Lectura del santo evangelio según san Lucas (13,22-30):
En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y
aldeas enseñando.
Uno le preguntó: «Señor, ¿serán pocos los que se salven?»
Jesús les dijo: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo
que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se
levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la
puerta, diciendo: "Señor, ábrenos"; y él os replicará: "No sé quiénes
sois." Entonces comenzaréis a decir: "Hemos comido y bebido contigo, y
tú has enseñado en nuestras plazas." Pero él os replicará: "No sé
quiénes sois. Alejaos de mí, malvados." Entonces será el llanto y el
rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos
los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y
vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a
la mesa en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros, y
primeros que serán últimos.»
Palabra del Señor
Comentario al Evangelio del Miércoles 27 de Octubre del 2010
Pedro Barranco
Queridos hermanos y hermanas:
Durante años y casi siglos los cristianos anduvimos obsesionados con
el tema de la salvación. Nos rondaba por la cabeza aquello de “”al
final, el que se salva sabe y el que no no sabe nada”. No es que el
tema de la salvación personal no sea importante. Lo es. ¡Cómo no! Pero
andaba un poco descolocado y mal planteado. Como se buscaba la
salvación personal, la cuestión se centraba en una especie de concurso
de méritos para ver quién podía presentar al final de su vida ante el
tribunal definitivo una lista de acciones (misas, rosarios,
meditaciones, sacrificios, actos de caridad...) que garantizase la
entrada en el cielo.
Con ese planteamiento a muchos se les olvidaba que la jugada no estaba
en la compraventa sino en la gratuidad. Donde se juega la salvación es
en el amor vivido y experimentado en el aquí y en el ahora de cada
día. Nos salvamos aquí cuando damos la mano al hermano, cuando
rescatamos al perdido, cuando levantamos al hundido, cuando liberamos
al oprimido. Y aquí y ahora experimentamos la salvación cuando nos
miramos en los ojos del otro y vemos al hermano y juntos nos sentimos
hijos en el Hijo. A Dios le conocemos en el hermano y Dios nos conoce
en los hermanos. Y compartimos el pan en torno a la mesa única del
Padre. La salvación no está arriba sino abajo. No se trata de mirar a
Dios sino al hermano. No se trata de rezar mucho sino de amar mucho.
Un abrazo en el Señor resucitado.
Pedro Barranco