jueves, 5 de agosto de 2010

ENCONTRAR EL VERDADERO SER INFINITO

Primera Lectura

 Sab 18, 6-9:

Primera lectura
Castigabas a los enemigos y nos honrabas llamándonos a ti
Los israelitas, oprimidos en Egipto, experimentaron que el Señor era su salvador, la noche en que murieron los primogénitos de los egipcios. Por eso aquella noche tuvo una significación trascendental para la historia de los hebreos. Les recordaba las promesas que Dios había hecho a sus padres; que desde entonces Israel fue un pueblo libre y consagrado al Señor. La primera cena del cordero pascual sirve de modelo a lo que había de ser centro de la vida religiosa y cultural.Lectura del libro de la Sabiduría (18,6-9):

La participación en un mismo sacrificio simbolizaba la unión solidaria de un pueblo en un destino común. La celebración pascual recuerda que Dios no cesa de elegir a su pueblo entre los justos y de castigar a los impíos.

La noche de la liberación se les anunció de antemano a nuestros padres, para que tuvieran ánimo, al conocer con certeza la promesa de que se fiaban. Tu pueblo esperaba ya la salvación de los inocentes y la perdición de los culpables, pues con una misma acción castigabas a los enemigos y nos honrabas, llamándonos a ti. Los hijos piadosos de un pueblo justo ofrecían sacrificios a escondidas y, de común acuerdo, se imponían esta ley sagrada: que todos los santos serían solidarios en los peligros y en los bienes; y empezaron a entonar los himnos tradicionales.


Salmo 32: Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad
Sal 32,1.12.18-19.20.22

R/. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad


Aclamad, justos, al Señor, 
que merece la alabanza de los buenos. 
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, 
el pueblo que él se escogió como heredad. R/. 


Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, 
en los que esperan en su misericordia, 
para librar sus vidas de la muerte 
y reanimarlos en tiempo de hambre. R/.


Nosotros aguardamos al Señor: 
él es nuestro auxilio y escudo; 
que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, 
como lo esperamos de ti. R/.

Segunda Lectura
Heb 11, 1-2. 8-19: Esperaba la ciudad cuyo arquitecto sería Dios


La fe de Abraham y de los patriarcas sirve de ejemplo. Para estimular la perseverancia en la fe que lleva a la salvación, la carta a los Hebreos aduce una serie de testigos. Abraham, lo mismo que los hebreos del siglo I, conoció la emigración, la ruptura respecto al medio familiar y nacional y la inseguridad de las personas desplazadas. Pero en esas pruebas encontró Abraham motivo para ejercer un acto de fe en la promesa de Dios.


La fe enseña a no darse por satisfechos con los bienes tangibles ni con esperanzas inmediatas. Abraham creyó por encima de la amenaza de la muerte. Sufrió los efectos de esterilidad de Sara y la falta de descendencia. Esta prueba fue para él la más angustiosa porque el patriarca se acercaba a la muerte sin haber recibido la prenda de la promesa. Aquí se hace realidad la última calidad de la fe: aceptar la muerte sabiendo que no podrá hacer fracasar el designio de Dios.


Más que el sufrimiento, es la muerte el signo por excelencia de la fe y de la entrega de uno mismo a Dios. Abraham creyó en un “por encima de la muerte”, creyó le sería concedida una posteridad incluso en un cuerpo ya apagado, porque le había sido prometida. Esta fe constituye lo esencial de la actitud de Cristo ante la cruz. También se entregó a su Padre y a la realización del designio divino, pero tuvo que medir el fracaso total de su empresa: para congregar a toda la humanidad, se encuentra aislado pero confiado en un por encima de la muerte que su resurrección iba a poner de manifiesto.
 Segunda lectura


Lectura de la carta a los Hebreos (11,1-2.8-19):


La fe es la garantía de las cosas que se esperan, la prueba de aquellas que no se ven. Por ella recibieron testimonio de admiración los antiguos. Por la fe Abrahán, obedeciendo la llamada divina, partió para un país que recibiría en posesión, y partió sin saber a dónde iba. Por la fe vino a habitar en la tierra prometida como en un país extranjero, viviendo en tiendas de campaña, con Isaac y Jacob, herederos con él de la misma promesa. Porque él esperaba la ciudad de sólidos cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios. Por la fe recibió también Sara el poder de concebir, fuera de la edad propicia, porque creyó; en la fidelidad de aquel que se lo había prometido. Precisamente por esto, de un solo hombre, ya casi muerto, nació una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo y como los incontables granos de arena que hay en las playas del mar. Todos éstos murieron en la fe sin haber obtenido la realización de las promesas, pero habiéndolas visto y saludado de lejos y reconociendo que eran extranjeros y peregrinos en la tierra. Ahora bien, aquellos que hablan así demuestran claramente que buscan la patria. Y si ellos hubiesen pensado en aquella de la que habían salido, hubiesen tenido oportunidad para volver a ella. Ellos, en cambio, aspiraban a una patria mejor, es decir, celeste. Por eso Dios no se avergüenza de ellos, de llamarse «su Dios», porque les ha preparado una ciudad. Por la fe Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac; e inmolaba a su hijo único a aquel que había recibido las promesas, a aquel de quien le había sido dicho: De Isaac saldrá una descendencia que llevará tu nombre. Porque pensaba que Dios tiene poder incluso para resucitar a los muertos. Por eso recobró a su hijo. Esto es un símbolo para nosotros.



Lc 12, 32-48: Estén preparados, con las lámparas encendidas.


Evangelio


Lectura del santo evangelio según san Lucas (12,32-48):


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón. Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.» 
Pedro le preguntó: «Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?» 
El Señor le respondió: «¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si el empleado piensa: "Mi amo tarda en llegar", y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles. El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá.»


Evangelio

El evangelio de hoy nos presenta unas recomendaciones que tienen relación con la parábola del domingo anterior del rico necio. Los exegetas se diversifican en cuanto a la estructura que presente el texto y no determinan las unidades de las que se compone. La actitud de confianza con el que inicia el texto no debería de omitirse “no temas, rebañito mío, porque su Padre ha tenido a bien darles el reino”. Esta exhortación a la confianza, al estilo veterotestamentario y que gusta a Lucas, expresa la ternura y protección que Dios ofrece a su pueblo, pero expresa también la autocomprensión de las primeras comunidades: conscientes de su pequeñez e impotencia, vivían, sin embargo, la seguridad de la victoria. La bondad de Dios, en su amor desmedido, nos ha regalado el reino. Desde aquí tenemos que entender las exhortaciones siguientes. Si el reino es regalo, lo demás es superfluo (bienes materiales). Recordemos los sumarios de Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles.


Lucas invita a la vigilancia, consciente de la ausencia de su Señor, a una comunidad que espera su regreso, pero no de manera inminente como sucedía en las comunidades de Pablo (cf. 1Tes.4-5). La Iglesia de Lucas sabe que vive en los últimos días en los que el hombre acoge o rechaza de forma definitiva la salvación que se regala. Cristo ha venido, ha de venir; está fuera de la historia, pero actúa en ella. La historia presente, de hecho, es el tiempo de la iglesia, tiempo de vigilancia.


Fitzmyer, ilustra esta afinada concepción de la historia, aparecen varias recomendaciones en lo que puede considerarse como los “retazos de una hipotética parábola”. Lo importante será descubrir en cuál de esas recomendaciones centramos la llegada que hay que esperar de manera vigilante. La predicación histórica de Jesús tienen estas máximas sobre la vigilancia y la confianza. Ahora, en este texto se les reviste de carácter escatológico. El punto clave reside en la invitación “estén preparados”; o lo que es lo mismo, lo importante es el hoy. A la luz de una certeza sobre el futuro, queda determinado el presente. Esta es la comprensión de la historia de Lucas: “se ha cumplido hoy” (4,21), “está entre ustedes” (17,20-21) y “ha de venir” (17,20).



El Reino es, al mismo tiempo, presente y algo todavía por venir. De aquí la doble actitud que se exige al cristiano: desprendimiento y vigilancia. Es necesario desprenderse de los cuidados y de los bienes de este mundo, dando así testimonio de que se buscan las cosas del cielo.


La vigilancia cristiana es inculcada constantemente por Cristo (Mc 14,38; Mt 25,13). La vida del cristiano debe ser toda ella una preparación para el encuentro con el Señor. La muerte que provoca tanto miedo en el que no cree, para el cristiano es una meditación: marca el fin de la prueba, el nacimiento a la vida inmortal, el encuentro con Cristo que le conduce a la Casa del Padre.


La intervención de Pedro, demuestra que la exhortación de Jesús sobre el significado de actuar y perseverar en vigilancia es en primer lugar referido a aquellos que son “la cabeza” de la comunidad, o mejor dicho para los que “están al servicio” de la comunidad. La resurrección a la vida depende del modo como ejercitaron ese servicio.


Parte del evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 105 de la serie «Un tal Jesús», de los hnos. López Vigil, titulado «Un cielo nuevo y una nueva tierra». El guión y su guión y su comentario puede ser tomado de aquí: http://www.untaljesus.net/texesp.php?id=1500105
Puede ser escuchado aquí: http://www.untaljesus.net/audios/cap105b.mp3


Comentario al Evangelio del Domingo 08 de Agosto del 2010
Fernando Torres Pérez cmf

Dejarnos sorprender por Dios
 La gran sorpresa que se llevó el pueblo elegido fue descubrir que precisamente no eran el pueblo elegido sino que la salvación era para todos los pueblos. En el fondo lo que hizo Jesús fue ampliar la perspectiva de la salvación a todos los hombres y mujeres porque su mensaje, muy en síntesis, es que Dios es el Padre de todos y no de unos pocos elegidos o de una raza concreta o de los que hablan una lengua o viven en un país o practican una determinada liturgia. Dios es Padre de todos. Sin excepciones. 



      Parece que la afirmación de la universalidad de la salvación no es fácil de asimilar. El pueblo de Israel tuvo muchas dificultades. Los primeros cristianos, todos provenientes del mundo judío, necesitaron tiempo para asimilar que ni ser judío ni hacerse judío era condición indispensable para ser discípulo de Jesús. Más adelante, seguimos poniendo fronteras –parece que eso es algo que nos encanta a la humanidad– y decidimos que la salvación venía para los que se bautizaban, para los que iban a misa los domingos, para los que llevaban un determinado hábito o rezaban determinadas oraciones. No eran fronteras de raza pero ya marcaban la diferencia. ¡Podíamos seguir diciendo que éramos el pueblo elegido! Y rezar con gozo el estribillo del salmo responsorial: “Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.”


 Ya conocemos a Dios
      Todo es porque tenemos ya nuestras ideas sobre lo que es Dios, sobre cómo debe actuar él y sobre cómo debemos actuar nosotros. Él nos debe liberar pero de la forma y manera como nosotros queremos. Se nos olvida que Dios es Dios, que de Él sólo conocemos lo que se nos ha revelado en Jesús. Y que Dios es absolutamente sorprendente, que rompe nuestros esquemas y nuestras ideas preconcebidas. Que no se deja llevar por nuestros caminos sino que tiene sus propios caminos. 

      La fe es la capacidad de estar abiertos a la sorpresa de Dios. Abrahán descubrió una nueva tierra pero dejó la suya sin saber dónde iba. Por la fe creyó en una promesa que ni siquiera vio cumplida y que posiblemente no entendió del todo. Por la fe, fue capaz de ofrecer en sacrificio a su propio hijo, que era parte de la promesa, confiando en que la fuerza de Dios haría brotar la vida en dónde él no veía más futuro que la muerte.

      El tesoro de que nos habla Jesús en el Evangelio de este domingo no es el que nosotros nos imaginamos. No consiste en oro ni piedras preciosas. Pero tampoco sabemos con certeza que consista en una vida de mortificación y ascetismo. Esa es la sorpresa de Dios, la que nos tiene preparada. Ahí ponemos nuestra confianza y creemos que lo que Dios nos tiene preparado –sea lo que sea– es bueno. No sólo eso. Es lo mejor que puede haber para nosotros. Se escapa a nuestra imaginación y a nuestras ideas porque Dios escapa a nuestra imaginación y a nuestras ideas. 

Esperando en fraternidad
      Vale la pena vivir en la fe. Vigilantes ante el Dios que nos llega. Decía un profesor mío de teología que Dios no está en nuestra pasado sino que nos espera en el futuro, a la vuelta de la esquina de la calle de la vida por la que estamos caminando ahora mismo. Los criados o el administrador de que hablan las parábolas de Jesús tienen en su mano el dejarse llevar por sus ideas preconcebidas o esperar vigilantes la llegada de su amo y confiar que lo que el amo les traiga será lo mejor para ellos.

      Los hay que prefieren emborracharse de poder y de tantas otras cosas. Ponen en ellas su corazón. Y se equivocan. Los hay que prefieren aguardar vigilantes en compañía de los hermanos y hermanas, con las manos abiertas a todos los hombres y mujeres, esperando la venida del Señor, compartiendo las pobrezas, las limitaciones, hasta el pecado pero confiando en que lo que Dios nos trae es la salvación. 

      Y en la espera se conoce a otras personas, se establecen lazos de familia, reconocemos el rostro del hermano en el otro, rompemos fronteras, vivimos en esperanza y conocemos el gozo de la fraternidad. Quizá hasta descubrir que esa misma espera y esa misma vigilancia es ya la presencia del Dios que nos salva del egoísmo individualista que nos impide vivir la vida como hijos e hijas de Dios. 


1. Lectio


a) Clave de lectura:



Estamos en un doble contexto: la formación de los discípulos y de las discípulas durante el camino de Jesús a Jerusalén (9,51-19,28) y la reacción de los paganos convertidos, en las comunidades lucanas, después del entusiasmo inicial y el prolongarse la venida del Señor. Los discípulos tienen miedo (9,45) de la nueva perspectiva de la misión de Jesús, que deberá sufrir (9,22.43-44), continúa dominando en ellos la mentalidad de un Mesías glorioso, más seguro. Así también en las nuevas comunidades cristianas (años 80), comienza a retoñar el espíritu pagano. Mejor es esperar antes de convertirse estable y profundamente, poner a un lado el cambio de vida y mentalidad. Jesús asegura a los discípulos y discípulas, con tres pequeñas parábolas les hace reflexionar sobre el significado del encuentro con Dios, sobre el sentido de la vigilancia y de la responsabilidad de cada uno en el momento presente.


b) Una posible división del texto:

12,32-35 introducción
12,36-38 parábola del amo que vuelve de las bodas
12,39 parábola del ladrón que descerraja, horada 
12,40-41 los discípulos llamados en causa
12,42-46 parábola del administrador
12,47-48 conclusión


c) El texto:

32 «No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino.
33 «Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla corroe; 34 porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.
35 «Tened ceñida la cintura y las lámparas encendidas, 36 y sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran. 37 Dichosos los siervos a quienes el señor, al venir, encuentre despiertos: yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá. 38 Que venga en la segunda vigilia o en la tercera, si los encuentra así, ¡dichosos ellos! 39 Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora iba a venir el ladrón, no dejaría que le horadasen su casa. 40Estad también vosotros preparados, porque cuando menos lo penséis, vendrá el Hijo del hombre.»
41 Dijo Pedro: «Señor, ¿dices esta parábola para nosotros o para todos?» 42 Respondió el Señor: «¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para darles a su tiempo su ración conveniente? 43 Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así. 44 De verdad os digo que le pondrá al frente de toda su hacienda.45 Pero si aquel siervo se dice en su corazón: `Mi señor tarda en venir', y se pone a golpear a los criados y a las criadas, a comer y a beber y a emborracharse, 46 vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera y en el momento que no sabe, le castigará severamente y le señalará su suerte entre los infieles.
47 «Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; 48 el que no la conoce y hace cosas que merecen azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más.

2. Un momento de silencio orante

para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.


a) Algunas preguntas:

- ¿Qué sentimientos ha suscitado en mi la lectura del texto? ¿Miedo, confianza, sorpresa, gozo, esperanza, confusión...?
- La vida cristiana: ¿Cuánto tiene para mi de gozo, cuánto de peso? ¿Cuánto es deber, cuánto es amor?
- El pensamiento de mi muerte imprevista: ¿Qué suscita en mi?
- ¿En qué medida es esperada la comunión con Dios, en qué medida se posee de mi?
- La mentalidad pagana del “carpe diem”, contraria a los valores evangélicos: ¿Cómo se manifiesta hoy?
- Ser vigilantes, fieles, trabajadores por el Reino, preparados: ¿Qué comporta a mi vida?

b) Comentario:

Pensemos en una catequesis sobre la vuelta del Señor.

12,32 No hay motivo para tener miedo.
No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino. Aseguración de Jesús de frente al miedo de los discípulos a través de la metáfora del rebaño (Jn 10; 21,15-17) y del buen pastor. Se necesita temer a los falsos profetas (Mt 7,15). El Padre quiere que no se pierda ninguno (Mt 18,12-16), Él nos proporcionará todo (Rom 8,28-32). Un puesto nos ha preparado desde la fundación del mundo (Mt 25,34), somos herederos con el Hijo (1Pt 1,3-5).



12,33-34 Acojamos hoy la riqueza del poseer a Dios, único bien. ¡Sólo Dios basta!
Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla corroe; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.
Jesús ya había dicho lo de no acumular bienes (Mt 6,20-21). La comunidad cristiana había entendido el sentido de la libertad de bienes y la del compartir (At 4,34) porque el tiempo se ha hecho breve (1Cor 7,29-31). La vida nueva en Cristo se convierte en el criterio para la posesión de cualquier bien.


12,35 Empeñémonos en lo cotidiano
Tened ceñida la cintura y las lámparas encendidas;
Porque al Padre le ha agradado daros el Reino, es necesario estar preparados para poseerlo, después de haber dejado todo impedimento. Los judíos se ceñían sus largos vestidos a los lomos para poder trabajar mejor. Elías se ciñe para correr (1Re 18,46). La conducta que Jesús recomienda a los que esperan su venida es la de ponerse a la obra, de no caer en la mediocridad (1Ts 5,6-8; 1Pet 5,8; 1,13). La vigilancia es fundamental para el cristiano. Más que una conducta moral es la condición de vida, una vez revestido de Cristo y dedicado a su Reino.


12,37-38 El encuentro con Dios será maravilloso
Dichosos los siervos a quienes el señor, al venir, encuentre despiertos: yo os aseguro que se ceñirá, los hará poner a la mesa y yendo de uno a otro les servirá. Que venga en la segunda vigilia o en la tercera, si los encuentra así ¡dichosos ellos!
¡Es sorprendente el gesto del señor que se pone a servirlos! Es lo que ha hecho Jesús lavando los pies a los discípulos (Jn 13,4-5). La noche dividida en partes (Mc 13,35) según el uso romano, se convierte cada vez más empeñativa para el que vigila. El futuro está garantizado por la fidelidad creativa al Señor.


12.39 No perdamos el tiempo (¡y dinero!) para proveer el futuro
Entendedlo bien: si el dueño da casa supiese a qué hora iba a venir el ladrón, no dejaría que le horadasen su casa.
Un argumento para la vigilancia es el hecho de que no se sabe cuando vendrá el Señor (Mt. 24,42-51). Tanto el día del juicio final como el de la muerte individual son desconocidos. Su venida no puede ser prevista (Ap 3,3). Esto impresionó mucho a los discípulos (1Ts 2,1-2: 2Pt 3,10).


12,40-41 El amor y no la pertenencia formal debe ser nuestra fuerza.
Estad también vosotros preparados, porque cuando menos lo penséis, vendrá el Hijo del hombre. Dijo Pedro: “Señor, ¿dices esta parábola para nosotros o para todos?”
Pedro, su hombre viejo, todavía piensa en cualquier privilegio, habiendo abandonado todo por seguir a Jesús (Mt 19,27). Jesús ayuda a madurar la conciencia de Pedro, respondiendo indirectamente con la parábola del buen administrador.
La conversión es un proceso que dura toda la vida, incluso para los que se sienten cercanos al Señor.


12,42-44 Conjugar la vigilancia con la fidelidad al servicio que se nos ha confiado.
Respondió el Señor: “¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para darles a su tiempo su ración conveniente? Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así. De verdad os digo que le pondrá al frente de toda su hacienda.
Lucas usa “administrador” en vez de “siervo” (Mt 24,45) casi dejando entender la pregunta en boca de Pedro. Los jefes, en particular, deben ser fieles en el servicio.


12,45-46 Sin dejar nuestra conversión para un mañana impreciso.
Pero si aquel siervo dijese en su corazón: «Mi señor tarda en venir» y se pone a golpear a los criados y a las criadas, a comer y beber y a emborracharse, vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera y en el momento que no sabe, le castigará severamente y le señalará su suerte entre los infieles.
Hay algunos que han acogido con entusiasmo el anuncio evangélico, pero ahora, de frente a las dificultades presentes y a los empeños consiguientes, comienzan a retomar las viejas costumbres: violencia, intemperancia, abandono a los instintos. Todos los valores contrarios al evangelio.


12,47 Dando según la medida que hemos recibido.
Aquel siervo, que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que no la conoce y hace cosas que merecen azotes, recibirá pocos.
El Señor dará a cada uno según sus acciones (Mt 16,27) y según la gracia recibida (Rom 11,11-24. Judíos, paganos, convertidos o fieles a la propia religión serán juzgados según su propia conciencia.


12,48 Porque grande será la comunión eterna con Dios
A quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más.
Al final de la vida, según San Juan de la Cruz, seremos juzgados por el amor. Ver también Mt 25,15-16.


LOS NECESITAMOS MÁS QUE NUNCA
    

         Las primeras generaciones cristianas se vieron muy pronto obligadas a plantearse una cuestión decisiva. La venida de Cristo resucitado se retrasaba más de lo que habían pensado en un comienzo. La espera se les hacía larga. ¿Cómo mantener viva la esperanza? ¿Cómo no caer en la frustración, el cansancio o el desaliento?

         En los evangelios encontramos diversas exhortaciones, parábolas y llamadas que sólo tienen un objetivo: mantener viva la responsabilidad de las comunidades cristianas. Una de las llamadas más conocidas dice así: «Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas». ¿Qué sentido pueden tener estas palabras para nosotros, después de veinte siglos de cristianismo?

         Las dos imágenes son muy expresivas. Indican la actitud que han de tener los criados que están esperando de noche a que regrese su señor, para abrirle el portón de la casa en cuanto llame. Han de estar con «la cintura ceñida», es decir, con la túnica arremangada para poder moverse y actuar con agilidad. Han de estar con «las lámparas encendidas» para tener la casa iluminada y mantenerse despiertos.

         Estas palabras de Jesús son también hoy una llamada a vivir con lucidez y responsabilidad, sin caer en la pasividad o el letargo. En la historia de la Iglesia hay momentos en que se hace de noche. Sin embargo, no es la hora de apagar las luces y echarnos a dormir. Es la hora de reaccionar, despertar nuestra fe y seguir caminando hacia el futuro, incluso en una Iglesia vieja y cansada.

         Uno de los obstáculos más importantes para impulsar la transformación que necesita hoy la Iglesia es la pasividad generalizada de los cristianos. Desgraciadamente, durante muchos siglos los hemos educado, sobre todo, para la sumisión y la pasividad. Todavía hoy, a veces parece que no los necesitamos para pensar, proyectar y promover caminos nuevos de fidelidad hacia Jesucristo.

         Por eso, hemos de valorar, cuidar y agradecer tanto el despertar de una nueva conciencia en muchos laicos y laicas que viven hoy su adhesión a Cristo y su pertenencia a la Iglesia de un modo lúcido y responsable. Es, sin duda, uno de los frutos más valiosos del Vaticano II, primer concilio que se ha ocupado directa y explícitamente de ellos.

         Estos creyentes pueden ser hoy el fermento de unas parroquias y comunidades renovadas en torno al seguimiento fiel a Jesús. Son el mayor potencial del cristianismo. Los necesitamos.

¿DONDE PONER EL CORAZÓN?

La persona actual está perdiendo su fe ingenua en las posibilidades ilimitadas del desarrollo tecnológico.
Aumenta cada vez más el número de los que toman conciencia de que el mismo poder que permite al ser humano crear nuevos estilos de vida, lleva consigo un potencial de autodestrucción y degradación.
Y por si fuera poco, la grave crisis económica que estamos sufriendo ha terminado de desconcertar a los más optimistas.
No es extraño, entonces, que crezca el escepticismo, la falta de fe en las ideologías, la desconfianza en los grandes sistemas. Al hombre actual se le hace difícil creer en algo que sea válido y verdadero para siempre. No sabe ya dónde «poner su corazón».
Son muchos los que viven «a la deriva» sin esperanza ni desesperación. Víctimas pasivas e indiferentes de un mundo que les resulta cada vez más dislocado.
Entonces, la vida se vacía de sentido. Perdemos la fuente de nuestra propia creatividad. No sabemos para qué trabajar. El vivir se reduce a una cadena de sucesos, situaciones e incidentes, sin que nada realmente vivo nos dé sentido y continuidad.
En medio de este «comportamiento errático» lo importante parece ser disfrutar de cada fragmento de tiempo y buscar la respuesta más satisfactoria en cada situación fugaz.
R. Lifton considera que el problema central del hombre contemporáneo es la pérdida del sentido de inmortalidad. Esa conciencia de inmortalidad «que representa un estímulo irresistible y universal a conservar un sentido interior de continuidad, más allá del tiempo y del espacio».
Y, sin embargo, quienes formamos la sociedad de hoy, como la de siempre, necesitamos poner nuestro corazón en un «tesoro que no pueda ser arrebatado por los ladrones, no roído por la polilla». ¿Cómo encontrarlo?
Desde la fe cristiana, no existe otro camino sino el de penetrar hasta el centro mismo de nuestra existencia, no evitar el encuentro con el Invisible, sino abrir nuestro corazón al misterio de Dios que da sentido y vida a todo nuestro ser.
Esto que a muchos puede parecer, desde fuera, algo perfectamente estúpido e iluso, es para el creyente fuente de liberación gozosa que le enraíza en lo fundamental, central y definitivo.
A veces, una palabra hostil basta para sentirnos tristes y solos. Es suficiente un gesto de rechazo o un fracaso para hundirnos en una depresión destructiva. ¿No tendremos que preguntarnos dónde tenemos puesto nuestro corazón?

DESPERTAR
          Dichosos aquellos a quienes los encuentre en vela
            Es muy fácil vivir dormidos. Basta con hacer lo que hacen casi todos: imitar, amoldarnos, obedecer, ajustarnos a lo que se lleva, repetirnos una y otra vez. Basta vivir buscando seguridad externa e interna. Basta defender nuestro pequeño bienestar mientras la vida se va apagando en nosotros.
            Llega un momento en que no sabemos ya reaccionar. Sentimos que nuestra vida está vacía y la llenamos de experiencias, información y diversiones. Nos falta vida interior y nos engañamos viviendo en movimiento continuo, agitados por la prisa y las ocupaciones. Podemos gastar la vida entera «haciendo cosas» pero sin descubrir en ella nada santo ni sagrado.

           Desgraciadamente, tampoco la religión logra a veces despertar nuestra vida. Se puede practicar una «religión dormida» que da tranquilidad pero no vida. Vivimos tan ocupados en nuestros trabajos y desdichas que jamás tenemos un momento libre en el que podamos sentir qué es amar y compartir, qué es ser amable y solidario. Y sin vivir nada de esto, ¡queremos saber algo de Dios!
           Jesús repite una y otra vez una llamada apremiante: «despertad, vivid atentos y vigilantes, pues se os puede pasar la vida sin enteraros de nada».

No es fácil escuchar esa llamada, pues, de ordinario, no escuchamos a quien nos dice algo contrario a lo que pensamos. Y los hombres y mujeres de hoy pensamos que somos inteligentes y lúcidos.

Para despertar es necesario conocernos mejor. Comenzamos a ser sabios cuando tomamos conciencia de nuestra estupidez. Empezamos a ser más profundos cuando observamos la superficialidad de nuestra vida. La verdad se abre paso cuando reconocemos nuestros engaños. El orden llega a nosotros cuando advertimos el desorden en que vivimos. Despertar es darnos cuenta de que vivimos dormidos.
Lo importante para vivir despiertos es caminar más despacio, cuidar mejor el silencio y estar más atentos a las llamadas del corazón. Pero sin, duda, lo decisivo es vivir amando. Sólo quien ama vive intensamente, con alegría y vitalidad, despierto a lo esencial.
Por otra parte, para despertar de una «religión dormida» sólo hay un camino: buscar más allá de los ritos y las creencias, ahondar más en nuestra verdad ante Dios y abrirnos confiadamente a su misterio. «Dichosos aquellos a quienes el Señor, al llegar, los encuentre en vela».
J.A. Pagola

Comentario de Laureano del Otero, CSsR. VIGILANCIA Y CUIDADO
http://www.redentoristas.org/lapalabra/C%20Dom%20TO19%20(08-08-10).html

Al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica, déjale también el manto.
Mt. 5,40





En este día el Señor me enseñó el humilde desprendimiento que debo tener no solo de toda propiedad  de cosas y bienes, sino también de cualquier propiedad e inclinación que no esté dirigida a tí, ¡OH SUMO BIEN MÍO!

Para que viva desprendida de cualquier propiedad e inclinación. Amor mío, Tú quieres que a quien nos pide la túnica le demos también el manto. Así quieres explicarme de qué desprendimiento y desnudez debe profesar alguien que quiere ser tu discípula y seguidora; que sin ninguna pretensión propia, con humildad, cede todo derecho y señorío de sí misma y de esta manera se entregue enteramente a aquél que la creó de la nada. Así entenderemos que en este no-ser debemos ENCONTRAR EL VERDADERO SER INFINITO, EL TESORO INMENSO QUE ES SOLA Y VERDADERAMENTE EL BIEN ETERNO Y ESTIMABLE.
M. Celeste Crostarosa – Florilegio p 70 Ejercicio de amor, 24 de febrero.

Para la revisión de vida
¿Cuál es tu tesoro, lo que valoras más, lo que te mueve desde lo profundo...?
¿Cómo está de activa nuestra esperanza? ¿Somos personas apasionadas por el futuro, por un «sueño loco», por una Utopía?
¿Reconocemos al Dios-Misterio que viene en cada momento, y sobre todo en los desafíos del amor, en los más necesitados?
Para la reunión de grupo
- Esta palabra escuchada, ¿qué dice de importante y a qué nos alienta?
- ¿Cuál es la intención de Lucas al insistir en este tema escatológico? ¿Qué es «estar preparados»? «Preparados»... ¿para qué, frente a qué, cómo...?
- En http://www.servicioskoinonia.org/martirologio/hb11.htm hay una paráfrasis latinoamericana de Heb 11. Leerla y comentarla.
- Estudiar el artículo de Karl Rahner, que propugna un "concepto ampliado y actualizado de martirio" (http://servicioskoinonia.org/relat/142.htm). Comentarlo. Y preguntarse: ¿Ya no es tiempo de martirio?
- Sobre el tema de la fe: ¿puede ser que lo más importante que Dios puede querer de nosotros sea que «creamos»? Dificultades actuales para seguir pensando que la fe es la actitud central de la religiosidad.
Para la oración de los fieles
- Ilumina nuestros ojos para que podamos reconocerte en los acontecimientos y sobre todo en los necesitados, roguemos al Señor...
- Fortalece nuestra esperanza en el futuro de la humanidad para que no muera nuestra fe y amor, roguemos al Señor...
- Que nuestra vida se apoye en valores permanentes y no en los bienes materiales, roguemos al Señor...
Oración comunitaria
Dios Padre Nuestro:
danos un corazón grande y potente,
capaz de ver con claridad que,
más allá de las apetencias y tentaciones de la vida,
los valores verdaderos son los valores de tu Reino,
y que dar la vida por ellos
es lo que más puede
alegrar y pacificar nuestro corazón,
tal como nos enseñó Jesús,
nuestro hermano mayor...
_____

"La fe es la capacidad de estar abiertos a la Palabra de Dios", -dices-. 


        ¡La Palabra nos hace interpelarnos cada día! Nos desinstala, me desinstala, me hace salir de mi tierra, de mi seguridad para dejarme sorprender por el tesoro que es Dios en mi vida. Y ese tesoro ¡vivido en comunidad y compartido! 

              Tenemos fallos, pequeñeces, un yo pequeño y egoísta pero la VIGILANCIA nos interpela y nos hace vivir la vida como proceso de CONVERSIÓN hacia los hermanos. ¿Verdad? Y creer que cada día podemos crecer EN EL AMOR. ¡Menudo regalo! Un fuerte abrazo
M.Luisa, red-en

               ¡Gracias por este comentario tan rico!