miércoles, 10 de agosto de 2011

SOCORRE CON TU GRACIA MI DEBILIDAD


Lecturas Domingo 20º del Tiempo Ordinario - Ciclo A

Domingo 14 de Agosto del 2011

Oración Colecta



Oremos al Padre de todos

para que nuestro corazón, como el suyo,

se abra a todos.

Oh Padre de todos:
Hace ya muchísimo tiempo
elegiste al pueblo de Israel
para dar a conocer tu nombre a todas las naciones.
Tu Hijo Jesucristo dejó claro
que perdón y plenitud de vida son
el tesoro de todos los que creen en él.
Haz realmente de tu Iglesia un lugar de encuentro
para todos los que te buscan a tientas.
Que todos los obstáculos y barreras se eliminen,
y que las riquezas de todas las naciones y culturas
revelen los mil rostros del amor que nos muestras
en Jesucristo nuestro Señor.

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías (56,1.6-7):

Así dice el Señor: «Guardad el derecho, practicad la justicia, que mi salvación está para llegar, y se va a revelar mi victoria. A los extranjeros que se han dado al Señor, para servirlo, para amar el nombre del Señor y ser sus servidores, que guardan el sábado sin profanarlo y perseveran en mi alianza, los traeré a mi monte santo, los alegraré en mi casa de oración, aceptaré sobre mi altar sus holocaustos y sacrificios; porque mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos

Salmo


Sal 66,2-3.5.6.8



R/. Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación. R/.

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra. R/.

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Que Dios nos bendiga;
que le teman hasta los confines del orbe. R/.


Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (11,13-15.29-32):

Os digo a vosotros, los gentiles: Mientras sea vuestro apóstol, haré honor a mi ministerio, por ver si despierto emulación en los de mi raza y salvo a alguno de ellos. Si su reprobación es reconciliación del mundo, ¿qué será su reintegración sino un volver de la muerte a la vida? Pues los dones y la llamada de Dios son irrevocables. Vosotros, en otro tiempo, erais rebeldes a Dios; pero ahora, al rebelarse ellos, habéis obtenido misericordia. Así también ellos, que ahora son rebeldes, con ocasión de la misericordia obtenida por vosotros, alcanzarán misericordia. Pues Dios nos encerró a todos en la rebeldía para tener misericordia de todos.



Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (15,21-28):

En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón.
Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mi, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo.» Él no le respondió nada.
Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando.»
Él les contestó: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.»
Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió: «Señor, socórreme.»
Él le contestó: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos.»
Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.»
Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.»
En aquel momento quedó curada su hija.



ORACIÓN - CONTEMPLACIÓN

Esta semana vamos a orar con textos de otros.


Aquí  tienes varios.
Como siempre déjate llevar por el Espíritu.
Sorpréndote.
Situáte en el lugar de la cananea, (UNA EXTRANJERA) por ejemplo, o en el lugar de Jesús.
Párate en el texto.
Si ante no has profundizado en él, hazlo ahora y, después gusta la Palabra y déjate conducir por el Espíritu de Dios.
Si no tienes nada que conecte contigo ESPERA EN EL SEÑOR, DESCANSA EN ÉL Y “ÉL TE DARÁ LO QUE PIDE TU CORAZÓN”, como nos dice el salmista.

¡FELIZ ENCUENTRO CON EL SEÑOR!
mlred-en



EL GRITO DE LA MUJER


Cuando, en los años ochenta, Mateo escribe su evangelio, la Iglesia tiene planteada una grave cuestión: ¿Qué han de hacer los seguidores de Jesús? ¿Encerrarse en el marco del pueblo judío o abrirse también a los paganos?

Jesús sólo había actuado dentro de las fronteras de Israel. Ejecutado rápidamente por los dirigentes del templo, no había podido hacer nada más. Sin embargo, rastreando en su vida, los discípulos recordaron dos cosas muy iluminadoras. Primero, Jesús era capaz de descubrir entre los paganos una fe más grande que entre sus propios seguidores. Segundo, Jesús no había reservado su compasión sólo para los judíos. El Dios de la compasión es de todos.

La escena es conmovedora. Una mujer sale al encuentro de Jesús. No pertenece al pueblo elegido. Es pagana. Proviene del maldito pueblo de los cananeos que tanto había luchado contra Israel. Es una mujer sola y sin nombre. No tiene esposo ni hermanos que la defiendan. Tal vez, es madre soltera, viuda, o ha sido abandonada por los suyos.
Mateo sólo destaca su fe. Es la primera mujer que habla en su evangelio. Toda su vida se resume en un grito que expresa lo profundo de su desgracia. Viene detrás de los discípulos «gritando». No se detiene ante el silencio de Jesús ni ante el malestar de sus discípulos. La desgracia de su hija, poseída por «un demonio muy malo», se ha convertido en su propio dolor: «Señor ten compasión de mí».

En un momento determinado la mujer alcanza al grupo, detiene a Jesús, se postra ante él y de rodillas le dice: «Señor socórreme». No acepta las explicaciones de Jesús dedicado a su quehacer en Israel. No acepta la exclusión étnica, política, religiosa y de sexos en que se encuentran tantas mujeres, sufriendo en su soledad y marginación.

Es entonces cuando Jesús se manifiesta en toda su humildad y grandeza: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas». La mujer tiene razón. De nada sirven otras explicaciones. Lo primero es aliviar el sufrimiento. Su petición coincide con la voluntad de Dios.

¿Qué hacemos los cristianos de hoy ante los gritos de tantas mujeres solas, marginadas, maltratadas y olvidadas? ¿Las dejamos de lado justificando nuestro abandono por exigencias de otros quehaceres? Jesús no lo hizo.
José Antonio Pagola


ANÁFORA 

 

Señor Dios nuestro, nos hemos reunido hoy, un domingo más,

en tu nombre, en comunidad de fe, porque creemos en Ti,
aunque sea pobremente, aunque apenas podamos vislumbrarte,
aunque te busquemos fuera y en realidad estés en nuestro interior.
Para empezar esta oración queremos darte las gracias por la Vida,
por el milagro de nuestra propia existencia,
por la maravilla de la creación.
Te llamamos Padre y Madre, con razón, porque eres un Dios bueno.

Gracias por ser como eres.
Te agradecemos también que haya tanta buena gente que te imita,
que continúan tu obra de amor en el mundo, haciéndolo más humano,
que dan consuelo a los que sufren
y dedican su vida a ayudar a los demás.
Que el canto que ahora vamos a entonar
sea un himno de acción de gracias por tu bondad infinita
y por la que vemos reflejada en muchos de nuestros hermanos.
                   Santo, santo…
De modo muy especial, queremos darte las gracias, por tu hijo Jesús,
prototipo de humanidad, paradigma del ser humano,
pero que al mismo tiempo nos descubre cómo eres, Padre Dios,
con su manera de ser y en su buen hacer de cada día
Creer en él, creer en su mensaje, apostar por su liderazgo y seguirle,
nos genera vida, nos moviliza, nos impulsa a salir de nosotros.
Por eso Jesús es nuestro pan, porque alimenta nuestro espíritu.
Querríamos ser conscientes del auténtico sentido de la eucaristía:
que Jesús, en vida y hasta su muerte, se nos dio por entero,
de la misma forma que partió el pan y lo repartió entre todos.
Jesús nos entregó su vida, en un gesto de amor,
pero sin alardes, con la misma sencillez
con que les dio a beber de su propia copa de vino.
El mismo Jesús, la noche en que iban a entregarlo, cogió un pan,
te dio gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros;
haced lo mismo en memoria mía».
Después de cenar, hizo igual con la copa, diciendo:
«Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre;
cada vez que bebáis, haced lo mismo en memoria mía».
Esto es lo que significa este sacramento del pan y el vino:
que Jesús nos entregó toda su vida y Tú, Padre Dios, le tienes contigo.
No podemos permitirnos que nuestra eucaristía se quede en puro rito.
Queremos ser mínimamente consecuentes con nuestra fe y cumplir
con nuestros compromisos más elementales de seres humanos.  .
Si te llamamos Padre nuestro,
debemos ser capaces de querer y de ayudar
no sólo al hermano que está a nuestro lado,
también a quienes malviven al otro lado de la calle y pasan hambre. 
Debemos tener el coraje de abrirles la puerta de nuestra casa
y compartir con ellos el pan que sobra en nuestra mesa.
Seremos pobres de espíritu si no somos generosos y desprendidos,
seremos infelices si no sabemos disfrutar de las cosas en compañía.
Necesitamos, Señor, tu pan, el pan de vida,
el que nos alimenta por dentro,
necesitamos tu espíritu,
para comprender nuestro papel en este mundo,
necesitamos tu fuerza
para llevar adelante nuestros mejores proyectos.
Bendito seas, Padre, y bendito sea tu hijo Jesús.
Por él y con él queremos vivir para siempre bendiciendo tu nombre.
AMÉN.
Rafael Calvo Beca





RELATO


Érase un anciano que, todas las noches, caminaba por las calles oscuras de la ciudad con una lámpara de aceite en la mano.

Una noche se encontró con un amigo que le preguntó: ¿qué haces tú, siendo ciego, con una lámpara en la mano?

El ciego le respondió: “Yo no llevo una lámpara para ver. Yo conozco la oscuridad de las calles de memoria. Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando me vean a mí”…

¡Qué hermoso sería si todos ilumináramos los caminos de los demás! Llevar luz y no oscuridad.

Luz…demos luz.

De la historia de Pedro, ciego y náufrago en la tormenta del domingo pasado a la historia de hoy, de la mujer cananea, invisible y marginada.

Del grito de Pedro: “Señor, sálvame” al grito de la mujer extranjera: “Señor, socórreme”.

De la respuesta de Jesús a Pedro: “Hombre de poca fe, ¿por qué vacilaste? a la respuesta de hoy: “Mujer, qué grande es tu fe”.

en medio de la ciega tormenta está Jesús salvando a Pedro náufrago y en medio de esta mujer y su hija atormentada por un demonio está Jesús y le dice: “Mujer, que se cumpla tu deseo”.

Y en medio de nosotros en este domingo está también Jesús que viene a traernos la luz y la salvación.

¿Cómo nos sentimos nosotros hoy? ¿Como hijos de Dios, como miembros de la Iglesia o como perritos que comen las migajas que caen de la mesa?

La mujer cananea no fue saludada, no le dieron un aplauso de bienvenida como hacemos nosotros, era gentil, extranjera, y como a un perro había que despacharla porque con sus ladridos asustaban a todos y Jesús tampoco le hizo mucho caso.

Pudo más la fe y la insistencia de la mujer que todos los rechazos.

Pudo más su perseverancia y atrevimiento que las palabras de los discípulos y la frialdad de Jesús.

Siempre puede más la fe que la duda, la insistencia que el cansancio.

En el corazón de Dios, en la Iglesia de Jesús, cabemos todos. Todos llamados a ser injertados en el árbol de la vida, a pertenecer y a heredar el Reino. Todos somos ovejas perdidas de Israel.

La mujer cananea y su hija atormentada por un demonio son símbolo de todos nosotros.

Ellas se alimentaban con las migajas que caían de la mesa de sus patronos. Pero querían participar de la mesa como hijos, querían sentirse amados por Jesús, querían gozar de la fiesta  que Jesús traía. Y la fe y la perseverancia abrieron de par en par las puertas del corazón de Jesús.


Muchos hermanos nuestros y nosotros también vivimos de las migajas de la iglesia: una oración rutinaria, una misa más penitencia que gozo, unos miedos, una vida cristiana tibia y otros un vago recuerdo de su bautismo…migajas en nuestro plato cristiano.


La mujer cananea no se contentó con las migajas que caían de la mesa, quiso el pan entero, el amor entero, la sanación entera, la vida entera, la pertenencia entera.

¿Por qué contentarnos con un poco cuando lo podemos tener todo?

¿Por qué considerarnos extranjeros cuando somos hijos?

¿Por qué no invitamos a tantos hermanos alejados que comen las migajas de los celos, del alcohol, de la droga, de la infidelidad a ser miembros de la Iglesia de Jesús?

Nuestra responsabilidad no es de apartar a nadie que busca sinceramente al Señor, los apóstoles aquel día hicieron de espantapájaros, sino de acercarlos con amor hasta la fuente del perdón y de la salvación.

En Internet hay una lista de las personas más odiadas del mundo. No le resultaría difícil poner algunos nombres: Adolfo, Osama, Sadam…

Suscitan en nosotros emociones demasiado fuertes como para pensar en ofrecerles nuestro perdón.

¿Guarda usted una lista de las personas que le han ofendido? Si la tiene el reto del perdón es más grande, pero la exigencia de perdonar no por eso es menor.

¿Tiene Jesús una lista? Él no tiene ninguna lista de personas odiadas. Su lista es la del amor  a todos, incluido usted.


COMULGAR ES ESTAR DE ACUERDO CONTIGO

Cada vez que me acerco hasta tu altar,
estoy reforzando mi amistad contigo,
te capto como alguien vivo y cercano
y siento tu esperanza y fortaleza en mi interior.

Cada vez que comulgo, Señor,
me llenas de entusiasmo y de sentido
y ya no puedo prescindir de tu misión
de agrandar mi corazón universal.

Cada vez que te acepto y te recibo,
renuevas mis ilusiones fraternas,
porque me indicas claramente la ruta
de construir una tierra justa y nueva.

Cada vez que comulgo contigo,
acepto tus ideas radicales,
de preferir a los pobres y marginados
para gastar mi vida en mejorar la suya.

Cada vez que entras en mis adentros,
tu espíritu me anima y me sostiene,
haces renacer en mí la solidaridad,
un talante agradecido y sensibilidad.

Cada vez que me encuentro contigo,
mi corazón se ensancha y se dinamiza,
me sacas de todos mis pequeños egoísmos
y me llenas de tu capacidad de obrar el bien.

Mari Patxi Ayerra


Mª CELESTE NOS DICE HOY:


¡Oh Redentor y creador mío! Por tu infinita bondad no me abandones. Misericordia mía infinita, ¡socorre con tu gracia mi debilidad! Te lo digo Señor mío, con lágrimas en los ojos, para que sientas compasión de mí. Porque descubro en mí un defecto más particular que todos los demás. Y es que en algunas ocasiones de desprecio hacia mí, no llego a superarme como debiera, sobre todo si el desprecio lo recibo de una persona con la tengo confianza y amistad estrecha.
D 4 1