lunes, 11 de octubre de 2010

RECORDAMOS A JUAN XXIII


Gracias, Señor por el Papa Juan, el papa bueno, el papa que revolucionó  la Iglesia... que la refrescó y a los que éramos entonces jóvenes y  adolescentes nos dio mucho ánimo, vitalidad, ganas de entregarnos sin medida a esta Iglesia a la que  empezábamos a conocer y a amar. No entendíamos el latín y las Eucaristías no nos llegaban... Vivíamos la intimidad pero no la comunión ni la comunidad. Y él nos hizo sentir familia y nos dio ganas de involucrarnos en ella. Hemos aprendido mucho. Ahora deseamos que el aire fresco de aquél entonces, no, el aire fresco que el espíritu suscita HOY, MUEVA NUESTROS CORAZONES, nos quite muchos lastres y nos ayude a mirar con ojos nuevos y esperanzados  esta etapa, construyendo fraternidad. 


De la homilía de Juan Pablo II
en la misa de beatificación
 (3-IX-2000)


Contemplamos hoy en la gloria del Señor a Juan XXIII, el Papa que conmovió al mundo por la afabilidad de su trato, que reflejaba la singular bondad de su corazón...

Ha quedado en el recuerdo de todos la imagen del rostro sonriente del Papa Juan y de sus brazos abiertos para abrazar al mundo entero. ¡Cuántas personas han sido conquistadas por la sencillez de su corazón, unida a una amplia experiencia de hombres y cosas! Ciertamente la ráfaga de novedad que aportó no se refería a la doctrina, sino más bien al modo de exponerla; era nuevo su modo de hablar y actuar, y era nueva la simpatía con que se acercaba a las personas comunes y a los poderosos de la tierra. Con ese espíritu convocó el Concilio ecuménico Vaticano II, con el que inició una nueva página en la historia de la Iglesia: los cristianos se sintieron llamados a anunciar el Evangelio con renovada valentía y con mayor atención a los "signos" de los tiempos. Realmente, el Concilio fue una intuición profética de este anciano Pontífice, que inauguró, entre muchas dificultades, un tiempo de esperanza para los cristianos y para la humanidad.

En los últimos momentos de su existencia terrena, confió a la Iglesia su testamento: «Lo que más vale en la vida es Jesucristo bendito, su santa Iglesia, su Evangelio, la verdad y la bondad». También nosotros queremos recoger hoy este testamento, a la vez que damos gracias a Dios por habérnoslo dado como Pastor.