viernes, 22 de octubre de 2010

NO TENGO MIEDO A DEJARME MIRAR POR JESÚS

Lecturas Domingo 30º del Tiempo Ordinario - Ciclo C

 Domingo 24 de Octubre del 2010

La oración me desenmascara, me coloca  ante el Señor  como soy. No tengo miedo a dejarme mirar por él porque me encuentro con la ternura y con la compasión  de DIOS-AMOR. 

Contempladlo y quedaréis radiantes. Cfr. Salmo 33

Alguien decía que todos llevamos dentro “un fariseo”. El camino de la oración nos va quitando máscaras, actitudes  farisaicas, rollos que nos impiden amar en verdad a  las hermanas y los hermanos.  Nos va haciendo más felices porque nos va haciendo reconocernos pobres en Él, criaturas que todo lo esperan de él.

Te dejo con la Palabra de esta semana para que penetre en tu corazón y te haga TESTIGO DEL AMOR SIN MEDIDA.


Oración Colecta
Oremos a Dios,
pues esperamos de él todo lo bueno.
(Pausa)
Oh Padre amable y misericordioso,
con las manos vacías nos presentamos ante ti.
Perdónanos por las veces que presumimos
por el bien que sólo con tu gracia pudimos hacer.
Llena nuestra pobreza con tus dones,
líbranos de despreciar a ninguno de nuestros hermanos
y danos un corazón agradecido
por todo lo que hemos recibido de ti.
Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor.

Primera lectura
Lectura del libro del Eclesiástico (35,12-14.16-18):

El Señor es un Dios justo, que no puede ser parcial; no es parcial contra el pobre, escucha las súplicas del oprimido; no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repite su queja; sus penas consiguen su favor, y su grito alcanza las nubes; los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no
descansan; no ceja hasta que Dios le atiende, y el juez justo le hace justicia.


Salmo
Sal 33,2-3.17-18.19.23

R/.
 Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R/.

El Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias. R/.

El Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos.
El Señor redime a sus siervos,
no será castigado quien se acoge a él . R/.

Segunda lectura
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo (4,6-8.16-18):

Estoy a punto de ser sacrificado, y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida. La primera vez que me defendí, todos me abandonaron, y nadie me asistió. Que Dios los perdone. Pero el Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.


Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (18,9-14):

En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: "¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo." El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador." Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»



Del mercadeo a la gratuidad 

      Uno de los sentimientos más profundos de toda persona humana es el temor frente a la inseguridad, frente a lo desconocido, frente a lo que no controlamos. Por eso, una de las motivaciones más comunes para nuestras decisiones, para nuestros actos, es la búsqueda de una mayor seguridad. Trabajamos para ganarnos el pan de hoy y el de mañana, para estar seguros de que mañana vamos a poder seguir alimentándonos y vivir. Ponemos cerraduras en nuestras casas para estar seguros frente a la amenaza de lo desconocido que está al otro lado del recinto en que nos sentimos seguros. Es la misma razón por la que las naciones tienen ejércitos y policías para proteger sus fronteras. Esa seguridad, a todos los niveles, la pretendemos comprar con nuestro trabajo, con nuestro dinero, con nuestro esfuerzo. 



      Sin darnos cuenta esa misma motivación también funciona en nuestra relación con Dios. Buscamos la seguridad ante él, que Dios no sea una amenaza para nuestra vida. Queremos tenerle de nuestro lado. Y tenemos la tentación de querer comprar la benevolencia de Dios, de asegurarnos de que Dios está a nuestro favor. Más si tenemos en cuenta que Dios lo puede todo y lo sabe todo. Ante él no hay engaño posible. Hay que cumplir fielmente sus normas y condiciones. Sus reglas y mandamientos. Esa es la manera como podemos estar seguros. La idea de la condenación se aleja en la medida en que obedecemos su voluntad. Y nos aseguramos la salvación. 

El fariseo compra la salvación 
      Hay personas que viven así su relación con Dios. Rezan rosarios, van a misa, cumplen con los mandamientos, aman al prójimo. Pero todo no es más que una forma de pagar el precio que cuesta la salvación. Dicho de otra manera, así se sienten seguros de tener la salvación eterna, de tener a Dios de su parte. 
      En el evangelio de este domingo se nos presenta así la figura del fariseo. Cumple con todas las normas y leyes. Hace incluso más de lo que está legalmente exigido. Por eso se siente seguro de poder levantar la cabeza frente a Dios. Él no es como los demás pecadores. Con todo su bagaje de cumplimiento, está convencido de que puede dirigirse a Dios de tú a tú. Y prácticamente exigirle la salvación. Ha pagado su precio. Lo normal es que obtenga a cambio lo que ahora se le debe: la salvación. 


      La verdad es que el fariseo no se ha enterado de nada. Se ha confundido de medio a medio. No se ha dado cuenta de que lo mejor de la vida no se compra sino que se encuentra regalado. Para empezar, Dios nos ha regalado la vida y la libertad y la conciencia. Y, sobre todo, la capacidad de amar y ser amados. Dios nos ha regalado su amor. El amor es el verdadero caldo de cultivo de la vida, de la felicidad, de la salvación. Y el amor siempre se regala. Nunca se compra. Nunca se puede comprar. Ni con todo el oro del mundo. Ni con todos los sacrificios ni misas ni rosarios ni ayunos ni oraciones ni... 

El publicano experimenta la compasión de Dios
      El publicano tiene conciencia de que no merece nada. Es un superviviente de la vida. Ha chapaleado en el barro tratando de mantener la cabeza fuera. No tiene ningún título ni privilegio que poner en la presencia de Dios. Sabe que sólo puede esperar y confiar en la compasión y en la misericordia del que le regaló la vida. Por eso se sitúa atrás, al fondo de la sinagoga y mantiene los ojos bajos. Sólo confía y espera. No tiene nada. Pero, precisamente por eso, sólo él puede experimentar la gratuidad del amor de Dios, que le sigue bendiciendo con la vida y abriéndole caminos de esperanza y de perdón. La paradoja está en que es el fariseo el que encuentra la salvación, la justificación, ante Dios mientras que el fariseo se va con las manos vacías. O mejor, se va con las manos llenas de muchos actos religiosos pero vacías de Dios.
      La experiencia básica de la fe cristiana es el encuentro gratuito con Dios y con su amor manifestado en Cristo. Ese amor transforma la vida de la persona, le capacita para amar y para vivir agradecida. Todo lo que viene luego –cumplir las normas, participar en la eucaristía, orar con la Palabra, ponerse al servicio de los hermanos más necesitados– no es una forma de conseguir méritos ante Dios sino expresión y comunicación del amor sentido y experimentado, del amor recibido de Dios. El publicano volvió a su casa capacitado para amar porque se dejó llenar por la misericordia y la compasión de Dios. El fariseo volvió a su casa dispuesto a seguir cumpliendo normas y leyes que le dejaban siempre en un callejón sin salida en el que nunca se encontraba de verdad con el Dios del Amor y de la Vida.

M. Celeste  Crostarosa nos dice hoy:

¿Quién no se admira de ver  que un Dios de tanta majestad escoja una cosa tan vil como  objeto de su amor? ¿Cómo haces tú Señor una elección tan mala? No te fíes tanto de esta pobre criatura,  que ciertamente hará de las suyas si tú no te empeñas en protegerlo y atarlo a tu lado con cadenas de amor? . Sí, amado mío, tú en este día descubres a mi espíritu  su nada con la inmensidad  de tu ser divino.  Diálogos  6, 81





Oración después de la Comunión

Oh Dios, Padre nuestro misericordioso:

Nos damos cuenta de que somos pecadores,
constantemente necesitados de tu misericordia.
En la pobreza de nuestros corazones
te damos gracias
por habernos permitido tomar parte
en el banquete de Jesús,
a pesar de nuestra poca fe
y de nuestro tibio amor.
Continúa aceptándonos tal como somos,
ayúdanos a ser y a obrar mejor,
y recibe nuestra sincera acción de gracias
por todo el bien que has hecho en favor nuestro
y de nuestros hermanos y hermanas.
Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor.



Bendición
Hermanos: En esta eucaristía hemos dado gracias a Dios por habernos enriquecido con la gracia de Jesús y su evangelio. Que Dios nos colme con sus buenos dones y con su bendición.
Y así, que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nosotros y nos acompañe siempre.