viernes, 19 de noviembre de 2010

DIOS TU CENTRO Y TU AMOR




Aquí tienes como todas las semanas los textos de la Eucaristía del domingo, la oración colecta, varias homilías y alguna pista para reflexionar en grupo.

Como siempre, vas a dejar que Jesús empape tu corazón de amor haciendo silencio.
¿Cómo? Acallando ruidos exteriores e interiores y estando atenta/o a una Presencia que me enamora, me entusiasma y  me ama con locura.

HOY, voy a contemplar a JESÚS QUE SE ME PRESENTA CRUCIFICADO, CORONADO DE ESPINAS, CALLADO, SILENCIOSO…

Voy a dejarme mirar por Él. ¿Qué me dice HOY a mi vida?   ¿A qué me invita?
Con mucho Amor nos anunció que podíamos vivir de otra manera… HOY también nos lo dice.

Nos anuncia un reino, un proyecto de vida nuevo, una humanidad nueva donde los últimos son los primeros, los que nada cuentan en la sociedad Jesús los restituye a su lugar, los invita al Banquete,  una humanidad donde los más olvidados son los primeros comprometidos en este mundo de justicia, paz  y amor.  Todo ello porque tenemos un Padre  común con un corazón como el de una madre grande grande que nos invita a todos a la misma mesa.  

Entonces, voy a contemplar nuestro mundo con los ojos de Dios y voy a dejar que Jesús “me instruya internamente” y me diga qué puedo hacer yo HOY para que este proyecto sea de verdad una realidad en camino…

SIEMPRE PUEDO MODIFICAR MI CAMINO. SIEMPRE PUEDO DEJARME SEDUCIR POR SU PRESENCIA Y CONVERTIRME A SU EVANGELIO DE GRACIA Y AMOR.

M. Celeste tuvo una relación muy fuerte con Jesús. He quitado algunos adjetivos del texto porque su lenguaje a veces se hace hoy un poco empalagoso,, según me dicen comoel de una  buena napolitana del siglo XVIII, pero el contenido es VIDA porque es EXPERIENCIA y experiencia DE DIOS.

Otra pista para orar:

Cada día dedica unos minutos más a la oración silenciosa. Verás como poco a poco vas compartiendo más la fe desde la experiencia interna y DIOS VA SIENDO MÁS Y MÁS TU CENTRO Y TU AMOR…

Después "ve y diles"… "lo que has visto y oido".

¡Buena Semana!
M. Luisa


M Celeste Crostarosa nos dice HOY:

¡Dios, amador mío! Te doy infinitas gracias porque te has dignado decir a mi corazón estas dulcísimas palabras llenas de bondad: “Te daré las llaves del reino de los cielos” (Mt. 19 19), queriendo decir con estas palabras que me has dado las llaves de tu amor, que son las llaves del cielo, habiéndome dado a tu Hijo para que viva su vida en mi corazón y yo viva en tu corazón en el cual, Verbo mío, me son revelados los tesoros de tu corazón y el amor de tu Espíritu que habita  en mi seno descubriéndome las verdades divinas.

 Y sigue compartiendo:

El amor mío y mi amor eras tú solo.  D. 9 52
Asia ha sido condenada a muerte a la horca
por el hecho de ser cristiana en Pakistan.
Oremos por ella en este momento crítico de su vida.
 Sus hijos pequeños de 4 y 8 años aún no saben por qué no está en casa.
Su marido no se atreve a decirles el por qué.


Oración

Roguemos para que todo el Pueblo de Dios 

llegue a ser más semejante a Cristo nuestro Rey.

Oh Dios y Padre nuestro, amante de tu pueblo:

Tú quieres que reconozcamos a nuestro Rey en Jesús, 
coronado de espinas y entronizado en una cruz,
como nuestro líder sin ejército  ni poder.
Con y como él, haz que elijamos el amor
como nuestro único poder,
y el servicio humilde como nuestra única grandeza.
Que sea éste el modo cómo su reinado crezca entre nosotros,
hasta que nos lleves a tu alegría y felicidad eternas.
Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor.

http://porasiabibi.org


Primera lectura
Lectura del segundo libro de Samuel (5,1-3):

En aquellos días, todas las tribus de Israel fueron a Hebrón a ver a David y le dijeron: «Hueso tuyo y carne tuya somos; ya hace tiempo, cuando todavía Saúl era nuestro rey, eras tú quien dirigías las entradas y salidas de Israel. Además el Señor te ha prometido: "Tú serás el pastor de mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel."»
 
Todos los ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver al rey, y el rey David hizo con ellos un pacto en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos ungieron a David como rey de Israel.


Salmo
Sal 121,1-2.4-5

R/.
 Vamos alegres a la casa del Señor

Qué alegría cuando me dijeron:
 
«Vamos a la casa del Señor»!
 
Ya están pisando nuestros pies
 
tus umbrales, Jerusalén.
 R/.

Allá suben las tribus,
 
las tribus del Señor,
 
según la costumbre de Israel,
 
a celebrar el nombre del Señor;
 
en ella están los tribunales de justicia,
 
en el palacio de David.
 R/.

Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (1,12-20):

Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por él y para él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él. Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. El es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.


Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (23,35-43):

En aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.»
 
Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.»
 
Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos.»
 
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.»
 
Pero el otro lo increpaba: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada.»
 
Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.»
 
Jesús le respondió: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.»



 Vivir para el reino de Dios


Una pregunta brota en quien busca sintonizar con Jesús: ¿qué es para él lo más importante, el centro de su vida, la causa a la que se dedicó por entero, su preferencia absoluta? La respuesta no ofrece duda alguna: Jesús vive para el reino de Dios. Es su verdadera pasión. Por esa causa se desvive y lucha; por esa causa es perseguido y ejecutado. Para Jesús, «solo el reino de Dios es absoluto; todo lo demás es relativo».

Lo central en su vida no es Dios simplemente, sino Dios con su proyecto sobre la historia humana. No habla de Dios sin más, sino de Dios y su reino de paz, compasión y justicia. No llama a la gente a hacer penitencia ante Dios, sino a «entrar» en su reino. No invita, sin más, a buscar a Dios, sino a «buscar el reino de Dios y su justicia».

Cuando pone en marcha un movimiento de seguidores que prolonguen su misión, no los envía a organizar una nueva religión, sino a anunciar y promover el reino de Dios.

¿Cómo sería la vida si todos nos pareciéramos un poco más a Dios? Este es el gran anhelo de Jesús: construir la vida tal como la quiere Dios. Habrá que hacer muchas cosas, pero hay tareas que Jesús subraya de manera preferente: introducir en el mundo la compasión de Dios; poner a la humanidad mirando hacia los últimos; construir un mundo más justo, empezando por los más olvidados; sembrar gestos de bondad para aliviar el sufrimiento; enseñar a vivir confiando en Dios Padre, que quiere una vida feliz para sus hijos e hijas.

Desgraciadamente, el reino de Dios es a veces una realidad olvidada por no pocos cristianos. Muchos no han oído hablar de ese proyecto de Dios; no saben que es la única tarea de la Iglesia y de los cristianos.

Ignoran que, para mirar la vida con los ojos de Jesús, hay que mirarla desde la perspectiva del reino de Dios; para vivir como él hay que vivir con su pasión por el reino de Dios.

¿Qué puede haber en estos momentos, para los seguidores de Jesús, más importante que comprometernos en una conversión real del cristianismo al reino de Dios? Ese proyecto de Dios es nuestro objetivo primero. Desde él se nos revela la fe cristiana en su verdad última: amar a Dios es tener hambre y sed de justicia como él; seguir a Jesús es vivir para el reino de Dios como él; pertenecer a la Iglesia es comprometerse por un mundo más justo.




Un rey y un reino diferentes 






      Este no es un reino como los demás ni nuestro rey se parece a ninguno de los que ha habido o habrá en la historia de la humanidad. Ya decía Jesús que estamos acostumbrados a que los poderosos nos exploten u opriman pero que entre nosotros no debía ser así. Lo malo es que las personas tendemos a imaginar lo desconocido a partir de su semejanza mayor o menor con las cosas que conocemos. Por eso, el mismo Jesús habló de reino y nosotros hemos terminado haciéndole a él rey. Y de tanto usar las palabras se nos ha colado de rondón la idea de que su reino es eso: un reino, y de que él es rey como lo son los reyes de este mundo. 
      ¿Cómo son los reyes de este mundo? De muchas maneras. Pero me gusta recordar la introducción de un libro de un sociólogo que leí hace muchos años sobre la política. Comenzaba el libro diciendo que en las sociedades animales de todo tipo siempre había un líder. Decía también que ese líder tenía muchas veces funciones de servicio a la comunidad: proteger a los más débiles, buscar alimento, etc. Pero lo que se daba siempre en esas sociedades animales es que el líder se aprovechaba del grupo. Es decir, tenía a su disposición las mejores hembras, era el primero en comer y tenía derecho, pues, a los mejores bocados, etc. Luego comenzaba el libro propiamente dicho a explicar los mecanismos de organización social que hemos dado en llamar “política”. No hacía falta decir nada más para entender que también en la sociedad humana los políticos muchas veces realizan un servicio a la sociedad pero que son más veces las que se aprovechan de ella, de nosotros, para su propio beneficio. 

El pacto de Hebrón
      Jesús no quería ser un rey de esa manera. Basta con leer el Evangelio detenidamente para entenderlo. Lo suyo es otra forma de comenzar. Posiblemente sea utópica en el sentido de imposible –por eso le costó la vida cuando lo intentó– pero es ciertamente otra forma de organizar la sociedad. Quizá la clave para comprender a Jesús y su idea de lo que era el reino nos la puede dar la primera lectura de este domingo. El segundo libro de Samuel nos cuenta que todas las tribus de Israel fueron a Hebrón y allí el rey David hizo con ellos un “pacto”. Es muy importante subrayar el “pacto”. Un pacto se hace entre iguales. A un pacto no se llega como resultado del poder de uno sobre los demás sino a través del diálogo, del acuerdo, del buen entendimiento. Y todos son responsables de guardar y llevar a la práctica el pacto.
      Lo que Jesús nos ofreció de parte de su Padre fue la firma de un nuevo pacto con la humanidad. Para poder llegar a ese acuerdo, Dios tomó la iniciativa: se abajó, no hizo alarde de su categoría de Dios, se puso a nuestro nivel. En definitiva, se encarnó. 
      Pero no le entendieron. Porque no es fácil. Los judíos tenían, como tantos hoy en día, la idea de un líder, un Mesías, que fuese todopoderoso y les solucionase de un golpe todos los problemas. Los judíos, como nosotros tantas veces, no querían sino volver a ser niños y que papá o mamá les hiciese la vida fácil. 

Ciudadanos libres del Reino de Dios
      Los judíos eliminaron a Jesús porque en lugar de llevarles a la victoria, a la independencia, a un nuevo reino de esplendor, les invitaba a hacer otro camino diferente: el de su reino, el de la fraternidad, el de la acogida a los marginados, a los pobres, a los indefensos, a los enfermos. Porque el reino del que hablaba Jesús era otra cosa. Jesús era peligroso porque invitaba a la gente a pensar, a ser libre y responsable, a madurar como personas, a no dar por supuesto que lo que hacían los poderosos estaba bien sino a ponerse al nivel y discutir y dialogar y sentirse responsable de buscar el bien común. Lo de Jesús era otra cosa. 
      Así que Jesús es nuestro rey pero no al estilo al que estamos habituados. Es un rey que no se siente superior a nosotros, que se abaja. Es un rey que termina muriendo en la cruz. Es un rey que no cree en el poder de las armas sino en la fuerza de la reconciliación, del amor gratuito, de la misericordia. Es un rey que mantiene la esperanza y que, en medio de las dificultades, es capaz de crear esperanza en el corazón de los que están cerca de él, como vemos en el evangelio de hoy. 
      Hoy tenemos la oportunidad de volver a sellar el pacto con nuestro rey. De igual a igual, nos comprometemos a trabajar por el reino. Mejor, por “su” reino. Creemos que vale la pena y que podemos intentar vivir y relacionarnos de otra manera, no basadas en la ley del más fuerte sino en el amor. La jugada es arriesgada. A Jesús le costó la vida. Pero nosotros estamos llenos de esperanza porque sabemos que el Dios de la Vida está de nuestro lado.
Fernando Torres Pérez cmf

Jesús nazareno, rey del universo




La fiesta de Cristo Rey fue establecida por la Iglesia en la época del ocaso de las monarquías con objeto de apoyar a las monarquías y aristocracias, interesadas por la pervivencia del Ancien Régime, y para oponerse a los nacientes regímenes republicanos, que representaban los intereses de los pobres, del liberalismo y de la naciente democracia. Sus orígenes son muy discutibles. Sin embargo, en todo caso, los textos de la liturgia de esta fiesta muestran la manera peculiar en que Cristo sería “Rey”.

Conviene recordar en qué consistían las esperanzas mesiánicas del pueblo judío en el tiempo de Jesús: unos esperaban a un nuevo rey, al estilo de David, tal como se lo presenta en la primera lectura de hoy. Otros, un caudillo militar que fuera capaz de derrotar el poderío romano; otros como un nuevo Sumo Sacerdote, que purificaría el Templo. En los tres casos, se esperaba un Mesías triunfante, poderoso.

El salmo que leemos hoy, también proclama el modelo davídico de “rey”. Jerusalén, la “ciudad santa” es la ciudad del poder, la ciudad del poder.

Eso explica por qué, cuando Jesús anuncia la Pasión a sus seguidores, no logran entender por qué tiene que ir a la muerte.

- El evangelio de hoy nos presenta cómo reina Jesús el Cristo: no desde un trono imperial, sino desde la cruz de los rebeldes. La rebelión de Jesús es la más radical de todas: pretende no sólo eliminar un tipo de poder (el romano, o el sacerdotal) para sustituirlo por otro, con un nombre distinto, pero basado en la misma lógica de dominación y violencia (que era lo que correspondía a las expectativas judías).

Podríamos decir que Jesús es el anti-modelo de rey de los sistemas opresores: no quiere dominar a las demás personas, sino promover, convocar, suscitar, el poder de cada ser humano, de modo que cada una y cada uno de nosotros asumamos responsablemente el peso y el gozo de nuestra libertad.

Uno de los grandes sicólogos del siglo XX, Erich Fromm, plantea, en su libro El miedo a la libertad, que ante la angustia que produce en el ser humano la conciencia de estar separados del resto de la creación, adoptamos dos actitudes igualmente patológicas: dominar a otros, y buscar de quién depender entregándole nuestra libertad. En ambos casos, las personas buscamos cómo, a través de estos mecanismos, disolver esa barrera que nos separa de las otras personas y del resto del universo. El pecado fundamental del ser humano es, según esto, un pecado de poder mal administrado, mal asumido. Y esto es el origen de todos los otros pecados: la avaricia, que conduce a un orden económico injusto; la soberbia, que nos impide ver con claridad nuestros errores y pecados; la mentira, que nos lleva a manipular o a dejarnos manipular; la lujuria, el sexo utilizado como instrumento de poder para “poseer”, oprimir; el miedo, que nos impide levantarnos y caminar sobre nuestros propios pies.

Enmarañados en estas trampas del poder a que nos conduce nuestro “miedo a la libertad”, cuando un régimen opresor de cualquier signo que sea se nos hace insoportable, buscamos como derrocarlo... para sustituirlo por otro que sin embargo funciona sobre la misma lógica. Esa es la lógica que Jesús desarticula de manera total y radical.

Cuando en Getsemaní acuden los soldados y las turbas “de parte de los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo” (Mt 26, 47) para prender a Jesús, él no recurre a violencia de ningún tipo. Jesús se niega a ser coronado rey al estilo del “mundo” luego de la multiplicación de los panes y los peces (Jn. 6, 15). La tentación del poder, entendido al estilo de los sistemas opresores persigue a Jesús desde el desierto hasta la cruz. Y desde el desierto hasta la cruz, Jesús rechaza este modelo, denuncia con toda claridad que procede del diablo, del “príncipe de este mundo”, no cae en sus trampas. El costo de esta resistencia no sólo valiente sino lúcida de Jesús es la muerte.

En la cruz Jesús derrota total y radicalmente al demonio del poder concebido como violencia y opresión por una parte y como dependencia, sumisión y alienación por otra. De este modo que inaugura así un nuevo tipo de relaciones entre las personas y con el universo entero, basadas no en la dominación/dependencia, sino en el respeto mutuo, en la armonía, en la valentía para asumir el peso de la propia libertad responsable.

- En la carta a los Colosenses, Pablo señala cómo a través de Jesús el Cristo (primogénito de todas las criaturas, preexistente y co-creador del universo, cabeza de la iglesia, primicia de la plenitud de la Creación entera) se produce la reconciliación de todos los seres con Dios. Esta y otras expresiones paulinas han dado lugar a interpretaciones erróneas, que consideran que la muerte de Jesucristo en la cruz era el precio que había que pagar para que el Padre, enojado y rencoroso, perdonara a la humanidad pecadora.

Sin embargo, los evangelios nos muestran con claridad por qué y cómo es que Jesús nos reconcilia con el Padre: no por que ese Dios, padre y madre, sea un dios rencoroso, sino porque habíamos perdido el rumbo de la auténtica unidad con Dios y con el universo entero: esa que no se hace sucumbiendo a nuestro miedo existencia y escudándonos en posiciones de poder (dominante o dependiente) sino superando nuestros miedos, atreviéndonos a presentarnos tal como somos ante Dios, en total pobreza de espíritu, sin escudos protectores que nos impidan ver su rostro.

Los cristianos/as proclamamos que Cristo es el alfa y omega de los tiempos, Señor de la Historia. Pero -y sobre todo- que su señorío es el de quien libera de toda forma de opresión y sumisión, que nos da la libertad del Espíritu, que nos devuelve la filiación divina oscurecida por nuestros miedos, debilidades y pecados. Cristo Rey es pues el anti-rey a los ojos del “mundo”. Es el Cordero degollado (Ap. 5, 12) quien nos reconcilia con Dios y nos lleva, no de regreso al Paraíso Perdido, sino a la utopía de la Nueva Jerusalén, en la que no habrá rodilla que doblar más que  ante Dios... ¡que nos   libera, y nos manda ponernos en pie!

- Desgraciadamente, ¡cuántas veces en nuestra vida eclesial reproducimos los modelos de “reinado” del mundo, y no los de Dios en Jesucristo! ¡Cuántas veces establecemos relaciones de poder autoritarias en vez de fraternas! ¡Cuántas veces entramos en contubernio con los poderes del sistema, ya sea por acción o por omisión!

El modelo de “reinado” que nos presenta el “Cordero degollado” nos interpela y llama a la conversión. No es necesario ni conveniente subrayar la «realeza» de Jesús si ello conlleva tergiversar su auténtico y efectivo proyecto de vida. Hace daño, sobre todo a los más oprimidos, presentar esa imagen monárquica y principesca de un Jesús que, en verdad, dedicó toda su vida y sus energías a desenmascarar y a luchar contra ese tipo de estructuras.
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El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 122 de la serie «Un tal Jesús», de los hnos. López Vigil, titulado «Hasta la muerte de cruz». El guión del capítulo, y su comentario, puede ser tomado de aquí: http://www.untaljesus.net/texesp.php?id=1600122
Puede ser escuchado aquí: http://www.untaljesus.net/audios/cap122b.mp3


Para la revisión de vida

A la luz de la fiesta de “Cristo Rey” y del modelo de relaciones entre personas y con la Creación, reflexiones sobre nuestras actitudes en los diversos ámbitos en que nos movemos, y preguntémonos:


¿Cómo son las relaciones de poder en nuestra pareja? ¿Se basan en la dominación/dependencia o en la promoción de la mutua libertad responsable de ambos?


¿Cómo son las relaciones de poder en la familia? ¿Nos valemos de nuestra autoridad como personas adultas para imponernos de manera autoritaria? ¿Justificamos en nombre de la “autoridad” nuestros abusos de poder, maltrato físico, verbal, psicológico? ¿Excusamos los abusos sexuales con algún argumento de poder?


Las relaciones entre los miembros de la Iglesia, siguen el modelo cristiano, o bien siguen el modelo autoritario, represivo, impositivo, excluyente, propio del “príncipe de este mundo?


En el seno de nuestra sociedad, ¿luchamos por nuevas relaciones de poder, según el modelo de Jesucristo, el anti-rey, que nos presentan los evangelios? ¿O nos plegamos a los modelos autoritarios? ¿O nos declaramos impotentes o indiferentes y renunciamos a la lucha?


Para la reunión de grupo

- En Gen. cap. 3 se nos presenta las desigualdades de género y la ruptura con la naturaleza como producto del pecado. ¿De qué manera el “reinado” de Cristo nos libera y nos marca una nueva lógica en las relaciones de poder?

- ¿De qué manera se presenta el pecado del poder en Gen. 4? ¿Qué hacer para revertir esta lógica diabólica?

- En los caps. 6 a 8 del Génesis se nos habla del diluvio que se produce como “castigo” de Dios. ¿Será realmente “castigo” de Dios, o producto de las relaciones de opresión que las personas establecemos sobre la naturaleza?

- En la carta a los Colosenses, ¿cómo interpretar los versículos 19 y 20 a la luz del nuevo “reinado” de Cristo?

- ¿Por qué era preciso que Jesús viviera la “derrota” de la cruz para que se iniciara el Reino de Dios en este mundo?

- Los Evangelios sinópticos (y el texto que leímos hoy en particular) nos presentan a Jesús durante la pasión lleno de humillaciones, dolores, sufrimientos, burlas. El evangelio de Juan en cambio, presenta la cruz como la glorificación del Hijo y del Padre. (Jn 12,23. 28; 17, 1) ¿Cómo explicar esta diferencia de enfoques?

Venga a nosotros tu Reino
Padre nuestro que estás y reinas en el cielo,
que estás también y quieres reinar en la tierra;
ayúdanos a ser y vivir como hermanos.
Que tu nombre sea bendito, santificado, respetado;
que todos te conozcan,
y que nosotros te demos a conocer en nuestra vida.
Que venga tu Reino: que venga la justicia, la solidaridad, la paz;
que nadie muera de hambre, ni de sed, ni de odio;
que nadie sea explotado, oprimido,
que nadie sea excluido, marginado, discriminado.
Que venga tu Reino, tu Espíritu,
y se adueñe de nuestros corazones
y empiece en ellos a reinar con fuerza,
para que nos empeñemos ya en hacer tu voluntad
en la tierra, como se hace en el cielo;
para que anticipemos ya en el suelo
el reino de solidaridad que hay en el cielo.
                                              
José Enrique Galarreta