domingo, 20 de marzo de 2011

ERES MI HIJO AMADO,


Segundo Domingo de Cuaresma

La Cuaresma es para nosotros el tiempo privilegiado para el cambio, la transformación, la transfiguración. Nuestros rostros complacientes y culpables tienen que transformarse en rostros de alegría, amor y servicio. El rostro de nuestro mundo tiene que transformarse también de injusticia en integridad, de odio en bondad y amistad. Nosotros tenemos miedo al cambio, especialmente si es a costa de nosotros mismos. --- 
Hoy 
Jesús nos muestra el camino. 
Él vio cómo el sufrimiento y la muerte le esperaban, 
y por eso su rostro y su corazón estaban tristes. 
Pero entonces el Padre volvió el rostro de Jesús radiante, 
porque iba a encontrarse con la vida y la resurrección; 
su rostro se hizo resplandeciente de alegría y de gloria. 
Si seguimos a Jesús y le dejamos que nos transforme, 
nuestro propio rostro se volverá también resplandeciente.

Oremos para que la luz de Cristo resplandezca sobre nosotros.
Padre de nuestro Señor Jesucristo:

¡Qué maravilloso para nosotros estar aquí

en la presencia de tu Hijo Amado!
Que su rostro radiante nos comunique luz y paz.
No permitas que el pecado nos desfigure aún más, 
ni que divida nuestras comunidades.
Que la luz de su rostro transfigurado 
brille sobre todos nosotros, y nos dé valor,
para que nosotros, a nuestra vez, 
seamos luz unos para otros,
hasta que un día podamos entrar en tu luz eterna. 
Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor.



Primera lectura
Lectura del libro del Génesis (12,1-4a):



En aquellos días, el Señor dijo a Abrán: «Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y será una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan. Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo.» 
Abrán marchó, como le había dicho el Señor.



Salmo
Sal 32,4-5.18-19.20.22



R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, 

como lo esperamos de ti

La palabra del Señor es sincera, 
y todas sus acciones son leales; 
él ama la justicia y el derecho, 
y su misericordia llena la tierra. R/.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, 
en los que esperan en su misericordia, 
para librar sus vidas de la muerte 
y reanimarlos en tiempo de hambre. R/. 

Nosotros aguardamos al Señor: 
él es nuestro auxilio y escudo. 
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, 
como lo esperamos de ti. R/.


Segunda lectura
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo (1,8b-10):



Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios. Él nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestros méritos, sino porque, desde tiempo inmemorial, Dios dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo; y ahora, esa gracia se ha manifestado al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal, por medio del Evangelio.



Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (17,1-9):



En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. 
Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Sí quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» 

Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.» Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. 
Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis.» Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. 
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»







ESTE ES MI HIJO, ESCUCHADLO



HOY
me quedo con esa Palabra de Dios  
y dejo que cale en mi corazón 
¡mil veces! (Es un decir, lo importante es que entre en mi  esa Palabra).

Después, escucho en mi interior:

¡TÚ ERES MI HIJO AMADO!


Y también escucho,
si el Espíritu me lo inspira:

Padre, que todos sean UNO
  EN EL AMOR.


M. Celeste nos dice HOY:



¡Qué agradable y divino eres!

Ahora el Padre y el Espíritu Santo 
se complacen en ti.
En ti reposan y se deleitan.
Alcánzame la virtud de la humildad.

Sana mi corazón soberbio.

Quiero seguirte siempre,
todo el tiempo de mi vida,
para que el Espíritu Santo 
que me has concedido, 
venga a habitar a mi corazón 
y el Padre me ame como hija suya, 
miembro vivo de su Amado Hijo, 
mi Señor y mi Dios.  
Medit. 70