viernes, 3 de diciembre de 2010

Brotará un renuevo del tronco de Jesé

Domingo 2º de Adviento - Ciclo A


Oración Colecta

Oremos para que podamos acelerar la venida más profunda de Jesús nuestro Salvador.
 
 Oh Dios y Padre nuestro:
Tú enviaste a tu Ungido, a tu Mesías, a nuestro mundo
con el poder y el fuego del amor.
Que todos tus hijos le acojan y le acepten en fe
de forma que él pueda crecer en nosotros.
A tu Iglesia consérvala fiel
al evangelio de justicia y de paz,
y acelera el tiempo venidero de alegría
cuando reúnas en tu reino
a todos los que hayan creído en tu amor
Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor.


María Celeste nos dice hoy:
Cree en Dios con sencillez si quieres amar a Dios con amor perfecto de caridad verdadera. Meditaciones de Adviento, Navidad y Cuaresma p. 47



Primera lectura


Lectura del libro de Isaías (11,1-10):

Aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor. Le inspirará el temor del Señor. No juzgará por apariencias ni sentenciará sólo de oídas; juzgará a los pobres con justicia, con rectitud a los desamparados. Herirá al violento con la vara de su boca, y al malvado con el aliento de sus labios. La justicia será cinturón de sus lomos, y la lealtad, cinturón de sus caderas. Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastorea. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño jugará en la hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente. No harán daño ni estrago por todo mi monte santo: porque está lleno el país de ciencia del Señor, como las aguas colman el mar. Aquel día, la raíz de Jesé se erguirá como enseña de los pueblos: la buscarán los gentiles, y será gloriosa su morada.


Salmo


Sal 71,1-2.7-8.12-13.17

R/.
 Que en sus días florezca la justicia,
y la paz abunde eternamente


Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud. R/.

Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
que domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra. R/.

Él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres. R/.

Que su nombre sea eterno,
y su fama dure como el sol:
que él sea la bendición de todos los pueblos,
y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra. R/.



Segunda lectura


Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (15,4-9):

Todas las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra, de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza. Que Dios, fuente de toda paciencia y consuelo, os conceda estar de acuerdo entre vosotros, según Jesucristo, para que unánimes, a una voz, alabéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. En una palabra, acogeos mutuamente, como Cristo os acogió para gloria de Dios. Quiero decir con esto que Cristo se hizo servidor de los judíos para probar la fidelidad de Dios, cumpliendo las promesas hechas a los patriarcas; y, por otra parte, acoge a los gentiles para que alaben a Dios por su misericordia. Así dice la Escritura: «Te alabaré en medio de los gentiles y cantaré a tu nombre.»
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (3,1-12):

Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.»
Éste es el que anunció el profeta Isaías, diciendo: «Una voz grita en el desierto: "Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos."»
Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados; y él los bautizaba en el Jordán.
Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizará, les dijo: «¡Camada de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: "Abrahán es nuestro padre", pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras. Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego. Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga.»

Comentarios


NO OLVIDAR LA CONVERSIÓN

José Antonio Pagola

"Convertíos porque está cerca el reino de Dios". Según Mateo, éstas son las primeras palabras que pronuncia Juan en el desierto de Judea. Y éstas son también las primeras que pronuncia Jesús, al comenzar su actividad profética, a orillas del lago de Galilea.
Con la predicación del Bautista comienza ya a escucharse la llamada a la conversión que centrará todo el mensaje de Jesús. No ha hecho todavía su aparición, y Juan está ya llamando a un cambio radical pues Dios quiere reorientar la vida hacia su verdadera meta.
Esta conversión no consiste en hacer penitencia. No basta tampoco pertenecer al pueblo elegido. No es suficiente recibir el bautismo del Jordán. Es necesario "dar el fruto que pide la conversión": una vida nueva, orientada a acoger el reino de Dios.
Esta llamada que comienza a escucharse ya en el desierto será el núcleo del mensaje de Jesús, la pasión que animará su vida entera. Viene a decir así: "Comienza un tiempo nuevo. Se acerca Dios. No quiere dejaros solos frente a vuestros problemas y conflictos. Os quiere ver compartiendo la vida como hermanos. Acoged a Dios como Padre de todos. No olvidéis que estáis llamados a una Fiesta final en torno a su mesa".
No nos hemos de resignar a vivir en una Iglesia sin conversión al reino de Dios. No nos está permitido seguir a Jesús sin acoger su proyecto. El concilio Vaticano II lo ha declarado de manera clara y firme: "La Iglesia, al prestar ayuda al mundo y al recibir del mundo múltiple ayuda, no tiene más que una aspiración: que venga el reino de Dios y se realice la salvación del género humano”.
Esta conversión no es sólo un cambio individual de cada uno, sino el clima que hemos de crear en la Iglesia, pues toda ella ha de vivir acogiendo el reino de Dios. No consiste tampoco en cumplir con más fidelidad las prácticas religiosas, sino en "buscar el reino de Dios y su justicia" en la sociedad.
No es suficiente cuidar en las comunidades cristianas la celebración digna de los "sacramentos" de la Iglesia. Es necesario, además, promover los "signos" del reino que Jesús practicaba: la acogida a los más débiles; la compasión hacia los que sufren; la creación de una sociedad reconciliada; el ofrecimiento gratuito del perdón; la defensa de toda persona.
Por eso, animado por un deseo profundo de conversión, el Vaticano II dice así: "La liturgia no agota toda la actividad de la Iglesia, pues para que los hombres puedan llegar a la celebración, es necesario que antes sean llamados a la fe y la conversión". No lo tendríamos que olvidar.


Sobre él se posará el Espíritu del Señor”.
La presencia de Dios Espíritu en lo hondo de nuestro ser
es la realidad primera de la que se derivan todas nuestras posibilidades.
Sin esa presencia yo sería nada. Con esa presencia puedo serlo todo.

Meditar es emprender un camino hacia ese hondón de mi ser.
El camino puede ser largo y difícil, pero no hay alternativa.
Si de verdad quiero ser auténtico, tengo que descubrir mi ser.
Si no lo descubro, mi vida se reducirá al “ego” (falso yo).
La verdadera conversión es consecuencia de este descubrimiento.
El hombre solo cambia una meta por otra mejor.
Si cambio de dirección sin haber descubierto la meta,
me desoriento y continuaré sin ningún rumbo fijo.
Fray Marcos

Abiertos a la novedad de Dios

 


      Lo desconocido siempre nos produce inquietud e incertidumbre. Pero en la espera dedicamos el tiempo a imaginar cómo será lo que esperamos. Y lo hacemos inevitablemente según lo que ya conocemos, según las ideas que ya tenemos, aprendidas quizá en el pasado o de otras experiencias anteriores. Si nos hablan de que vamos a hacer un examen, enseguida haremos memoria de los exámenes que tuvimos en nuestra juventud. Si nos hablan de una tormenta terrible que se avecina, pensaremos en las experiencias buenas o malas que hemos tenido antes con otras tormentas. Y así siempre. Nos cuesta imaginar algo totalmente nuevo. 
      Ante la venida de Jesús, ante el anuncio del Mesías, funcionamos de una manera parecida. Si Dios viene, y no otra cosa es el Adviento sino la celebración del Dios que se acerca a nuestra vida, deberá ser tal y como nos lo han contado. Aquí no contamos con experiencias propias sino con lo que nos enseñaron en el catecismo o lo que nuestros padres o abuelos nos enseñaron al oído cuando éramos muy pequeños. 
      Por un momento tendríamos que ser capaces de vaciar totalmente nuestra mente y abrirnos a la absoluta novedad que es Dios. Porque Dios es totalmente diferente de todo lo que podamos imaginar. ¿Habría podido imaginar alguien a un Dios hecho hombre, encarnado en un niño recién nacido en una cueva? 
Preparar el camino al Señor
      El problema de Juan Bautista es que ante la inminencia de la llegada del Mesías da por supuesto cómo va a ser ese Mesías, deja que los prejuicios y las ideas preconcebidas le dicten sus palabras. Y habla del Mesías que está por llegar más como una amenaza que como un consuelo. Su llegada es un peligro más que ocasión de salvación. El castigo es inminente para los que no se conviertan. Hay que reconocer que está bien la llamada a la conversión pero no es bueno utilizar a Dios como amenaza. Para Juan el Mesías viene dispuesto a quemar la paja, a talar los árboles que no den fruto. Juan amenaza con sus palabras para que nadie se haga ilusiones. Lo que viene es terrible y nadie está preparado. 
      Su intención era buena: preparar el camino al Señor. Pero en esta celebración del Adviento conviene que veamos la realidad con una cierta perspectiva. Tenemos que preparar el camino del Señor pero nosotros ya hemos recibido su visita. Ahora lo celebramos de nuevo, como ya lo hemos celebrado tantas veces en nuestra vida. Sabemos que nos tenemos que convertir pero no porque Dios nos amenace con el castigo sino porque es gracia, y amor, y salvación, y perdón, y misericordia para nosotros. 
La Palabra, fuente de esperanza
      Este Adviento es una buena oportunidad para releer las Escrituras, la Biblia. Como dice Pablo en la segunda lectura, se escribieron para nuestro consuelo y enseñanza, para que mantengamos la esperanza. Porque en ellas tenemos el testimonio vivo de lo que es Dios para nosotros. Ya no tenemos que imaginar. Podemos dejar de lado todos los prejuicios. En las Escrituras tenemos el testimonio vivo de la presencia de Dios entre nosotros. Jesús nos habla al corazón y él es el hijo de Dios encarnado. Su palabra es la misma Palabra de Dios. Leyendo la palabra sentiremos que el corazón se caldea, que la esperanza se anima. Sentiremos que Dios mismo obra en nosotros la conversión no como fruto de la amenaza sino como resultado de experimentar el amor de Dios que nos reconcilia por dentro. Porque el Dios que viene en Jesús es amor. Y nada más que amor. 
      Quizá fue esa experiencia de Dios la que hizo escribir al autor del libro de Isaías el texto que se lee este domingo en la liturgia. La esperanza de la venida del Mesías ilumina para el profeta un mundo nuevo, marcado por la justicia, por la lealtad y la superación de toda forma de violencia. Es casi un sueño, una utopía imposible: el león y el novillo pacerán juntos, habitará el lobo con el cordero. “¡Imposible!”, dirá alguno. Pero el que, llevado por la Palabra, ha experimentado el amor de Dios sabe que es posible y que desde ya vale la pena comenzar a trabajar para que ese mundo nuevo sea posible. Porque es el que Dios quiere para nosotros y el que Dios nos trae con su Hijo. 

Fernando Torres Pérez cmf


ABRIRNOS A LA MISIRICORDIA DE DIOS








1. Como seres humanos estamos llenos de contradicciones. Por una parte buscamos siempre la seguridad, al grado de afirmar más vale malo por conocido, que bueno por conocer . Por otro lado, soñamos siempre con situaciones ideales que necesariamente suponen esfuerzos de cambio en la manera de ser y de actuar. Igualmente, en la sociedad se busca mejorar pero, al mismo tiempo, tener el control de todo, evitar los dinamismos que cuestionan estructuras, organización, toma de decisiones.

2. Las lecturas de hoy nos hablan de un proyecto de Dios que es llamado reino de Dios. Dios tiene un proyecto para la humanidad: que pasemos del fatalismo a la responsabilidad de hijos e hijas en las relaciones con Él; de ser una masa a formar un pueblo, una familia, en las relaciones con los demás y a superar la esclavitud en el uso de los bienes y la opresión de los demás para tener más en lo que se refiere a los bienes de este mundo. Este reino de Dios es presentado en la primera lectura bajo la forma de un mundo donde todos los seres conviven en paz. El salmo responsorial nos habla de un rey justo que trabajará para llevar adelante ese proyecto. Ese rey es Cristo que acoge a todos y llama a todos a un cambio de mentalidad para cambiar de vida y hacer posible ese ideal, como nos dice la segunda lectura. Esa es la conversión de la que habla también el Bautista en el evangelio de hoy.

3. El tiempo de Adviento es un tiempo de conversión. Una invitación a cambiar la idea que tenemos de Dios, de nosotros mismos, de los demás, de la realidad de este mundo. Tenemos que pasar de la idea de Dios que tenían los paganos y que tienen los filósofos: un Dios juez que exige oraciones y sacrificios, un Dios trascendente y lejano, al Dios que nos presentó Jesucristo: un Dios amor, cercano, que ama a los ingratos y malos. Tenemos que cambiar la idea de nosotros y aceptar nuestras limitaciones y, al mismo tiempo, abrirnos a la misericordia de Dios. A los demás los debemos ver como hermanos y hermanas y así podremos abrirnos a la fraternidad. Las cosas de este mundo las debemos tratar como lugar de encuentro con Dios y con los hermanos compartiendo en la justicia y la paz lo que Él creó para todos. Cada vez que en la Misa hacemos el acto penitencial estamos pidiendo a Dios cambiar de mentalidad para cambiar de vida y así contribuir a la creación de un mundo diferente. 
Camilo Maccise