domingo, 19 de septiembre de 2010

NO SÓLO LOS BUENOS




-¡Despedido!-

El relato evangélico de hoy comienza con su protagonista engrosando la larga lista de los desempleados. El administrador de un hombre rico se queda en el paro. Para salir del trance, no se limita a ponerse en la cola del INEM o hacer un cursillo para “trabajar por el país”. Su idea es más ingeniosa y desconcertante; quizás demasiado indecente para figurar en las sagradas páginas de la Biblia. Pero ahí está.

Hoy lo llamaríamos “ingeniería financiera”. El administrador despedido emplea su última jornada de trabajo para hacer un poco de “contabilidad creativa”. Una versión rudimentaria de lo que tan bien practicaron los ejecutivos de Enron, Lehman Brothers o Afinsa. “¿Debes a mi amo 100? Cambia tu recibo por este otro que dice 50”. Luego, se sobreentiende, favor por favor. Como escribía un humorista esta semana, tener conocidos importa más que tener conocimientos a la hora de encontrar un nuevo trabajo.

Lo que hace el “administrador inteligente” –así lo llama el evangelio– no es sólo inmoral, pertenece al tipo de prácticas empresariales deshonestas que nos han metido en la crisis mundial en la que nos encontramos.
Walter Pavlo era un directivo de alto nivel en la empresa de telecomunicaciones MCI. Joven ingeniero con un Máster en administración de empresas, era el responsable de una división que cobraba facturas por valor de 1000 millones de dólares al mes. Cuando la empresa empezó a tener fuertes pérdidas, debido a los recibos impagados, sus jefes le ordenaron maquillar la contabilidad, para que los accionistas no pudieran darse cuenta de los más de 200 millones que había dejado de ingresar. Asqueado, fue a contarle a un amigo los engaños que debía hacer para su empresa. “Todo el mundo hace trampas –le dijo su colega– lo que tienes que descubrir es cómo enriquecerte tú con ellas” Estas palabras fueron como un virus inyectado en su cerebro. No dejaban de resonar en su mente. La tentación no le dejaba dormir. Una noche, tumbado en la cama, tomó la decisión, no se resistiría más, lo haría. Al día siguiente, acudió a una de las empresas que debía dinero a su compañía. Deben uds. Un millón de dólares. Puedo dejárselo en 250.000, pero han de mandar el dinero a una cuenta de las Islas Caimán. En sólo seis meses, se hizo con una fortuna de varios millones en el paraíso fiscal. Pero esta vez era su conciencia la que no le dejaba dormir, su conciencia y la vigilancia policial a la que estaba sometido. Finalmente, no pudo con la presión, se derrumbó y se entregó al FBI. En su confesión repite varias veces que él había sido un buen chico, hijo de padres católicos, estudiante modelo, hasta había sido monaguillo…  Pasó sólo varios años en la cárcel. Su mujer se divorció de él, separándole de sus dos hijos. Nunca podría volver a ejercer su profesión de administrador de empresas.
Siempre me ha intrigado la fascinación por el dinero de personas que ya lo tienen todo. Tienen más que suficiente para una vida cómoda y feliz, una posición social y profesional envidiable, muchas veces incluso una familia que les quiere.  Y se arriesgan a la cárcel y a perderlo todo por ganar un dinero con el no van a mejorar su calidad de vida. El dinero tiene este poder de fascinar, hasta el punto de hacernos perder el sentido de la realidad.

El protagonista del evangelio de hoy actúa acuciado por la necesidad. Se ha quedado en el paro, pero lo que hace no es menos fraudulento que las prácticas contables que llevaron a Pavlo a la cárcel. ¿Por qué trae Jesús a un pájaro de esta calaña a las páginas de su evangelio? Claramente, Cristo no aprueba el comportamiento del “administrador injusto”, pero admira su inteligencia.


El dinero es injusto, también aquel que ganamos honradamente. Esto es tan innegable como que una familia en Níger puede comer un día –en lugar de no comer– con lo que yo me gasto en un café. Los dados trucados nos favorecen. Pero Jesús no nos llama a una actitud puritana.
San Francisco pedía a sus discípulos que pusieran tanta imaginación y esfuerzo en ser pobres como aquellos que quieren hacerse ricos en enriquecerse. La llamada evangélica a la pobreza no es solo ni fundamentalmente una renuncia. Es utilizar nuestra inteligencia e imaginación para inventar un estilo de vida en el que la simplicidad está al servicio de la acogida.


No se trata de atravesar la vida sin mancharnos, evitando los conflictos y fatigándonos lo menos posible. La Iglesia a veces ha promovido una moral en el que se ponía más énfasis en no-hacer, “no cometer pecados”, que en hacer el bien. Jesús mira hoy con cierta admiración a los “hijos de este mundo”, tan activos y sagaces; un poco cansado quizás de la pasividad de los “hijos de la luz”.


No se puede servir a dos amos. Sólo Dios es el Señor que da la vida. El dinero es un medio, un instrumento que hay que aprender a manejar con destreza, atentos y prevenidos, porque ha seducido a gente más inteligente que nosotros. Nadie está libre de su poder hipnótico. Pero el Reino de Dios tiene también su propio poder y atracción.


Jesús nos llama a “invertir” nuestro dinero en lo que es verdaderamente valioso: la amistad, la fraternidad, el amor.  Esto que parece más frágil y sobre todo menos tangible que los bienes materiales es para Jesús el verdadero tesoro. 

“¡Ganaos amigos con el dinero injusto!” ¿Tienes dinero? Utilízalo en aquello que crea fraternidad. Inviértelo en proyectos que benefician a los que nada tienen, pero que son tan hijos e hijas de Dios como tú. No te quedes paralizado ni por la seguridad aparente de la cuenta corriente ni por un puritanismo religioso que busca ante todo la tranquilidad de conciencia. ¡Atrévete a dar!

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