesias bautistas.

A pesar de la anarquía de tanta especulación, se observan algunos rasgos comunes en todo este fenómeno. Todos coinciden en una visión catastrofista de la sociedad actual; el mundo está dominado por el Mal; las guerras y hambres, la degradación del planeta y la amenaza nuclear son signos de que el fin se acerca. Todos piensan, además, en una intervención directa de Dios que destruirá este mundo para dar comienzo a «algo nuevo». Casi siempre, lo que más interés suscita es calcular el momento preciso en que esto sucederá.


El fenómeno no deja de prestarse a análisis de interés. Para algunos, es un síntoma más de la frustración del hombre actual y de su nostalgia de un mundo mejor. Otros destacan la necesidad sentida por no pocos, de buscar seguridad en la religión. Sin embargo, es obligado decir que, desde una perspectiva cristiana, este mensaje apocalíptico significa un olvido de lo esencial.



Es cierto que también Jesús vivió en su tiempo un clima de espectativa escatológica y que, en su enseñanza, ocupa un lugar importante la llegada del Reino de Dios. Pero, si se quiere ser fiel a su pensamiento, hay que recordar algunas ideas básicas.



La historia del mundo y de los hombres discurre siempre, según Jesús, bajo el amor insondable de Dios. El mundo no está bajo el poder de Satán. Dios está actuando ahora mismo en todos y cada uno de los hombres y mujeres. Podemos confiar en El para transformar y mejorar esta vida.



Para cada individuo, el fin del mundo coincide con el fin de su vida. Será, sobre todo, en nuestra muerte donde experimentaremos cada uno nuestra finitud y la acción salvadora de Dios. Pero, también el mundo llegará un día a su fin. Nadie sabe cómo ni cuando. No es esto lo que, según Jesús, nos ha de preocupar. Lo importante es mantener la confianza en Dios. Esta es su advertencia: "Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras vidas."

La situación de persecución, injusticia y opresión en que vivían los primeros cristianos les hará anhelar con toda el alma el fin del mundo y la consiguiente venida del Mesías. Tales eran las expectativas a este respecto en las primitivas comunidades cristianas, que Pablo tuvo que ponerse serio con algunos miembros de ellas. Así escribía a los Tesalonicenses: «A propósito de la venida de nuestro Señor, Jesús el Mesías, y de nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no perdáis fácilmente la cabeza ni os alarméis con supuestas revelaciones, dichos o cartas nuestras, como si afirmásemos que el día del Señor está encima» (2 Tes 2,1-2). Hasta tal punto esta ban convencidos muchos cristianos de la inminente llegada del fin del mundo, que incluso habían dejado de trabajar para esperarla. Pablo, por su parte, los invita a «retraerse de todo hermano que lleve una vida ociosa», y afirma tajantemente:


«El que no quiera trabajar, que no coma» (2 Tes 3,6ss). Esto sucedía el año 51 de nuestra era.

El fin del mundo no llegó, y los cristianos se vieron obligados por las circunstancias a aplazar su llegada. En el evangelio de Lucas -escrito después del año 70 de nuestra era, fecha de la destrucción del templo de Jerusalén por las legiones de Tito- aparece clara la actitud que deben adoptar los cristianos ante este tema: «Como algunos comentaban la belleza del templo por la calidad de la piedra y los exvotos, Jesús dijo: -Eso que contempláis llegará un día en que lo derribarán hasta que no quede piedra sobre piedra. Los discípulos le preguntaron: Maestro, y ¿cuándo va a ocurrir esto?> y ¿cuál es la señal de que está para suceder?» Según la mentalidad judía, el mundo se acabaría el día en que el templo de Jerusalén fuese destruido; preguntar por la destrucción del templo equivalía a indagar sobre el fin del mundo.


Jesús no respondió directamente a la pregunta de los discípulos. Dijo: «Cuidado con no dejarse extraviar; porque van a venir muchos usando mi titulo, diciendo "ése soy yo", y que el momento está cerca; no los sigáis. Cuando oigáis estruendo de batallas y revoluciones, no tengáis pánico, porque esto tiene que suceder primero, pero el final no será inmediato... Se alzará nación contra nación y reino contra reino, y habrá grandes terremotos, en diversos lugares, hambre y epidemias; sucederán cosas espantosas y se verán portentos grandes en el cielo.» Ni las guerras, ni las revoluciones, ni las catástrofes naturales, ni los falsos mesianismos de cualquier clase anun cian el fin del mundo, cuya fecha de caducidad desconocemos.



Más aún, antes de este final, el cristiano habrá de padecer mucho: «Os perseguirán, os echarán mano, llevándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os conducirán ante reyes y gobernadores por causa mía, pero no perderéis ni un pelo de la cabeza; con vuestro aguante conseguiréis la vida» (Lc 21,1-19).



En lugar de satisfacer la curiosidad de los discípulos sobre la fecha de la destrucción del templo y consiguiente fin del mundo, Jesús los invita a no desanimarse ante todo lo que tendrán que sufrir antes de que llegue el fin. Ni siquiera la destrucción del templo de Jerusalén será anuncio de la venida inmediata del Mesías (Lc 21,20-24). La tarea del discípulo en este mundo es dar testimonio de Jesús, en medio de persecuciones de todo tipo, apuntando con su estilo de vida a otro mundo y otro orden de cosas que acabe con este desorden de odios, guerras y luchas fratricidas. Las restantes indagaciones sobre el fin del mundo son embrollos que a nada conducen. Pura pérdida de tiempo.

José Antonio Pagola

www.redentoristas.org

Presentaciones sobre el Domingo de Cristo Rey

PARA LA ORACION

Es difícil, Señor, mantenerse despierto y no dejarse seducir por los muchos señuelos que, en la vida, atraen nuestra atención con las artes de la publicidad y las ilusiones de las promesas demagógicas. Centra nuestra vista en lo importante, haznos generosos y desprendidos en los templetes que nos construimos. Contágianos de tu confianza y haznos siempre portadores de la verdadera y profunda esperanza que ayuda a luchar y vivir.
Tu insistencia en el pan y el vino es tu pedagogía en nuestra confusión y despiste. El pan y el vino que constituyen la representación esencial de una vida dura de búsqueda de lo necesario, son el regalo de tu propia presencia en las luchas del vivir cotidiano y hacen presentes también a todos los que trabajan, necesitan y esperan.
Es un regalo grandioso contar contigo en los pasos de la vida y en los momentos de las decisiones. Eres un gran regalo como compañero infatigable, mensajero de esperanza y guía en los muchos cruces que confunden nuestra orientación. Eres un gran regalo con tu Palabra de aliento, de ánimo, de comprensión y de perdón. Eres un gran regalo como animador de esfuerzos, removedor de compromisos y recordatorio de los débiles que nos necesitan. Eres un gran Dios, afectuoso y cercano, pedagogo y exigente, educador y amigo. Eres, de verdad, un buen Dios. Por eso, con toda la alegría del mundo, porque podemos contar contigo, estamos muy agradecidos y te lo expresamos.
Nuestra dicha es saber que nos acompañas. Nuestra alegría escuchar tus palabras de ánimo. Nuestra confianza porque no nos abandonas aunque, a veces, parezca que no te sentimos. Haz que nuestro mundo pueda sentir la dicha de tu fe, tu amor y tu esperanza. Entonces será un mundo mejor, más humano.

MARIA CELESTE NOS DICE:

PADRE, MUÉSTRAME A TU HIJO, sabiduría eterna en quien te complaces en el gozo eterno para que te de tu posesión para que yo te ame con  su amor eterno, y para que Él te muestre a mi y yo te conozca en la verdad, para amarte como tú quieres ser amado y  como me mandas que te ame.


Dame a Aquél a quien amo,
aquel en quien espero,
aquel en quien vivo.

Dame mi paga,
dame la posesión 
          de aquel bien que es todo mi bien;
dame mi salvación,
dame mi paz,
         mi seguridad verdadera y eterna.   
M. CELESTE CROSTAROSA
D. 9 41