jueves, 30 de septiembre de 2010

EL ROSARIO, VERDADERO DON DEL CORAZÓN DE LA VIRGEN - Benedicto XVI


 
Antes de entrar en el santuario para rezar junto con vosotros el santo Rosario, me detuve brevemente ante la urna del beato Bartolo Longo y rezando me pregunté: “Este gran apóstol de María, ¿de dónde sacó la energía y la constancia necesarias para llevar a cabo una obra tan imponente, conocida ya en todo el mundo? ¿No es precisamente del Rosario, acogido por él como un verdadero don del corazón de la Virgen?” Sí, así fue exactamente.

Lo atestigua la experiencia de los santos: esta popular oración mariana es un medio espiritual valioso para crecer en la intimidad con Jesús y para aprender, en la escuela de la Virgen santísima, a cumplir siempre la voluntad de Dios. Es contemplación de los misterios de Cristo en unión espiritual con María, como subrayaba el siervo de Dios Pablo VI en la exhortación apostólica Marialis cultus (n. 46), y como después mi venerado predecesor Juan Pablo II ilustró ampliamente en la carta apostólica Rosarium Virginia Mariæ , que hoy vuelvo a entregar idealmente a la comunidad de Pompeya y a cada uno de vosotros.
Todos vosotros, que vivís y trabajáis aquí en Pompeya, especialmente vosotros, queridos sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos comprometidos en esta singular porción de la Iglesia, estáis llamados a hacer vuestro el carisma del beato Bartolo Longo y a llegar a ser, en la medida y del modo que Dios concede a cada uno, auténticos apóstoles del Rosario.



Belleza y profundidad de esta oración
Pero para ser apóstoles del Rosario, es necesario experimentar personalmente la belleza y profundidad de esta oración, sencilla y accesible a todos. Es necesario ante todo dejarse conducir de la mano por la Virgen María a contemplar el rostro de Cristo: rostro gozoso, luminoso, doloroso y glorioso. Quien, como María y juntamente con ella, conserva y medita asiduamente los misterios de Jesús, asimila cada vez más sus sentimientos y se configura con Él.
Al respecto, me complace citar una hermosa consideración del beato Bartolo Longo: “Como dos amigos —escribe—, frecuentándose, suelen parecerse también en las costumbres, así nosotros, conversando familiarmente con Jesús y la Virgen, al meditar los misterios del Rosario, y formando juntos una misma vida de comunión, podemos llegar a ser, en la medida de nuestra pequeñez, parecidos a ellos, y aprender de estos eminentes ejemplos el vivir humilde, pobre, escondido, paciente y perfecto” (citado en Rosarium Virginis Mariæ, 15).

Dios habla siempre a través del silencio
El Rosario es escuela de contemplación y de silencio. A primera vista podría parecer una oración que acumula palabras, y por tanto difícilmente conciliable con el silencio que se recomienda oportunamente para la meditación y la contemplación.
En realidad, esta cadenciosa repetición del avemaría no turba el silencio interior, sino que lo requiere y lo alimenta.
De forma análoga a lo que sucede con los Salmos cuando se reza la Liturgia de las Horas, el silencio aflora a través de las palabras y las frases, no como un vacío, sino como una presencia de sentido último que trasciende las palabras mismas y juntamente con ellas habla al corazón. Así, al rezar las avemarías es necesario poner atención para que nuestras voces no “cubran” la de Dios, el cual siempre habla a través del silencio, como “el susurro de una brisa suave” (1 R 19, 12). ¡Qué importante es, entonces, cuidar este silencio lleno de Dios, tanto en el rezo personal como en el comunitario! También cuando lo rezan, como hoy, grandes asambleas y como hacéis cada día en este santuario, es necesario que se perciba el Rosario como oración contemplativa, y esto no puede suceder si falta un clima de silencio interior.

Rosario y Palabra de Dios
Quiero añadir otra reflexión, relativa a la Palabra de Dios en el Rosario, particularmente oportuna en este período en que se está llevando a cabo en el Vaticano el Sínodo de los obispos sobre el tema: La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia . Si la contemplación cristiana no puede prescindir de la Palabra de Dios, también el Rosario, para que sea oración contemplativa, debe brotar siempre del silencio del corazón como respuesta a la Palabra, según el modelo de la oración de María.
Bien mirado, el Rosario está todo él entretejido de elementos tomados de la Sagrada Escritura. Está, ante todo, la enunciación del misterio, hecha preferiblemente, como hoy, con palabras tomadas de la Biblia. Sigue el padrenuestro: al dar a la oración una orientación “vertical”, abre el alma de quien reza el Rosario a una correcta actitud filial, según la invitación del Señor: “Cuando oréis decid: Padre...” (Lc 11, 2). La primera parte del avemaría, tomada también del Evangelio, nos hace volver a escuchar cada vez las palabras con que Dios se dirigió a la Virgen mediante el ángel, y las palabras de bendición de su prima Isabel. La segunda parte del avemaría resuena como la respuesta de los hijos que, dirigiéndose suplicantes a su Madre, no hacen sino expresar su propia adhesión al plan salvífico revelado por Dios. Así el pensamiento de quien reza está siempre anclado en la Escritura y en los misterios que en ella se presentan.
(Extracto del discurso en el Pontificio Santuario de Pompeya, 19/10/2008)