domingo, 12 de septiembre de 2010

DABA TODO LO QUE TENÍA

Disculpa que me haya retrasado.

   He estado toda la semana sin PC, ni internet ni teléfono. Una bonita experiencia de silencio... 

   Vivir en el  "Nazaret" de aquí  es un regalo.  Compartir la mesa con los vecinos, cada día con una familia, encontrarte con amigos, con personas que buscan sin saberlo y cambian de conducta en el diálogo, es un super regalo.


Por aquí, por el sur, y con toda la Iglesia Universal,  estamos de fiesta. HOY, EN LA IGLESIA DE GRANADA, SE HA BEATIFICADO A FRAY LEOPOLDO. TODOS SABÍAMOS QUE FUE SANTO. NO HACE FALTA MÁS QUE DIALOGAR, COMO YO LO HE HECHO, CON LA GENTE DEL BARRIO, Y ESCUCHAR  COMO ME CONTABAN MUCHAS VECES CÓMO LE QUERÍAN. DABA TODO LO QUE TENÍA. LOS NIÑOS DE ENTONCES ME CONTABAN CÓMO LLAMABAN A LA PUERTA CUANDO LOS FRAILES ORABAN Y LES ABRÍA LA HUERTA  PARA QUE ENTRARAN  Y COGIERAN FRUTA DE LOS ÁRBOLES. ¡ERAN AÑOS DE MUCHA NECESIDAD Y SE LE RECORDABA CON MUCHO AGRADECIMIENTO!


¡Nos unimos a toda la familia franciscana en esta fiesta!




http://www.fratefrancesco.org/noticias/2010/08.htm


Oración 






Oremos a nuestro Padre fiel,
que nos ama y nos espera siempre.


(Pausa)


Oh Dios, Padre nuestro, lleno de paciencia:
Tú sientes inmensa alegría
al perdonar al pecador arrepentido.
Incluso permitiste que tu Hijo entregara su vida
para traernos perdón y vida.
Dispón a aquellos a quienes hemos ofendido
a que nos perdonen;
y haz que nosotros también estemos siempre dispuestos
a perdonar de corazón, y sin arrepentirnos de ello,
a los que nos han ofendido.
Que seamos personas 
que sepan perdonar y también aceptar el perdón
con la humildad y bondad que tú nos has manifestado
en Jesucristo nuestro Señor.


Primera lectura

Lectura del libro del Éxodo (32,7-11.13-14):






En aquellos días, el Señor dijo a Moisés: «Anda, baja del monte, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un novillo de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman: "Éste es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto."»


Y el Señor añadió a Moisés: «Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso, déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo.»

Entonces Moisés suplicó al Señor, su Dios: «¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto con gran poder y mano robusta? Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo, diciendo: "Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a vuestra descendencia para que la posea por siempre."» Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.

Palabra de Dios



Salmo

Sal 50,3-4.12-13.17.19





R/. Me pondré en camino adonde está mi padre


Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito, limpia mi pecado. R/.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.

Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias. R/.

Segunda lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo (1,12-17):






Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio. Eso que yo antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero Dios tuvo compasión de mí, porque yo no era creyente y no sabía lo que hacía. El Señor derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor en Cristo Jesús. Podéis fiaros y aceptar sin reserva lo que os digo: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero. Y por eso se compadeció de mí: para que en mí, el primero, mostrara Cristo Jesús toda su paciencia, y pudiera ser modelo de todos los que creerán en él y tendrán vida eterna. Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Palabra de Dios

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas (15,1-32):






En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos.»


Jesús les dijo esta parábola: «Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido." Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: "iFelicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido." Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.»
También les dijo: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna." El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba comer. Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros." Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebramos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado." Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: "Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud." Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: "Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tu bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado." El padre le dijo: "Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."»

Palabra del Señor


Entre la idolatría y la compasión

      De tanto visitar museos y ver documentales o películas en televisión nos creemos que lo de los ídolos pertenece nada más a civilizaciones antiguas o a culturas premodernas, hombres y mujeres con taparrabos, armados con lanzas y mazas en escenarios exóticos. Como mucho nos vamos al tiempo de los romanos. Pero los ídolos han existido y existen. 





      ¿Qué o quiénes son? Es sencillo: todo aquello que ponemos en el lugar de Dios sin ser Dios. Dejarse llevar por los ídolos, adorarlos, tiene un efecto curiosísimo: si el Dios de Jesús es el Dios de la libertad, el Dios que nos convoca a la vida y a la fraternidad, los ídolos nos terminan llevando exactamente a lo contrario. Exigen de tal manera nuestra adoración que nos convierten en esclavos suyos, perdemos la libertad y nos convertimos en una pura apariencia de aquello a lo que el Abbá de Jesús nos ha llamado a ser: personal libres, adultas, responsables, capaces de vivir y relacionarnos con los demás y con todo lo creado de una forma armoniosa y que lleve a toda la creación a su cumplimiento. 

      Lo que pasa es que los ídolos de las películas, los documentales y los museos se identifican con facilidad y los que seguimos en nuestra vida a veces no son tan fáciles de poner el hombre adecuado. Pero, ¿no es un ídolo cuando una persona, hombre o mujer se entrega de tal modo a su trabajo que se olvida de las relaciones humanas, de su familia, de sus amigos? ¿No es un idólatra el que busca única y exclusivamente el éxito en su vida y para ello no duda en sacrificarlo todo? 

El Dios que nos libera

      Podíamos seguir poniendo ejemplos. Pero no hay espacio. Basta con releer la primera lectura y darnos cuenta de que no sólo el pueblo de Israel en el desierto se fabricó un ídolo hecho de metal y lo adoró. También nosotros tenemos nuestros ídolos, los adoramos, sacrificamos en su altar demasiadas cosas y al final nos encontramos pobres, esclavos y habiendo perdido lo mejor de la vida: nuestra libertad. Y todo eso por habernos dejado llevar por los cantos de sirena de esos ídolos que nos prometían libertad, riqueza, prestigio, felicidad... pero que luego sus promesas se convierten en cenizas que nos manchan las manos y nos dejan hundidos en la miseria. 
      
El Dios de Jesús es liberador, nos ofrece la libertad liberándonos de nuestras más propias e íntimas esclavitudes. El Evangelio de hoy nos lo recuerda en esas tres parábolas que nos cuenta, dos breves –la oveja perdida y la moneda perdida– y una larga –la historia del hijo pródigo–. Pero no hay que olvidar el comienzo del relato. Jesús no hace sino responder a la acusación de los fariseos y escribas que le culpan de “acoger a los pecadores y comer con ellos.” ¡Claro! ¿Cómo podía Jesús actuar de otra manera?





      Su misión consistía básicamente en acoger a los pecadores, tratarlos como personas, devolverlos la confianza en sí mismos, hacer que se sintiesen amados por Dios, que experimentasen la misericordia inmensa de Dios, que la reconciliación llegase hasta lo más hondo de sus heridas, que descubriesen e identificasen a los ídolos que les habían llevado a esa postración. Jesús los acoge por la sencilla razón de que ellos, los pecadores, son la oveja y la moneda perdidas de Dios. Ellos son los que de una manera especial necesitan la cercanía y el cariño de Dios. 

Por la compasión y la misericordia

      No hay pecado que se resista a ese amor de Dios. No hay vida, por depravada que sea, que no se pueda curar, reconciliar, reconstruir ante el bálsamo del amor, la misericordia y la compasión de Dios. Y si no lo creemos, ahí tenemos el ejemplo de Pablo en la segunda lectura. Dice de sí mismo que era un blasfemo, un perseguidor. Pero también está convencido de que Dios tuvo compasión de él. Y nos invita a fiarnos de él cuando nos dice que Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores. Lo dice con absoluta seguridad, porque se siente, por su historia, el primero de los pecadores. Pablo lo cuenta sin pudor porque para él es una forma de alabar y agradecer a Dios por el amor recibido. 

      ¿Hemos experimentado ese amor y esa misericordia? La cuestión no es baladí porque sólo los que han experimentado la compasión de Dios podrán hacérsela llegar a los demás. Hoy somos nosotros los brazos y las manos de Dios para acoger a nuestros hermanos y hermanas. Hoy somos nosotros la lengua de Dios para comunicar al mundo que Dios no es Dios de muerte sino de vida, no de opresión sino de libertad, no de condenación sino de salvación. Ahí está nuestro compromiso. O, dicho de otra manera, nuestra forma de agradecer a Dios por el amor con que nos ha amado y nos ama cada día. 
Fernando Torres Pérez cmf







 Deseos de Dios 

No sé si se te han removido las tripas al leer la primera lectura. En ella aparece cómo Dios se enciende de ira, y al final, por las palabras de Moisés, se arrepiente de sus amenazas. De corazón tengo que decir que es imposible que Dios tenga esas reacciones: Dios no siente ira y Dios no amenaza. Es imposible que Dios sea un ser iracundo y amenazador, si es verdad lo que Jesús nos dice de Dios: que deja todo por buscar a cualquier persona que se encuentre perdida en el camino de la vida.

Dios tiene sentimientos humanos, es verdad, pero no siente ira ni es capaz de amenazar con destruir a nadie. Si así fuera, Jesús, su Hijo, sería un mentiroso. Y sabemos que Jesús no mintió, sino que vino a traernos la verdad. Entonces, si Dios tiene sentimientos humanos -como nosotros-, ¿por qué no siente ira ni amenaza, como lo hacemos nosotros? Porque está lleno de amor.

Y a nosotros nos busca con amor, con silencio, con sus brazos delicados. Nos busca con cuidado y sin hacernos daño, sin obligarnos a reconciliarnos con él. Ver un Dios así nos hace tomar conciencia de que ni la ira ni las amenazas hacen al ser humano más humano, sino todo lo contrario: nos deshumaniza. El perdón aparece ante nosotros como un camino para humanizarnos, para seguir siendo humanos, personas, y no monstruos. “Éste acoge a los pecadores y come con ellos”: Éste es capaz de reconocer personas en los demás, y no enemigos, contrincantes, amenazas, escoria.

Y si yo tengo esa mirada sobre los demás, seré capaz de acercarme a ellos para ofrecer y recibir perdón. La oveja y la moneda son tan valiosas que tanto el pastor como la mujer ponen todo patas arriba para recuperarlas. Dios está empeñado en recuperar lo mejor de cada persona y destruir lo negativo. Y también nosotros, la Iglesia, sabemos que nuestra misión de dar a conocer el Evangelio tiene un gran altavoz: la capacidad de pedir perdón y el don de saber perdonar. ¿Cómo perdonamos nosotros? ¿Somos capaces de pedir perdón?
Laureano Del Otero Sevillano CSSR






Vivir en la alegría de Cristo, siempre es misión.
Publicado por DABAR

Jesús nos envía, no solos, acompañados. Envió a “otros” 72, y nos envía en su última aparición. “La mies es abundante y los obreros, pocos”. La misión es urgente pero dichosa, vivida en relación, en compañía, compartiendo camino y vida, afrontando peligros y desalientos y gozando de la alegría juntos; mejor juntos.
A veces nos parece más fácil vivir nuestro cristianismo en solitario porque los demás no comparten nuestra forma de ver y sentir el camino, o porque la exigencia es mayor vivida en comunidad.

Pero, ¿dónde encontramos a Cristo?, ¿sólo en el Sagrario?


Por supuesto que es imprescindible la oración personal, el silencio, el encuentro del corazón con su Palabra. Pero Jesús no fue un monje de Qumran aislado. Él creó una comunidad donde se compartía la vida. Claro que en ocasiones se sintió solo, incomprendido, pero el calor del corazón de sus amigos y amigas también le ayudó en su misión, en sus dudas, en su cotidianeidad, en sus sufrimientos; y ahí también estaba Dios.





Últimamente os voy contando mi vida, mis experiencias en “entregas”, a modo de radionovela (o culebrón). Nada hay más humano y más divino a la vez que ver la mano del Espíritu en la vida.

Como ya sabéis, llevo un curso “entretenido” con los problemas de salud de mis padres: dos operaciones de mi madre, un ingreso de mi padre y sus dos meses de convalecencia en mi casa.

A principios de Abril todo volvió a la normalidad: mis padres se fueron a su casa y retomaron su vida casi con normalidad, y yo la vida colegial con un poco más de paz.

Ahora, a mitad del mes de Mayo, todo se precipita de nuevo: los exámenes, las celebraciones, los cantos, las fiestas escolares, el viaje de dos días de 4º de la ESO, y… ¡operan a mi padre!

A mí la primavera no me sienta muy bien: es un momento de “subi-baja” anímico que me cuesta remontar. El día que mi padre me dijo que lo operaban hoy pensé de nuevo: “Dios mío, ¿cómo voy a llegar a todo? Ayúdame, yo sola no puedo; sostenme Tú”

Aunque hay personas que siempre están ahí y a las que les debo mucho (mi marido, sobre todo), comenzaron a surgir amigos, amigas, compañeros y compañeras que asumían con alegría mis tareas. Y cuando digo con alegría es no con resignación, sino con sincero cariño y apoyo. ¡Todo un lujazo!

Me he sentido querida y arropada, protegida, SOSTENIDA.

Me he vuelto a encontrar con Cristo en todos y cada uno de ellos.

Mi comunidad, la que crece y avanza conmigo, la que trabaja conmigo, la que ama conmigo, reacciona al unísono desde nuestra diferencia pero, sobre todo, desde nuestro sentir común, desde nuestro sentirnos COMUNIDAD unida por un profundo amor y por la fuerza del Espíritu que nos sostiene.

Busquemos siempre el silencio y la soledad de la oración personal, tan necesaria para nuestro camino. El encuentro es pan que alimenta. Pero, sobre todo, vivámosla en comunidad, porque en ella está el agua fresca del Espíritu, que no por nada se les donó a los apóstoles “estando reunidos”.






CONCHA MORATA
concha@dabar.net
Puedes seguir  leyendo homilías, por ejemplo, en Camino Misionero:





Ahora, hija, te mando que escribas sobre mí 
para que  todos vean 
lo que de luz, de gracia y de bien 
recibiste de esta fuente,  
y para que todos sepan, 
que por esta señal o sello, 
yo conoceré a los hijos de este instituto por ser MEMORIA MÍA. 
M. Celeste -  D. 9, 141-145 



Bendición




Hermanos: 

Sabemos por experiencia que una de las cosas más difíciles 
en la vida es perdonar plenamente 

y sin arrepentirnos de ello.




¡Cuánto más felices serían nuestras comunidades 

si pudiéramos poner a un lado nuestra soberbia herida
 y perdonarnos unos a otros de todo corazón,
 y si pudiéramos también dar lugar
 y nuevas oportunidades a los hermanos alejados y extraviados! 
Que ojalá sea así nuestra comunidad; una comunidad de aceptación mutua, amistad, fraternidad y reconciliación.
Para ello, que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nosotros y nos acompañe siempre.