viernes, 24 de septiembre de 2010

Los Abismos del Milenio - Laureano del Otero, CSsR

1. Los Objetivos que no se cumplirán ni en un Milenio

La Cumbre de la ONU sobre los Objetivos del Milenio ha terminado, el pasado jueves, con un “compromiso renovado” por intensificar las acciones a favor de su consecución. Tres días de reuniones y buenas palabras, con un mensaje claro: los países ricos están en crisis y no podrán compartir hasta que no se recuperen sus mercados. ¿Cuándo acabará “la orgía de los disolutos”?

Así, de este modo mediático y ceremonioso, con todas las cámaras de televisión del mundo por testigos, aumenta la distancia entre el Norte y el Sur, a la vista de todos. De esta forma, diciendo que se va a hacer algo pero no el cómo, se resquebraja un poco más la gran falla que cruza el planeta.
 
Los ricos, vestidos de púrpura y lino, banquetean juntos reclamando que se comprenda su situación: ‘estamos en crisis y no podemos dar de comer a los 800 millones de personas que no lo pueden hacer cada día porque debemos invertir en política energética, ejércitos de pacificación y deportaciones de gitanos’.

2. ¿Dónde colocamos al hombre?

Benedicto XVI escribía no hace mucho, en Caritas in veritate, que la organización de la sociedad mundial no puede hacerse sin colocar al ser humano en el centro. También reclamaba en la misma encíclica una reforma de la ONU. Quizás sea éste un buen momento para solicitar que sus palabras sean atendidas.
 
Todo depende de qué se coloca en el centro del mundo. Sigue siendo el dinero, la riqueza, el poder lo que gobierna el universo, el objetivo que persiguen los países más avanzados y cómodos. Y una vez más se repite una historia sobradamente conocida para los cristianos desde que el Señor murió en la cruz: es muy fácil callar ante la injusticia, la opresión y el sufrimiento. Y hacer discursos.
 
Igual que se abre un abismo entre el rico y el pobre después de su muerte, hay abismos que distancian a pueblos enteros y son fabricados por nosotros. Son abismos que sólo se pueden rellenar con grandes cantidades de solidaridad y compasión. No bastan ayudas al desarrollo. El abismo es tan grande que sólo una transformación de todos los estilos de vida lo puede cubrir, y permitir el paso de un lado al otro.
 
Sin embargo, el abismo del que nos habla la parábola es un abismo que hace justicia, no como la terrible falla que rasga el mundo por encima de la línea del ecuador. Mientras que los ángeles llevan al miserable y sufriente Lázaro al seno de Abraham, el rico va solo a su infierno de calor y fuego. Al lo bueno vamos con otros, sean mendigos, mensajeros o testigos; a lo malo vamos solos. Y la soledad tortura con llamas inextinguibles. No hay ni perros.
 
Ojalá que algún día nos pongamos en camino hacia los más pobres. Entonces conseguiremos eliminar los Abismos del Milenio.

Laureano Del Otero Sevillano CSSR


NO IGNORAR AL QUE SUFRE



El contraste entre los dos protagonistas de la parábola es trágico. El rico se viste de púrpura y de lino. Toda su vida es lujo y ostentación. Sólo piensa en «banquetear espléndidamente cada día». Este rico no tiene nombre pues no tiene identidad. No es nadie. Su vida vacía de compasión es un fracaso. No se puede vivir sólo para banquetear.

Echado en el portal de su mansión yace un mendigo hambriento, cubierto de llagas. Nadie le ayuda. Sólo unos perros se le acercan a lamer sus heridas. No posee nada, pero tiene un nombre portador de esperanza. Se llama «Lázaro» o «Eliezer», que significa «Mi Dios es ayuda».

Su suerte cambia radicalmente en el momento de la muerte. El rico es enterrado, seguramente con toda solemnidad, pero es llevado al «Hades» o «reino de los muertos». También muere Lázaro. Nada se dice de rito funerario alguno, pero «los ángeles lo llevan al seno de Abrahán». Con imágenes populares de su tiempo, Jesús recuerda que Dios tiene la última palabra sobre ricos y pobres.

Al rico no se le juzga por explotador. No se dice que es un impío alejado de la Alianza. Simplemente, ha disfrutado de su riqueza ignorando al pobre. Lo tenía allí mismo, pero no lo ha visto. Estaba en el portal de su mansión, pero no se ha acercado a él. Lo ha excluido de su vida. Su pecado es la indiferencia.

Según los observadores, está creciendo en nuestra sociedad la apatía o falta de sensibilidad ante el sufrimiento ajeno. Evitamos de mil formas el contacto directo con las personas que sufren. Poco a poco, nos vamos haciendo cada vez más incapaces para percibir su aflicción.

La presencia de un niño mendigo en nuestro camino nos molesta. El encuentro con un amigo, enfermo terminal, nos turba. No sabemos qué hacer ni qué decir. Es mejor tomar distancia. Volver cuanto antes a nuestras ocupaciones. No dejarnos afectar.

Si el sufrimiento se produce lejos es más fácil. Hemos aprendido a reducir el hambre, la miseria o la enfermedad a datos, números y estadísticas que nos informan de la realidad sin apenas tocar nuestro corazón. También sabemos contemplar sufrimientos horribles en el televisor, pero, través de la pantalla, el sufrimiento siempre es más irreal y menos terrible. Cuando el sufrimiento afecta a alguien más próximo a nosotros, no esforzamos de mil maneras por anestesiar nuestro corazón.

Quien sigue a Jesús se va haciendo más sensible al sufrimiento de quienes encuentra en su camino. Se acerca al necesitado y, si está en sus manos, trata de aliviar su situación.



NOSOTROS SOMOS EL OBSTÁCULO



La parábola parece narrada para nosotros. Jesús habla de un «rico» poderoso. Sus vestidos de púrpura y lino indican lujo y ostentación. Su vida es una fiesta continua. Sin duda, pertenece a ese sector privilegiado que vive en Tiberíades, Séforis o Jerusalén. Son los que poseen riqueza, tienen poder y disfrutan de una vida fastuosa.

Muy cerca, echado junto a la puerta de su mansión está un «mendigo». No está cubierto de lino y púrpura, sino de llagas repugnantes. No sabe lo que es festín. No le dan ni de lo que tiran de la mesa del rico. Sólo los perros callejeros se le acercan a lamerle las llagas. No posee nada, excepto un nombre, «Lázaro» o Eliezer que significa «Mi Dios es ayuda».

La escena es insoportable. El «rico» lo tiene todo. No necesita ayuda alguna de Dios. No ve al pobre. Se siente seguro. Vive en la inconsciencia total. ¿No se parece a nosotros? Lázaro, por su parte, es un ejemplo de pobreza total: enfermo, hambriento, excluido, ignorado por quien le podría ayudar. Su única esperanza es Dios. ¿No se parece a tantos millones de hombres y mujeres hundidos en la miseria?

La mirada penetrante de Jesús está desenmascarando la realidad. Las clases más poderosas y los estratos más míseros parecen pertenecer a la misma sociedad, pero están separados por una barrera casi invisible: esa puerta que el rico no atraviesa nunca para acercarse a Lázaro.

Jesús no pronuncia palabra alguna de condena. Es suficiente desenmascarar la realidad. Dios no puede tolerar que las cosas queden así para siempre. Es inevitable el vuelco de esta situación. Esa barrera que separa a los ricos de los pobres se puede convertir en un abismo infranqueable y definitivo.

El obstáculo para hacer un mundo más justo somos los ricos que levantamos barreras cada vez más seguras para que los pobres no entren en nuestro país, ni lleguen hasta nuestras residencias, ni llamen a nuestra puerta. Dichosos los seguidores de Jesús que rompen barreras, atraviesan puertas, abren caminos y se acercan a los últimos. Ellos encarnan al Dios que ayuda a los pobres.

TIENEN SUERTE LOS POBRES

Jesús no excluye a nadie. A todos anuncia la buena noticia de Dios, pero esta noticia no puede ser escuchada por todos de la misma manera. Todos pueden entrar en su reino, pero no todos de la misma manera, pues la misericordia de Dios está urgiendo antes que nada a que se haga justicia a los más pobres y humillados. Por eso la venida de Dios es una suerte para los que viven explotados, mientras se convierte en amenaza para los causantes de esa explotación.

Jesús declara de manera rotunda que el reino de Dios es para los pobres. Tiene ante sus ojos a aquellas gentes que viven humilladas en sus aldeas, sin poder defenderse de los poderosos terratenientes; conoce bien el hambre de aquellos niños desnutridos; ha visto llorar de rabia e impotencia a aquellos campesinos cuando los recaudadores se llevan hacia Séforis o Tiberíades lo mejor de sus cosechas. Son ellos los que necesitan escuchar antes que nadie la noticia del reino: «Dichosos los que no tenéis nada, porque es vuestro el reino de Dios; dichosos los que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados; dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis» . Jesús los declara dichosos, incluso en medio de esa situación injusta que padecen, no porque pronto serán ricos como los grandes propietarios de aquellas tierras, sino porque Dios está ya viniendo para suprimir la miseria, terminar con el hambre y hacer aflorar la sonrisa en sus labios. Él se alegra ya desde ahora con ellos. No les invita a la resignación, sino a la esperanza. No quiere que se hagan falsas ilusiones, sino que recuperen su dignidad. Todos tienen que saber que Dios es el defensor de los pobres. Ellos son sus preferidos. Si su reinado es acogido, todo cambiará para bien de los últimos. Esta es la fe de Jesús, su pasión y su lucha.

Jesús no habla de la «pobreza» en abstracto, sino de aquellos pobres con los que él trata mientras recorre las aldeas. Familias que sobreviven malamente, gentes que luchan por no perder sus tierras y su honor, niños amenazados por el hambre y la enfermedad, prostitutas y mendigos despreciados por todos, enfermos y endemoniados a los que se les niega el mínimo de dignidad, leprosos marginados por la sociedad y la religión. Aldeas enteras que viven bajo la opresión de las élites urbanas, sufriendo el desprecio y la humillación. Hombres y mujeres sin posibilidades de un futuro mejor. ¿Por qué el reino de Dios va a constituir una buena noticia para estos pobres? ¿Por qué van a ser ellos los privilegiados? ¿Es que Dios no es neutral? ¿Es que no ama a todos por igual? Si Jesús hubiera dicho que el reino de Dios llegaba para hacer felices a los justos, hubiera tenido su lógica y todos le habrían entendido, pero que Dios esté a favor de los pobres, sin tener en cuenta su comportamiento moral, resulta escandaloso. ¿Es que los pobres son mejores que los demás, para merecer un trato privilegiado dentro del reino de Dios?

Jesús nunca alabó a los pobres por sus virtudes o cualidades. Probablemente aquellos campesinos no eran mejores que los poderosos que los oprimían; también ellos abusaban de otros más débiles y exigían el pago de las deudas sin compasión alguna. Al proclamar las bienaventuranzas, Jesús no dice que los pobres son buenos o virtuosos, sino que están sufriendo injustamente. Si Dios se pone de su parte, no es porque se lo merezcan, sino porque lo necesitan. Dios, Padre misericordioso de todos, no puede reinar sino haciendo ante todo justicia a los que nadie se la hace. Esto es lo que despierta una alegría grande en Jesús: ¡Dios defiende a los que nadie defiende!

Esta fe de Jesús se arraigaba en una larga tradición. Lo que el pueblo de Israel esperaba siempre de sus reyes era que supieran defender a los pobres y desvalidos. Un buen rey se debe preocupar de su protección, no porque sean mejores ciudadanos que los demás, sino simplemente porque necesitan ser protegidos. La justicia del rey no consiste en ser «imparcial» con todos, sino en hacer justicia a favor de los que son oprimidos injustamente. Lo dice con claridad un salmo que presentaba el ideal de un buen rey: «Defenderá a los humildes del pueblo, salvará a la gente pobre y aplastará al opresor... Librará al pobre que suplica, al desdichado y al que nadie ampara. Se apiadará del débil y del pobre. Salvará la vida de los pobres, la rescatará de la opresión y la violencia. Su sangre será preciosa ante sus ojos».

La conclusión de Jesús es clara. Si algún rey sabe hacer justicia a los pobres, ese es Dios, el «amante de la justicia». No se deja engañar por el culto que se le ofrece en el templo. De nada sirven los sacrificios, los ayunos y las peregrinaciones a Jerusalén. Para Dios, lo primero es hacer justicia a los pobres. Probablemente Jesús recitó más de una vez un salmo que proclama así a Dios: «Él hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, libera a los condenados... el Señor protege al inmigrante, sostiene a la viuda y al huérfano». Si hubiera conocido esta bella oración del libro de Judit, habría gozado: «Tú eres el Dios de los humildes, el defensor de los pequeños, apoyo de los débiles, refugio de los desvalidos, salvador de los desesperados». Así experimenta también Jesús a Dios.

Quienes vivimos en los pueblos poderosos del Primer Mundo tendemos a considerar nuestra cultura occidental moderna como la verdadera cultura. Nos sentimos con derecho a juzgar, discriminar y excluir cultural, social y económicamente a los pueblos de cultura diferente. Nosotros somos «el centro del mundo». Miramos la tierra pensando sólo en nuestro propio desarrollo. Los demás tienen que girar en torno a nuestros intereses.

La lucha contra la pobreza y el hambre en la tierra sólo es posible desde una nueva conciencia de los derechos de los países pobres. Mientras nuestros pueblos sólo piensen en tener más y poder más, no habrá verdadera solidaridad.

La parábola del rico que "banqueteaba espléndidamente cada día" y del mendigo Lázaro a quien no se le daba ni lo que se tiraba de la mesa, es una grave advertencia.

Los cristianos traicionamos nuestra fe en Dios Padre de todos los hombres cuando no luchamos porque se supere ese distanciamiento injusto e insolidario entre los pueblos.




José Antonio Pagola

SOLIDARIDAD QUE COMPARTE

1. Los peligros de la riqueza. La parábola del evangelio de hoy contiene tres cuadros: situación en vida del rico Epulón y del pobre Lázaro, cambio de escena para ambos después de su muerte, y diálogo de Epulón con Abrahán.

La distinta suerte final de Epulón y de Lázaro no se debe exclusivamente a su condición sociológica, sino a sus actitudes personales. El rico no se condena por el mero hecho de ser rico, sino porque no teme a Dios, de quien prescinde, y porque se niega a compartir lo suyo con el pobre que está muriendo de hambre a su propia puerta; es un fiel exponente del consumismo egoísta a ultranza. Tampoco el pobre se salva simplemente por ser pobre, sino porque está abierto a Dios y espera la salvación de "quien hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos, ama a los justos y sustenta al huérfano y a la viuda, trastornando el camino de los malvados" (Salmo responsorial de hoy).

La enseñanza, intención y finalidad de la parábola no es resaltar la escatología individual, aunque se indique al aceptar Jesús la creencia y lenguaje habituales del judaísmo (lugar de tormentos, seno de Abrahán), ni prometer una compensación a los pobres con un final feliz como opio barato para el pueblo, ni, menos todavía, invitar a los desheredados de la vida a una resignación esperanzada pero estoica, fatalista y alienante. No; se trata más bien de afirmar la peligrosidad de la riqueza porque fácilmente crea resistencia a la ley de Dios y sordera a su palabra: Moisés y los profetas, como resumen de la revelación viejo-testamentaria. Así se cierra el corazón del hombre a Dios y al prójimo, hasta el punto que tales personas "no harán caso ni aunque resucite un muerto" para hacerles ver su camino errado.

La denuncia social del profeta Amós en la primera lectura viene a conectar con la vida de lujo y la desgraciada suerte final del rico Epulón. El profeta fustiga el sibaritismo de los habitantes de Samaría, capital del reino del Norte, Israel (hacia el año 750 a.C.). Algo que han confirmado las excavaciones arqueológicas.

Pero su amenaza es tajante: "Se acabó la orgía de los disolutos". Irán al destierro bajo los asirios, encabezando la caravana de cautivos. Hecho sucedido unos 30 años después.

2. Compartir en solidaridad. El peligro que nos ronda al leer o escuchar la parábola evangélica de hoy es creer que va solamente por los ricos y los potentados del dinero y del poder. A ésos no pertenecemos nosotros, decimos. Pero no olvidemos que en la revelación bíblica pobreza y riqueza no son conceptos meramente cuantitativos, pesa también la actitud de apego o desapego de lo que uno tiene; esto es lo que nos hace ricos o pobres de espíritu ante Dios.

En mayor o menor medida, la enseñanza de la parábola tiene aplicación para todos. Conviene que nos coloquemos también nosotros dentro de la escena. ¿En el papel del rico Epulón o en el del pobre Lázaro? Pobre y rico son conceptos relativos. El que tiene un millón es pobre si se compara con el que tiene quinientos, pero riquísimo respecto del que sólo tiene unas monedas.

No hace falta ir al tercer mundo para encontramos a nuestro paso algún Lázaro que es más pobre que nosotros: familias humildes que pasan apuros, enfermos solos y ancianos abandonados, gente en paro laboral, madres solteras, alcohólicos y drogadictos que necesitan una mano amiga, etc. Cierto que no basta una limosna ni los esfuerzos aislados, y que la justicia y la caridad tienen una dimensión estructural y social. No obstante, el peligro de acaparar insolidariamente es inherente al dinero y nos acosa a todos; Jesús lo destaca vigorosamente. Es triste tener, que llegar a situaciones críticas para suscitar la solidaridad.

El evangelio es siempre respuesta y luz para los problemas humanos de cada día. Y uno de ellos es la pobreza y la riqueza que tienen nombres concretos y responden a situaciones lacerantes: hambre, paro, explotación, subdesarrollo, marginación, incultura y carencia de derechos la primera; y poder, influencia, dominio, lujo, confort, abultadas cuentas bancarias, sabrosos dividendos, múltiples casas, coche último modelo, joyas deslumbrantes y viajes de placer la segunda.

3. Para cambiar las estructuras injustas. Habremos de convertimos radicalmente de la codicia al amor que comparte, para hacer posible el cambio de unas estructuras que crean desigualdades injustas entre personas y naciones, y que permiten que el 6% de la humanidad disfrute del 50% de la riqueza del mundo y que un 20% posea casi la otra mitad de la renta, mientras el resto malvive o muere de hambre. Los cristianos no podemos ser espectadores neutrales de la pobreza y miseria ajenas porque "los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón.

Un cristiano no puede dejar sin denuncia las injustas desigualdades entre individuos, clases y países. El creyente de hoy ha de tomar partido claro por la justicia social, como en su tiempo lo hicieron los profetas y el mayor de ellos: Cristo, y después los santos Padres, y lo viene repitiendo la Iglesia en su doctrina social desde hace más de un siglo a partir de la encíclica Rerum novarum del papa León XIII (1891). Tiene que acabarse "la orgía de los disolutos", tanto a nivel individual como colectivo, nacional e internacional, porque los bienes de la tierra tienen destino universal; lo cual relativiza la propiedad privada, que también tiene proyección social (GS 69.71). La opción de la Iglesia por los pobres ha de traducirse a la práctica en nuestra vida, para avalar la autenticidad cristiana de nuestras familias, grupos, comunidades y eucaristías habituales.

Basilio Caballero


COMENTARIOS SOBRE LAS LECTURAS DEL DIA

  Reflexión: Amós 6, 1a.4-7

Nuevamente la Palabra de Dios nos habla del uso que debe hacerse de los bienes de la tierra, advirtiéndonos que por encima de la felicidad y del bienestar que producen las riquezas está la felicidad que ofrece el ser ricos ante Dios.

El profeta Amós denuncia la falsa seguridad de las riquezas. Confianza y seguridad en la misma ciudad que les parece inexpugnable. Confianza y seguridad que estimulan la buena vida: comida, bebida, perfumes, indolencia confortable.

Pero no se aleja así el día funesto, se está preparando la violencia. El cautiverio sobrevendrá como castigo. Cristo-Jesús ama a todos los hombres: por todos muere y por todos resucita. Su evidente predilección por los pobres no excluye su amor total a los ricos.

Precisamente porque es Salvador de todos, advierte muy seriamente de los peligros de la riqueza y del riesgo que corren los ricos si no actúan con justicia y equidad con sus bienes.

El poseer riqueza no es una herejía. Pero el adquirirla de mala manera o el usarla abusivamente es una impiedad y una injusticia profunda. Por eso repite el Señor: ¡cuidado con las riquezas porque no se puede servir a dos señores!

Y lo que sucede a las personas, sucede también a los pueblos, a las naciones. El materialismo va matando la fe y el sentido cristiano de la vida y de la solidaridad, pues se lucha para conseguir el mayor cúmulo de bienes a costa de lo que sea.

La primera lectura del profeta Amós nos lo recuerda. En el siglo VII antes de Cristo, el pueblo de Israel vive un largo período de paz. Aumenta la vida placentera, el despilfarro y los vicios; disminuye el sentido creyente y la fidelidad a Dios.

Por ello, el profeta Amós, con su ignorancia de pastor y su misión de profeta, denuncia esa situación y anuncia el desastre para el pueblo como castigo a su infidelidad. Desastre y castigo que se cumplirían 30 años más tarde.

Pensemos en la semejanza con nuestra situación actual y nuestra vida personal: muy preocupados por el bienestar propio y demasiado olvidados de la solidaridad con los necesitados.

 Reflexión: I Timoteo 6, 11-16

El profeta Amós nos advierte de los riesgos que se corren cuando nuestra conducta se va haciendo más materialista y el olvido de Dios alcanza mayor intensidad.

Por ello San Pablo nos urge a vivir seriamente nuestra vida cristiana practicando las virtudes y guardando el "Mandamiento de Cristo-Jesús".

El cristiano debe luchar por mantenerse leal a las exigencias de su fe, en medio de un clima adverso a ella.

Nuestra fidelidad, nos llevará a poseer la vida en el Reino de Dios, a la que todos hemos sido llamados.

Pero es preciso dar testimonio de nuestra fe cristiana como lo hizo Jesús en el momento más crucial de su vida.

Así lo dice el apóstol Pablo en la segunda lectura de hoy.

Reflexión: San Lucas 16, 19-31

Jesús habla en parábolas para que comprendamos más fácilmente su doctrina.

No debemos quedarnos solamente con la parábola que nos cuenta, sino que hemos de dar acogida a la doctrina que nos transmite; al mensaje que nos ofrece.

Hoy, por medio de una parábola, nos recuerda la actitud de los hombres frente a la riqueza:

- unos son ricos en bienes y se apegan a la riqueza con todas sus fuerzas, prescindiendo de Dios y de los demás,

- otros son ricos en pobreza y se apegan a Dios con la esperanza de que les colmará de la felicidad que ahora no tienen y los hombres les quitan.

También nos enseña el Señor que no podemos decir que existe solidaridad entre los hombres ni entre los pueblos si solamente compartimos las migajas que caen de la mesa.

Pero, ¡eso sí!, Dios no se olvida de nuestros actos y hará que reine la justicia, la equidad y el amor donde nosotros la hayamos hecho desaparecer.

No pidamos el milagro de la resurrección de un muerto para que nos lo demuestre, como le pidió el rico epulón. "Si no aceptamos la Palabra de Dios que se nos ofrece como Buena Noticia, no cambiaríamos de actitud ni aunque resucitara un muerto. Escuchemos lo dice el Señor y demos acogida a su Palabra, que nos invita a llevar una vida personal sobria y que sea solidaria y fraternal con la situación de los demás.

Reflexión personal y en grupo

 
¿En nuestra comunidad cristiana hay proyectos que busquen mejorar el nivel de vida de las personas más pobres?

¿Hemos desarrollado una mentalidad crítica que nos permita ver la injusticia y la violencia que se esconden tras la riqueza?

¿Enfrentamos el futuro con un proyecto que busque una sociedad mejor o nos contentamos con vivir plácidamente el presente?
-Jesús, en la parábola, no dice que el rico estuviera haciendo positivamente nada respecto al pobre; no dice que lo explotaba, ni que lo maltrataba o despreciaba; simplemente coexistía con el pobre; pero Jesús da por supuesto que al morir es llevado a la condenación. ¿Cómo se explica?

-"Urge traducir la parábola del rico malvado en términos económicos y políticos, en términos de derechos humanos, de relaciones entre el primero, el segundo y el tercer mundo" (Juan Pablo II en la ONU, 2.10.1979; cfr. igualmente Redemptor Hominis 16, del 4.3.1979). Hacer una lectura internacional actual de la parábola

EXÉGESIS

PRIMERA LECTURA

Contexto histórico. ‑El éxito de Jeroboam II, rey de Israel, en restablecer las antiguas fronteras del imperio davídico (2 Re 14,25ss) provoca el optimismo del pueblo, cayendo en el pecado de orgullo nacionalista. En realidad, el éxito es meramente coyuntural debido a la decadencia política de Asiria y Siria, declive que permite a Israel vivir momentos de gran euforia.

En Samaria, algunos se enriquecen a costa de otros, y el lujo se nota por doquier: se construyen 'casas de sillares' (5,1 l), se acuestan '...en lechos de marfil' (6,4) divirtiéndose sin moderación ni escrúpulo (4,1; 6,4‑6), se consideran flor y nata del orbe, no prevén peligro alguno y aplican un cetro de violencia (v.3; cfr. 9,10; ¡s. 22,12ss)...

Texto. ‑Am 3‑6 es una colección de breves oráculos de amenaza contra el pueblo de Israel que desarrollan el de 2,6ss. Todos empiezan con esta fórmula: 'Escuchad esta palabra...', ¡Ay de los que...!

El cap. 6,1‑7 expone, con precisión, la conducta de los dirigentes del pueblo (vs. 1‑6) y acaba con un breve oráculo de amenaza (v.7). Con ironía suma, Amós describe el lujo y goces a los que se entrega gente tan despreocupada (vs. 4‑6): 'arrellanarse en divanes' no sólo es costumbre lujosa e inusual en Israel sino que también connota apoltronamiento, vivir sin percatarse de la dura realidad en la que otros se mueven (nuestro 'aquí me las den todas'); tocan el arpa, como David, pero sólo para divertirse; beben en copas que sólo deberían estar destinadas al culto (Ex 38,3; Nm 4,14)... Creen que, dedicándose a los placeres de la mesa, contribuyen a los intereses del pueblo; sólo viven para la fiesta, se muestran incapaces por aliviar la desgracia del pueblo, 'del desastre de José'.

'Pues ahora' introduce el oráculo de condena (v.7): la inminencia del castigo caerá como jarra de agua fría sobre las ilusiones alienantes de los samaritanos. Y los que se creían 'flor y nata' de los pueblos acabarán ocupando el lugar que les corresponde: 'encabezarán la cuerda de los deportados' (v. 1b).

Reflexiones. ‑Nuestra postura como la del pueblo de Israel, suele ser la del avestruz: tapamos nuestros ojos y no queremos ver la realidad que nos rodea. Insensibles a los demás, sólo nos interesa lo que provoca gozo: el nuevo chalet de pizarra y sillares, el mueble lacado, el último modelo de coche, el abrigo de visón... ¿Que otros lo pasan mal? Ni queremos enterarnos. ¿Que otros países pasan hambre, que existen millones de niños famélicos, que aumenta el número de parados en el mundo, que...? No nos importa. Seguimos arrellanados en confortables divanes, comemos carne todos los días, bebemos hasta emborracharnos, nos divertimos sin conocimiento...

Ni siquiera se nos pasa por la cabeza el que un día podamos ir a la cabeza de los deportados. ¡La católica España... flor y nata de la religiosidad mundial...! Nuestros templos todavía son visitados en un tanto por ciento muy elevado; aunque no practiquemos, aún nos declaramos católicos... Y, mientras tanto, gozamos a costa de los demás, trabajamos con el sudor de los otros, seguimos apoltronados en nuestro bienestar sin preocuparnos de nadie ni de nada... ¡Si el profeta Amos levantara la cabeza!



SEGUNDA LECTURA

Exhortación conclusiva a "Timoteo". Se trata de recomendaciones generales a actitudes válidas para todos los ministros representados en la figura del Timoteo, ficticio destinatario del escrito, y aplicables también a todos los cristianos. Estos destinatarios, en espacial lo ministros, se contraponen a los falsos doctores censurados en diversas secciones precedentes.

 Los vv. 12b-24 puede contender una alusión, una especie de "ordenación" que en este final del siglo I quizás ya existiera en ambientes judeohelenísticos, aunque de ninguna manera tan institucionalizada como ocurrió posteriormente. Su estilo sugiere una composición con fragmentos de confesiones e himnos de origen probablemente litúrgico.

 El ministro, pues, ha de desempeñar su servicio ("mandato" en la terminología del v. 14) tomando como modelo a Jesús, incluida de modo especial su Pasión y Muerte histórica, como apunta la mención del Poncio Pilato. Todo ello hasta al final, denominado aquí no "parusía" como en otras cartas de la tradición paulina, sino "manifestación", como en 2 Tim 4,1.8 y Tit 2,13.

 Concluye el párrafo con una doxología referida a Dios, a quien se presenta como último actor de la manifestación gloriosa de Jesucristo. Se habla de Dios con títulos veterotestamentarios ("Rey de reyes" y "Señor de los señores") y también con otros perteneciente al ambiente helenístico al destacar  atributos como la inmortalidad y usar la metáfora de la habitación en la luz inaccesible. Coinciden en poner de relieve la transcendencia y superioridad divina sobre los poderes humanos.

 
Federico Pastor

EVANGELIO

Aclaraciones previas

Dijo Jesús a los fariseos. Esta mención a los fariseos en el encabezamiento del texto obedece a los versículos previos 14-18. En ellos recoge el evangelista la reacción a lo dicho por Jesús sobre la riqueza en 16,1-13 (domingo pasado). Oían todo esto los fariseos, amigos del dinero, y se burlaban de él (v.14). Burla sorprendente conociendo las condiciones de vida pobre y, en ocasiones, mísera de muchos fariseos contemporáneos de Jesús. Por lo tanto, las razones de la burla no hay que buscarlas en la sociología sino en la Escritura Santa, a la que tanto los fariseos como Jesús apelaban. Basados en ella, los fariseos veían en la riqueza un signo de la bendición de Dios. A juicio de los fariseos, las palabras de Jesús en el texto del domingo pasado van en contra de la Escritura Santa, al no hacer de la riqueza un signo de la bendición divina. Consecuentemente, esas palabras  no les resultaban aceptables a  los fariseos, debido al distanciamiento de las mismas de la Escritura Santa. De ahí que los fariseos se burlen de ellas y de Jesús. Esta burla explica la afirmación de Jesús en el v.15 de que no siempre coinciden las valoraciones humanas y las divinas, así como sus palabras del v.16 denunciando la existencia de presiones contra el Reino de Dios en nombre de la Ley y los Profetas.

Texto

Recordemos: En opinión de los fariseos Jesús iba en contra de la Escritura Santa por no hacer de la riqueza un signo de bendición divina. Planteamiento subyacente en esta opinión: equiparación automática entre riqueza y bendición divina.

Una vez más, Jesús responde desde el procedimiento didáctico de la parábola con el doble objetivo de corregir un planteamiento que él no comparte y de proponer el suyo propio. 

La parábola habla de la contrapuesta fortuna de un rico y de un pobre antes y después de la muerte. Situaciones contrapuestas e invertidas sin más. El rico está sentado a la mesa antes de morir; el pobre lo está después; sin mérito o demérito por parte de uno y de otro.  Podemos calificar la parábola de díptico. Tablero primero en el acá humano: Situación fastuosa del rico (v.19) y situación miserable del  pobre (vs.20-21). Tablero breve y realista, de imágenes crudas, tomadas de la realidad que todos podían ver. Tablero segundo en el más allá humano: Inversión de las situaciones. Situación fastuosa del pobre (v.22) y situación miserable del rico (vs.23-31). Tablero más desarrollado, con la atención puesta en las palabras del rico desde su situación miserable. 

Las situaciones de ambos tableros son creación de Jesús: las del primero, a partir de la experiencia visible; las del segundo, a partir de las formas judías de pensar e imaginar  el más allá.  En ambos casos se trata de  recursos gráficos, cuyo objetivo es la contraposición de  situaciones y no la explicación de las mismas. Son concreciones gráficas de  lo afirmado por Jesús en uno de los versículos intermedios antes aludidos: Lo que los hombres exaltan lo aborrece Dios (16,15). Es decir, Jesús no  formula la parábola en términos de recompensa ni como promesa de compensación por las injusticias sociales en el acá humano. La parábola es sencillamente ejemplificación de la diferente valoración que Dios y los hombres pueden tener en lo referente a riqueza y  pobreza, a pobres y ricos.

Novedad de esta parábola es su no finalización con una afirmación de Jesús proponiendo su propio planteamiento. Tal vez porque los destinatarios fariseos eran perfectos conocedores de la Escritura Santa, Jesús prefirió expresar su planteamiento poniendo sus palabras en labios de un personaje tan  fundamental de la Escritura Santa como Abrahán. Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen. Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto. Estas palabras recogen la razón de ser de la parábola contada por Jesús a los fariseos. Éstos se burlaban de él por no hacer de la riqueza un signo de la bendición divina, contradiciendo así a la Escritura Santa. Jesús les invita a ahondar en esa Escritura Santa para descubrir que en nombre de ella no se puede pensar en una equiparación automática entre riqueza y bendición divina, porque Dios y riqueza son valores absolutos incompatibles e irreconciliables. 



Comprensión actualizante

Más que otros textos, el de hoy requiere un especial esfuerzo  para centrarse en el fondo de la parábola y no en sus formas de expresión.  

La parábola es, ante todo, una invitación a revisar nuestra valoración de la riqueza y a ponerla en sintonía con la valoración de Dios. A los ojos de Dios ni la riqueza es signo de su bendición  ni la pobreza lo es de su maldición.  A los ojos de Dios la misma dignidad tiene un rico que un pobre. A los ojos de Dios ni el rico goza de más consideración por ser rico ni el pobre goza de menos por ser pobre. A diferencia nuestra, que  colmamos más fácilmente de honor y consideración al rico que al pobre. Como discípulos de Jesús y si queremos estar en sintonía con Dios deberemos librar una dura batalla con nosotros mismos en este campo.

La parábola es también una invitación a leer y releer la Biblia,  milagro que siempre está a nuestro alcance.

 Alberto Benito

Campaña de CÁRITAS



 “Contra la pobreza, acTÚa”



La parábola parece narrada para nosotros. Jesús habla de un «rico» poderoso. Sus vestidos de púrpura y lino indican lujo y ostentación. Su vida es una fiesta continua. Sin duda, pertenece a ese sector privilegiado que vive en Tiberíades, Séforis o Jerusalén. Son los que poseen riqueza, tienen poder y disfrutan de una vida fastuosa.

 Muy cerca, echado junto a la puerta de su mansión está un «mendigo». No está cubierto de lino y púrpura, sino de llagas repugnantes. No sabe lo que es festín. No le dan ni de lo que tiran de la mesa del rico. Sólo los perros callejeros se le acercan a lamerle las llagas. No posee nada, excepto un nombre, «Lázaro» o Eliezer que significa «Mi Dios es ayuda».

 La escena es insoportable. El «rico» lo tiene todo. No necesita ayuda alguna de Dios. No ve al pobre. Se siente seguro. Vive en la inconsciencia total. ¿No se parece a nosotros? Lázaro, por su parte, es un ejemplo de pobreza total: enfermo, hambriento, excluido, ignorado por quien le podría ayudar. Su única esperanza es Dios. ¿No se parece a tantos millones de hombres y mujeres hundidos en la miseria?

La mirada penetrante de Jesús está desenmascarando la realidad. Las clases más poderosas y los estratos más míseros parecen pertenecer a la misma sociedad, pero están separados por una barrera casi invisible: esa puerta que el rico no atraviesa nunca para acercarse a Lázaro.

Jesús no pronuncia palabra alguna de condena. Es suficiente desenmascarar la realidad. Dios no puede tolerar que las cosas queden así para siempre. Es inevitable el vuelco de esta situación. Esa barrera que separa a los ricos de los pobres se puede convertir en un abismo infranqueable y definitivo.

 El obstáculo para hacer un mundo más justo somos los ricos que levantamos barreras cada vez más seguras para que los pobres no entren en nuestro país, ni lleguen hasta nuestras residencias, ni llamen a nuestra puerta. Dichosos los seguidores de Jesús que rompen barreras, atraviesan puertas, abren caminos y se acercan a los últimos. Ellos encarnan al Dios que ayuda a los pobres. 



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La parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro se repite hoy, entre nosotros, a escala mundial. Ambos personajes incluso representan los dos hemisferios: el rico epulón el hemisferio norte (Europa occidental, América, Japón); el pobre Lázaro es, con pocas excepciones, el hemisferio sur. Dos personajes, dos mundos: el primer mundo y el «tercer mundo». Dos mundos de desigual tamaño: el que llamamos «tercer mundo» representa en realidad «dos tercios del mundo» (se está afirmando el uso de llamarlo precisamente así: no «tercer mundo», sino «dos tercios del mundo».

El mayor pecado contra los pobres y los hambrientos es tal vez la indiferencia, fingir no ver, «dar un rodeo (Cf. Lc 10, 31). Ignorar las inmensas muchedumbres de mendigos, sin techo, sin cuidados médicos y, sobre todo, sin esperanza de un futuro mejor –decía Juan Pablo II– «significaría parecernos al rico epulón que fingía no conocer al mendigo Lázaro, postrado a su puerta».

Tendemos a poner, entre nosotros y los pobres, un doble cristal. El efecto del doble cristal, hoy tan aprovechado, es que impide el paso del frío y del ruido. Y de hecho vemos a los pobres moverse, agitarse, gritar tras la pantalla de la televisión, en las páginas de los periódicos y de las revistas misioneras, pero su grito nos llega como de muy lejos. No llega al corazón, o llega ahí sólo por un momento.  Lo primero que hay que hacer, respecto a los pobres, es por lo tanto romper el «doble cristal», superar la indiferencia, la insensibilidad, echar abajo las barreras y dejarse invadir por una sana inquietud a causa de la espantosa miseria que hay en el mundo.

Eliminar o reducir el injusto y escandaloso abismo que existe entre los saciados y los hambrientos del mundo es la tarea más urgente y más ingente que la humanidad ha llevado consigo sin resolver al entrar en el nuevo milenio.

 P. Raniero Cantalamessa

CON OTRAS PALABRAS

Un hombre demandó a un leñador. Demandante y demandado se presentaron ante el juez. El demandante dijo.

‑ Señoría, demando a este leñador porque, después de vender toda la leña cortada en una jornada, no quiere darme la parte que me corresponde.

‑ Pero si él es quien ha cortado la leña ‑repuso el juez sorprendido‑, ¿qué es lo que has hecho tú para que deba entregarte parte del dinero?

‑ Yo le he animado con mis gritos de aliento ‑explicó el demandante‑. Mis gritos le han estimulado para cortar más leña de la habitual, y, por tanto, ha conseguido más dinero.

El juez se quedó pensativo. Unos instantes después sentenció:

‑ Es justo lo que reclama la parte demandante, leñador ‑dijo dirigiéndose a éste, que se había quedado estupefacto con las primeras conclusiones del juez‑. Entrégame la bolsa con el dinero, pues voy a darle lo que le corresponde al demandante.

Una vez tuvo la bolsa de monedas en la mano, el juez la agitó vigorosamente, produciendo un buen ruido con las mismas. Dijo:

‑Ya te he pagado lo que te corresponde. El leñador recibió el sonido de tu voz y tú recibes el sonido del dinero.

 Debido a la codicia, muchas personas tienden a aprovecharse de los demás, explotarles o robarles, dando la espalda al menor sentimiento de ética o virtud.



Reflexión durante el silencio tras la Comunión: (Cáritas)

He llamado a tu puerta, he llamado a tu corazón

en busca de una cama y de un fuego para calentarme.

¿Por qué me rechazas?

ÁBREME, HERMANO.

¿Por qué me preguntas si soy de África, si soy de América,

si soy de Asia, si soy de Europa?

¿Por qué me preguntas por el nombre de mis dioses?

ÁBREME, HERMANO.

Yo no soy un negro, yo no soy un oriental,

yo no soy un blanco, yo sólo soy un ser humano.

ÁBREME, HERMANO.

Ábreme tu puerta, ábreme tu corazón

porque soy un ser humano,

un ser humano como tú.

ÁBREME, HERMANO.

René Philombe



ORACION DE ACCION DE GRACIAS

Te bendecimos, Señor,

porque escuchas el clamor del pobre,

liberas al oprimido y sustentas al huérfano y a la viuda.

Tú derribas del trono al poderoso y enalteces al humilde;

al hambriento lo colmas de bienes y al rico lo despides vacío.

Cuando nuestro corazón se cierre ignorando al necesitado,

abre, Señor, nuestros ojos para que te veamos a ti en él,

cuando el pobre tienda su mano hacia nosotros para pedirnos,

abre nuestro corazón al gozo de compartir lo nuestro con él.

Ayúdanos, Señor,

a romper la malla del egoísmo acaparador,

liberándonos del afán de poseer y tener, gastar y consumir,

para que no nos habituemos nunca a las desigualdades.

Amén.